Volvieron los esperados toros guapos de Pablo Romero a la que siempre fue su casa, la plaza de toros de La Malagueta, donde no se lidiaban desde 2004. Esa belleza se reflejó en el burraco primero, que recibió de salida una clamorosa ovación por parte del público, que ocupaba más de tres cuartos de los tendidos. Los más veteranos recordaban esa estampa añeja de los toros de la ganadería más vinculada a la historia de este coso. Lo malo es que también recordaban que estos animales derrochaban bravura y propiciaron el triunfo de grandes figuras.

Mucho ha cambiado, tanto como que los pablorromero de entonces ya no llevan ese nombre y apellido, anunciándose ahora como Partido de Resina. Pero lo que más ha cambiado ha sido el interior, esa condición que antaño maravillaba no apareció ayer, y la mansedumbre se apoderó de ellos.

Y fíjense lo que son las cosas, que entre tanto guapo, tuvo que ser el feo el que arreglara en parte la situación. El segundo de la tarde, sobrero de El Torreón que sustituía a uno del hierro titular echado para atrás por inválido, parecía más bien un buey de 640 kilos. Tampoco fue bravo, ni mucho menos, pero al menos permitió el toreo con el capote y la muleta de Fernando Robleño, que tuvo todo el mérito de apostar por él tras mostrarse reservón en el caballo y en banderillas. Tras brindar al público se dobló con él y, de repente, apareció la emoción y la transmisión. Mientras duró, que no fue mucho, lo aprovechó con la muleta baja y mucho mando, demostrando un gran oficio que propició que se vivieran series con vibración. Tras una estocada desprendida, paseó la primera oreja de esta feria.

Su segundo, ya sí del hierro titular, hizo amagos de querer saltar al callejón. Quería irse como fuera, y no tenía gana de pelea. El que sí que estaba dispuesto a la lucha, como buen gladiador que es, era su lidiador, que se fue a los terrenos de tablas que le pedía el burel. Al final terminaron los dos en chiqueros en la constatación de un auténtico desastre ganadero.

El toro bonito del que hablábamos al principio fue un manso de libro. Se desplazó hasta que sintió el castigo. Luego inició su huida del caballo, la espera traicionera a unos banderilleros que tuvieron que exponer, y un peregrinar por el ruedo en busca de un lugar donde quitarse de en medio. Justo todo lo opuesto a un toro bravo. Su lidiador, Domingo López Chaves, no pudo más que intentar sacarle muletazos a favor de tablas y aguantar el peligro que terminó por desarrollar.

No hubo mucho más en su segundo, con el que salió arrollador con dos largas cambiadas de rodillas. A esas alturas del festejo, el veterano diestro salmantino ya debía saber que eran las únicas embestidas que le iba a brindar. Luego siguió dando arreones por la plaza hasta llegar a la muleta muy agarrado al piso. Pese a todo, López Chaves quiso agradar, e incluso brindó al respetable una faena basada en cites bruscos y zapatillazos para, de uno a uno, ir sacándole los pases. Vista quedó su honestidad y sinceridad, pero su lote fue sólo fachada. Sólo se le puede reprochar que en sus dos toros se fuera directamente a los bajos para terminar con la vida de sus oponentes.

Un mal trago tuvo que pasar el joven Javier Jiménez en el primero de su lote. Tanto que tuvo que escuchar los tres avisos tras verse incapaz de terminar con el astado con el descabello. El animal fijó sus pitones junto a las tablas, sin espacio para que se ejecutara la suerte, y finalmente fue apuntillado. El público malagueño tuvo la sensibilidad de brindarle una sonora ovación de ánimos que él agradeció. Fue un reconocimiento a su apuesta por agradar ante un toro mansurrón al que fue encelando en un trasteo al que en su conjunto, inevitablemente por la condición del toro, le faltó emoción. La quiso poner el torero con dos manoletinas finales de rodillas aunque, como hemos dicho, luego lo emborronara todo con el verduguillo.

Vista las cosas, en el sexto pareció haber tirado la toalla. La verdad sea dicha, no era para menos, pero la esperanza es lo único que se pierde. Una vez transcurridos los primeros tercios, realmente no había motivo alguno para la ilusión, pese a lo que optó por brindárselo al ganadero malagueño José Luis Martín Lorca. Quiso meterse entre los pitones demostrando valor y ganas, en un arrimón en el que había poco que ganar. Se desquitó esta vez con una buena estocada en lo alto, tirándose a matar con vergüenza torera.

Y así, con una bronca al toro en el arrastre, terminaba un fiasco ganadero rotundo. Un petardo en toda regla del que nos libramos el pasado año cuando se anunció y finalmente no se lidió, pero que, esta vez, parece que era inevitable. Ahora resultaría ventajista decir que era algo que ya se preveía? Lo importante es saber qué tipo de Desafío Ganadero queremos, si éste con ganaderías a la deriva u otro con hierros que han triunfado en años recientes en La Malagueta y no han regresado, caso de Torrestrella en 2015, entre otros.

@danielherrerach