Mercè Rodoreda y el milagro portátil
Seix Barral recupera ‘Espejo roto’, la novela más ambiciosa de la escritora y uno de los títulos más exquisitos, influyentes y cimeros de la literatura en catalán. En este caso, en versión en español a cargo de Pere Gimferrer

Mercè Rodoreda / L. O.
Una de las cosas más cursis que puede decir un escritor -y especialmente uno de los que desayunan en el mismo bar durante cuarenta años y ni siquiera se ven importunados por el exilio- es eso de que la patria es la lengua. Como si no tuviera bastante el lenguaje con las abstracciones que le endilgan desde todos los frentes intelectuales, incluida la filosofía y la semiótica, ahora resulta que también le toca ejercer de terruño y aguantar las majaderías de los que creen que por usarlo en público con cierto grado de higiene se pueden valer de él para resolver carencias afectivas y hermanarse con el vecino. Después del fútbol, las banderas y la tortilla, estaba claro que era cuestión de tiempo que los excesos sentimentales llegaran a la palabra. Con todo lo que eso implica de factor diferencial y de supremacismo de fondo, como si el hecho de emplearse y vivir en español o en euskera fuera mejor y más hermoso que hacerlo en serbocroata. Por más que nos excite la eufonía -y el castellano, por ejemplo, al igual que el catalán o el italiano es muy eufónico- las lenguas no son bonitas ni espejean por sí mismas y han sido y son los hablantes los que consiguen que nos emocionen y los que las convierten en materia artística. Por supuesto, no todos y no siempre, pero sí con la suficiente contundencia como para hacernos partícipes del ensalmo y hasta más ligeros y nobles. Hay escritores que son una lengua y que transmiten más que los golpes de pecho y las embajadas oficiales. Leyendo a Mercè Rodoreda, por ejemplo, es casi imposible no amar el catalán. Incluso cuando se lee en español y traducida por Pere Gimferrer.
En esto figura una lección importante para los raptos monocordes; una lengua es una lengua de lenguas y en el caso del español no sólo se enriquece con sus más atinados anfitriones, sino también con el trasvase, los préstamos y la proximidad con ese tronco común y a la par diferente que son sus lenguas más cercanas. No deja de ser curioso que algunas de las mejores páginas escritas en castellano, las de Rodoreda y muchas de las de Josep Pla, hayan sido concebidas en primera instancia en catalán, lo cual nos da ganas de disfrutarlas en su idioma original y a la vez de valorar el trabajo y los puentes tejidos por los traductores. Especialmente, por aquellos que como el poeta Pere Gimferrer se maneja con tanto preciosismo y rigor en ambas esquinas del romance. Quizá las lenguas no se hacen del todo universales hasta que son capaces de aportar y de transformar el idioma de acogida en las traducciones. O lo que es lo mismo, hasta que aparecen libros como ‘Espejo roto’, de Mercè Rodoreda, relanzado en estos días por Seix Barral en versión precisamente de Gimferrer. Una autora a la que a menudo se despacha con el eslogan de ser la mejor retratista de la sociedad de su época, lo cual, aunque bienintencionado, no deja de resultar tan corto como sostener que Cheever es sólo la voz de la familia media de América o Faulkner el censor notarial del sur. Entre otras cosas, porque la autora, en libros como el archiconocido ‘La plaza del diamante’ y este, su espejo roto, acaso su título más complejo, va más allá de la observación de costumbres y de la biografía de un tiempo, siendo habitante y creadora de su espacio y de su contexto y a la vez sobrepasándolos para alcanzar de su mano las orillas de la condición humana. Con toda su vastedad y profundidad. Por más que en muchas ocasiones escriba de un modo tan virtuoso y musical que hace que hasta sea difícil reparar en el verdadero alcance técnico y la grandesa de sus propuestas.
En la introducción a esta edición, precedida por el prólogo de Rosa Montero, Rodoreda sorprende a todos los que no estábamos tan familiarizados con su cocina literaria con un nivel filológico de detallada autoconciencia, razonando sobre su propia escritura con tanta prolijidad de laboratorio que convierte en todavía más asombrosos sus textos y, muy especialmente, dada su ambición, a ‘Espejo roto’. Sobre todo, por su capacidad casi de rabdomante para evitar que el lector se distraiga con el triple salto mortal y lograr que la novela se transforme en uno de esos escasos libros para todo tipo de paladares que, precisamente por su riqueza, entran en la liga de los altamente recomendables para sobrevivir en una isla desierta. La prueba está en la dificultad objetiva de dar con una sinopsis convincente -lo de la historia de varias generaciones de una misma familia, sin dejar de ser cierto, es como decir que todo Marcel Proust va de París y sus meriendas-. ‘Espejo roto’ es, sin duda, un novelón a la vieja usanza en el que no paran de ocurrir cosas, pero también un extraordinario poema cinegético en torno a la desaparición y la muerte. Un libro en el que la vida es todo lo que sucede mientras Rodoreda hace todo tipo de maravillas con el lenguaje; desde crear personajes sólidos y al mismo tiempo volátiles a coquetear con la fantasía y la experimentación, encabalgando detalles que, en ocasiones, y por su fino olfato para atrapar el timbre de lo mágico y popular, hasta recuerdan a García Lorca. Un libro, en definitiva, que es una lengua, que hace lengua. Incluso, más allá de las fronteras y de su propio idioma.

Espejo roto
Autora: Mercè Rodoreda
Editorial: Seix Barral
Traducción: Pere Gimferrer
Prólogo: Rosa Montero
Páginas: 416
Precios: 21,90 €
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