Morante, El Juli y Roca Rey protagonizaban este jueves un cartel que había despertado el interés de los aficionados, que casi rozaron el lleno en los tendidos de La Malagueta para presenciar a dos diestros consagrados junto a uno que, al paso que lleva, lo será dentro de muy poco.

La tarde se desarrolló entre la épica y la tragedia, marcada por la actuación del joven espada peruano, que mostró la verdad de esta fiesta en forma de sufrimiento y vergüenza torera. Tras haber estado enorme en un quite variado en el toro anterior de El Juli, al primero de su lote lo lanceó a la verónica adelantando la pierna, lo llevó por chicuelitas andando al caballo, y tomó la muleta para iniciar la faena a un astado sin codicia, que se quedaba corto y no humillaba. Sin dejarle ni un respiro, le fue obligando de uno en uno a tomar la muleta hasta que fue cogido mientras toreaba al natural y conducido inmediatamente a la enfermería. Tras unos instantes de desconcierto, la plaza rompió en una clamorosa ovación al ver salir al héroe sin chaquetilla y con el chaleco reventado para seguir toreando con rotundos pases por el pitón derecho y una tranquilidad pasmosa. A partir de ahí, las emociones se fueron sucediendo con tandas en redondo rematadas con pases de pecho majestuosos que pusieron al público en pie. Aguantó estoico las miradas que nuevamente le dedicó por el pitón izquierdo, y dejó a todo el mundo frío cuando tras pinchar en tres ocasiones, cayó en redondo al suelo. Tuvo Morante que salir a terminar de salir, en un instante de angustia absoluta que mezquinamente quiso ser aprovechado por una antitaurina a la que le importaba poco la vida de un ser humano. Aunque se tratase de un superhombre como Roca Rey.

Ya durante toda la tarde, la atención de lo que sucedía en el ruedo se compartía con las noticias que llegaban desde la enfermería. Finalmente, el diestro, que presentaba una «herida contusa por asta de toro en el abdomen» y una herida inciso-contusa en el labio superior fue trasladado con «pronóstico grave» al Parque San Antonio para ser explorado.

De pasión fue el comienzo de la tarde de Morante en la primera de las dos comparecencias previstas en esta feria. Le correspondía un toro con el hierro de Domingo Hernández (exactamente lo mismo que el anunciado de Garcigrande e igual de malo que fueron todos los lidiados) que manseó de salida y al que se le dieron dos puyazos fuertes. Sin haber visto nada de su arte, al inicio de la faena dejó una trincherilla con cierto gustito, o eso quisimos verle. Al siguiente muletazo, el animal se cayó y todos despertamos del sueño. La verdad es que era un toro que embestía andando, sin celo alguno, y que nunca tuvo intención de emplearse ante la muleta que le presentaba el sevillano. Por si fuera poco, era mironcito y le hizo saltar al olivo tras dejar media estocada. A partir de ahí, no quiso ni verlo, y apenas si disimuló su intención de descabellar. Lo hizo una vez sin suerte y los avisos se fueron sucediendo ante la desidia en el ruedo, dejando que pasase el tiempo y sonaran los tres avisos. También sonó la bronca, recrudeciéndose cuando al ver que no había forma de volverlo a meter en el corral intentó descabellarlo tras el burladero en dos ocasiones sin suerte. Finalmente, entró por su propio pie tras los cabestros en medio de una protesta monumental.

Lo que son las cosas, de la pasión se pasa en un momento a la gloria, con los atronadores oles que se sucedieron al recibir el de la Puebla a su segundo con verónicas cadenciosas. Fue una lección a cámara lenta de cómo hay que manejar el capote. Los pitos se tornaron en palmas, en una muestra más de la grandeza de esta fiesta cargada de sentimientos y emociones. El animal llegó a la faena desplazándose pero sin clase, y en un primer momento Morante parecía estar sólo obsesionado con quitarle una banderilla que le estaba molestando. Una vez se deshizo de ella, comenzó a torear al natural, pero el animal seguía sin emplearse y el resultado resultaba soso. Sin embargo, por el derecho por unos instantes llegó la magia. El toro se desplazó y pareció que la tarde por fin iba a romper en positivo, pero no hubo continuidad en las embestidas y tuvimos que conformarnos con destellos.

Una vez reconciliado con la afición malagueña, tenía que volver a salir a estoquear el que Roca Rey no pudo lidiar. Quiso dar un recibo capotero a pies juntos, pero luego toda la lidia se desordenó en picadores y banderillas, en un desastre absoluto que no sería remediado en tablas con un toro que fue barbeando en tablas hasta dar la vuelta al ruedo ante la desesperación de todos.

Tampoco comenzó bien la tarde para El Juli, si bien pudo lucir con la muleta de salida con lances de manos bajas y luego en un quite por chicuelinas con dos medias con el revés del capote que fueron muy jaleadas. Posteriormente, se fue a los medios a brindar al público y, cuando se reunió con el de Garcigrande, éste salió corriendo despavorido, pidiendo que la faena se desarrollara en chiqueros. Hasta allí se fue el madrileño, soportando espantadas continuas. Le pudo al burel la mansedumbre ante su nobleza, y su primera actuación pasó en blanco.

Algo más lucido pudo estar en el quinto, aunque después de tener que hacer un ejercicio de ingeniería técnica a un toro que esperó en capotes y banderillas, y con el que tuvo paciencia infinita para ir poco a poco exigiéndole para ir prolongando sus embestidas. A mediación de faena, se vio que el trabajo estaba dando sus frutos en tandas más profundas y ligadas por los dos pitones que, sin embargo, no calaron en los tendidos y fueron recibidas con relativa frialdad. Luego, como sucediera con su primero, estuvo desafortunado con los aceros y sumó su segundo silencio sepulcral en una tarde de gloria y tragedia sobre el ruedo de La Malagueta.