Una oreja cada uno pasearon los diestros Morante de la Puebla y Salvador Vega en la sexta corrida del abono de la feria de Málaga, con sendas actuaciones de puro barroco, la del primero, y de sublime torería, la del segundo.

La chispa de la pasión

Dicen que es muy delgada la línea que separa el amor del odio, y lo que puede ser una pasión desbordante puede enquistarse con la inquina más virulenta. Morante de la Puebla tiene esa mágica capacidad de permitirse una bronca de vez en cuando porque la compensación amorosa es de las de vellito de punta.

Volvía el La Puebla del Río con el recuerdo en el tendido de aquella mano baja con la que deleitó la pasada feria. En su primero, con el que fue silenciado, fue como empeñarse en querer a quien no te quiere. El toro no servía, pero en vez de abreviar lo intentó aunque aquello no veía la luz.

En su segundo todo cambió y surgió la chispa de la pasión. Esa cadencia, ese toreo despacio de capote que rompe las leyes de la física hizo las delicias de un público que dejó a un lado los rencores y se entregó a sus brazos. Qué belleza.

Por si había sido poca la divinidad en el recibo cuajó un quite por chicuelinas de estampa antigua. Al cual replicó con muy buen hacer Salvador Vega por delantales. Atronadora fue la ovación que recibió cuando brindó la muerte del toro a la Peña Jiménez Fortes a quien Vega también brindó su segundo.

Y el barroco eclosionó. La torería "morantiana" floreció dejando el mejor de los aromas, el del toreo caro. El toreo por el que se llena un tendido a la espera de Morante. Y ese mismo tendido rugió y pidió los trofeos para el sevillano que se quedaron en una oreja y un regustito a dulce que alivió cualquier herida de desamor.

Salvador Vega partía cartel ocupando el lugar del también malagueño Jiménez Fortes, continuamente presente en las conversaciones y en los corazones de los que allí se dan citan.

Siguió mostrando la misma entrega y el mismo nivel que en la tarde de Martín Lorca. Con verónicas rodilla en tierra, con mucho sabor, fue ganado enteros su faena. La muerte de su primero la brindó a un público que se había entregado con él y aprovechó por ambos pitones las posibilidades que le deba el toro. Torería pura que se premió con una oreja.

Su segundo oponente se mostró complicado, no era limpio en la embestida en el capote, por eso, aunque el diestro se mostró centrado y elegante, no lució demasiado en el recibo.

Comenzó rodilla en tierra llevándoselo (al toro) a los medios. El de Cuvillo acusó cierta falta de fuerza pero el de Manilva tenía todas las que le faltaban al jabonero, y, aunque a la faena le faltó ligazón, por las condiciones del toro, desde los tendidos se aplaudía la entrega de Vega.

Lástima que el torero no tuviera más ayuda. Tampoco acertó con los aceros, pero ahí queda el doblete de este malagueño que fue ovacionado tras la muerte del cuarto y que se ganó, y dignificó, su hueco en la segunda tarde.

Descafeinado fue el paso de José María Manzanares por La Malagueta. Tuvo muy mala suerte con el lote y apenas pudo advertirse nada de su toreo en ninguno de sus toros.