Poco a poco, se está consiguiendo que la Picassiana sea un evento especial dentro de la Feria de Málaga. Se están cuidando los detalles hasta el extremo, lográndose un estilo propio desde que se hacía el paseíllo. Ayer, salvo Perera, los matadores también se preocuparon de presentar unos vestidos de torear que sirvieran para rendir homenaje al genial artista malagueño.

La pureza de este espectáculo quedaba reflejada en el blanco dominante en las tablas, siguiendo un diseño del francés Loren, a la espera de que por fin se rompiera la dinámica negativa en la que habíamos entrado tras las dos primeras corridas de toros. Esas dos, al menos, habían estado impecablemente presentadas.

La de ayer, de la ganadería de Torrealta, sin estar mal, no lució el remate de las de Partido de Resina o Santiago Domecq, resultando desigual en su conjunto. En lo que al juego se refiere, también hubo de todo, aunque el predominio fuera la mansedumbre. No obstante, esta vez al menos tuvimos notables excepciones.

Una de ellas fue el último de los ocho que salieron de la puerta de chiqueros. No fue el mejor, como luego veremos, pero sí que fue un toro noble. Tendía a quedarse corto, pero se encontró delante a un torero que supo tocarle las teclas, fundamentalmente en cuanto a tiempos y distancias se refiere, para que pudiera aparecer la magia del toreo en forma de temple. Saúl Jiménez Fortes ofreció la mayor dimensión en su plaza de La Malagueta desde que es matador de toros, con series en redondo de gran calidad. Adelantó la ´pata´ para lograr series de mucha profundidad ante una plaza entregada. También se vivieron instante lucidos al natural, ya en la recta final de su labor y a favor de la querencia; así como algún instante de miedo a un posible percance. La espada cayó un tanto tendida y eso hizo que el animal se demorara en caer y fuera preciso el uso del descabello. Se le pidió con fuerza la segunda oreja, que a todos nos hubiera gustado sentimentalmente como reconocimiento al ejemplo de superación que es este torero, pero se quedó en una oreja de importancia. Una oreja de verdad, muy por encima de las otras paseadas anteriormente.

En su primero, Fortes mostró ansias de triunfo ante un toro que se paraba en el capote y pasaba andando. Como si estuviera al final de la lidia pero nada más salir. Antes, en el toro de su compañero, ya había ofrecido su disposición con un ceñidísimo quite por chicuelitas, al igual que hiciera en el segundo de Adame por gaoneras. Con la muleta, a este cuarto de la tarde lo comenzó a muletear por el pitón derecho, y al intentar cruzarse al pitón contrario le acunó entre sus pitones en unos instantes angustiosos en los que pareció estar herido. Afortunadamente salió indemne, ofreciendo una serenidad pasmosa para jugársela ante un toro que seguía pasando andando y se quedaba adormilado en la franela. El público terminó pidiéndole que lo matara para evitar una desgracia.

Se dice que en argot taurino «que Dios reparta suerte», pero esta vez el buen bajío fue exclusivo para un mismo espada, con un buen lote para Joselito Adame en medio de la mediocridad ganadera más absoluta.

Lo que son las cosas, el pasado año ya le correspondió un toro excepcional en Málaga, aquella vez de Torrestrella, que finalmente fue el mejor de todo el abono. Confiamos en que aún salgan de chiqueros mucho mejores, y que sus lidiadores los aprovechen más de lo que ayer hizo el mexicano. Como sucediera en 2015, volvió a estar por debajo de las posibilidades de un toro con movilidad de salida que ya le permitió estirarse a la verónica. Posteriormente, tuvo un estético inicio por alto a dos manos, estando en uno de los lances a punto de ser arrollado. Afortunadamente pudo proseguir y rematar con dos trincherillas. Ya en los medios, planteó la faena por el pitón izquierdo, instrumentándole muchos naturales, aunque con falta de temple y limpieza en el trazo en la mayoría de ellos. Por la diestra no mejoró, con excesiva brusquedad en un conjunto acelerado y un tanto bullanguero. Con el triunfo al alcance de su mano, sí que se tiró a matar a ley logrando una estocada que determinó la concesión de una oreja.

Fue la primera que cortó, porque en su segundo se repitió la historia. Otra vez se comprobó pronto que era un animal con movilidad ante el que fue a por todas en un recibo capotero con una rodilla en tierra. También comenzó la faena doblándose con él tras brindar por segunda vez al público. Esta vez fue por el pitón derecho por el que rompió a embestir el animal, con nobleza, para desarrollar series en línea y en redondo un tanto periféricas en los primeros compases. Sabedor de que no estaba sobrado de casta, quiso aprovechar que iba largo prescindiendo de bajarle la mano. Así, sin profundidad, fue sucediéndose una actuación más entonada y elegante, con la virtud de ir a más y conseguir que el público se entregara (no confundir con entusiasmar) con su toreo. Su gran apuesta fue tirarse a matar recibiendo y le salió mal al irse la espada a los bajos. Luego quiso maquillar lo sucedido con una nueva tanda de manoletinas antes de lograr una estocada por la que, la muy benevolente afición malagueña, solicitó con fuerza un trofeo. Si esa labor fue de oreja, puesta en una balanza, la de Fortes era indudablemente de dos apéndices y la consiguiente Puerta Grande que tan importante habría sido para el torero malagueño.

No tuvo tanta suerte Diego Urdiales, veterano torero con una ascensión tardía a las grandes ferias y que ayer se presentaba en La Malagueta. Había muchas granas de ver su elegante toreo, pero la mansedumbre fue la triste invitada en sus dos oportunidades. Los dos toros que le correspondieron estuvieron marcados por esa falta de casta, tal y como quedaba reflejado de salida en el que abría plaza, que fue siempre a la defensiva y que esperó a los banderilleros. No bajó nunca la cara, dando constantes cabezazos y sin querer tomar el engaño que le presentaba. Sólo pudo dar algún muletazo por el pitón izquierdo, pero siempre de uno a uno y sin clase. Se quiso justificar, pero el resultado no justificaba que sonara la música.

Sin opciones tampoco en su segundo, otro animal sin casta brava que permaneció parado desde que salió. Cierto es que pudo acusar un fuerte puyazo, pero la falta de raza hizo que no pudiera dar ni un muletazo. El riojano se quiso cruzar, tocarle con la muleta al pitón contrario, pero el burel no le hacía ni caso. Nos quedamos sin ver a este torero tan elegante, lo que es una pena enorme.

En el caso de Miguel Ángel Perera, afrontaba vestido de goyesco la picassiana, y se topó en primera instancia con uno de Torrealta que cabeceó de salida y no le permitió el lucimiento. Desentendido y esperando en banderillas, saludó Curro Javier tras dejar dos pares con mucha exposición. No era un animal para florituras, era de los que te pueden quitar más de lo que te pueden dar al estar defendiéndose y tener un peligro real. Por ese motivo, tras unas probaturas, optó por irse por la espada a abreviar una tarde que, con ocho toros, podría haber terminado a las tantas.

La historia se repitió en el que le quedaba, otro burel que daba arreones de manso y ante el que, la verdad sea dicha, tampoco tuvo ganas de complicarse la vida. Sabedor de que el animal presentaba todos los defectos del mundo, por escarbar, esperar, dar primero arreones, luego ser andarín y terminar parado, optó por andarle por la cara e irse por la espada en una actitud que fue recriminada por buena parte del público. Luego, además, se demoró al matar€ No obstante, le queda una buena oportunidad para resarcirse de la tarde de ayer el próximo sábado, cuando vuelve a estar anunciado en esta misma plaza.