Las figuras del toreo llegaban al coso de La Malagueta, en el primero de los carteles más esperados para la afición. La expectación era máxima, con una buena entrada en los tendidos, por encima de los tres cuartos. Talavante y Roca Rey afrontaban su primer compromiso juntos en la feria, acompañados por un Sebastián Castella que no quería ser telonero. ¡Y tanto que no lo fue!

Por su trayectoria y su condición indudable de figura del toreo, en su máxima expresión en su Francia natal, el diestro de Beziers no quería ser un convidado, y desde el primer momento dejó claro que estaba dispuesto a plantear pelea. Así lo dejó claro al responder al quite que le planteaba Talavante por chicuelinas y una media soberbia. No bajó el nivel de las saltilleras y la revolera de Castella, que optó por un inicio de faena clásico en su tauromaquia, dejándoselo llegar de lejos para instrumentarle tres pases cambiados por la espalda que terminó de caldear el ambiente. El astado de Victoriano del Río metía bien la cara, aunque tendía a irse. Su virtud fue taparle la salida para poder ofrecer los primeros naturales; continuando con derechazos de calidad y mucho gusto. Bien colocado, supo medir la distancia que requería el animal, de más a menos, en un conjunto armónico y elegante que ponía la tarde propicia para que se pudiera disfrutar de una gran tarde de toros.

Como en su primero, en el cuarto de la tarde toreó templado a la verónica con el capote, aunque ya mostró dificultades al colársele por el pitón izquierdo. Igual de mal picado que de bien lidiado, saludó en banderillas Viotti, y llegaba muy suelto a la muleta. En la primera tanda se destapó que tenía movilidad y que transmitía emoción. Si aguantaba, era un toro de triunfo por su casta. Castella no le dudó y comenzaron a sucederse tandas vibrantes por el pitón derecho. El que avisa no es traidor, y por el izquierdo ya le había advertido el burel de salida que no quería nada. Pese a todo, anduvo por allí firme antes de retornar a la diestra donde ya no tenía la misma boyantía. No le permitió redondear la faena, pero lo realizado previamente le sirvió para pasear otro trofeo. Se le pidió un segundo, que habría supuesto la puerta grande, pero la presidencia no la concedió. La colocación de la espada, algo desprendida, fue decisiva para que se tomara esta justa decisión. Pudo haber salido en volandas por la puerta de cuadrillas, pero prefirió ser honesto y abandonar el coso por su propio pie,

También vivió momentos de calidad Talavante con el primero de su lote, al que lanceó a la verónica con suavidad. Estaba cogido con alfileres en cuanto a fuerza se refiere, y lo cuidó en el caballo para no darse coba con la muleta y atacar de inicio con unos naturales larguísimos. El victoriano era más brusco, pero de inicio también repetía los engaños. En su caso, era por el pitón izquierdo por el que se dejaba torear, ya que por el derecho tendía a dar cabezazos y era más molesto. La solución pasaba por volver a coger la franela con la zurda, pero a esas alturas ya quería rajarse y le costaba coger el engaño. Terminó por refugiarse en tablas y frustrar el desarrollo de una faena que se quedó en medias tintas. A punto estuvo de escuchar los tres avisos, ya que tras un pinchazo se echó hasta en cinco ocasiones en las que el tercero de la cuadrilla lo levantó con la puntilla.

Emoción

También con la duda de saber hasta cuando aguantaría el segundo del lote de Talavante, nuevamente se vivieron momentos de emoción en el inicio de la faena con tandas en redondo cargadas de torería. Antes había saludado en banderillas el malagueño Juan José Trujillo, profeta un año más en su tierra tras colocar dos soberbios pares. Su jefe de filas siguió el camino mostrado y aprovechó las virtudes del astado aportando gran elegancia. Por el izquierdo sólo pudimos ver una pincelada de su toreo, ya que como se preveía estaba justo de raza y quiso rehuir de la pelea. A favor de la querencia a tablas, abrevió en rematar la faena y lograr una estocada algo caída que hizo rodar al toro y le permitió pasear otra oreja que incrementa el interés por volverlo a ver el próximo sábado.

Lo mismo sucede con el que ese día 19 también será su compañero de terna. Lo de Roca Rey en su primero, sin premio, fue una demostración del nivel que ha alcanzado este torero en apenas dos temporadas como matador. Resulta asombrosa la dimensión mostrada ante un sobrero grandón y con dos velas por pitones que para nada se lo puso sencillo. El remiendo de Benjumea, era gazapón, y le costaba un mundo repetir en las embestidas. Tremendamente firme, se lo llevó a los medios, le bajó la mano, se la dejó puesta y le obligó a embestir. El torazo se quedaba cada vez más corto, pero el peruano estuvo muy por encima de las circunstancias, perfectamente colocado y así consiguió sacar naturales sueltos de gran mérito. Poniendo su innato valor al servicio del toreo, la faena fue siempre a más para terminar ligando las series y rematando detrás de la cintura. Quizás la dimensión ofrecida por este joven espada fuera una delicatesse para el aficionado más entendido, y pudiera pasar desapercibido para el gran público. No obstante, habría tocado pelo de no haber pinchado.

Aunque el festejo fue largo y se acercó a las tres horas de duración, en conjunto la tarde fue muy amena y mantuvo el interés hasta el final. Y más aún cuando Roca estuvo tremendamente variado con el capote, tanto de inicio como en el quite instrumentado al que cerraba plaza por tafallera, caleserina y remate con la revolera. El silencio tras brindar al público reflejaba la esperanza por ver un broche de oro a un festejo muy interesante en su conjunto. Como si ya hubiera adquirido la maestría de los más grandes, lo quiso ir haciendo poco a poco, sin prisas pero sin pausa. La gente le esperaba, confiaban en él; aunque sólo quedó en detalles cuando el toro se terminó de rajar y se marchó a tablas donde recorrió todos los terrenos en su huida hasta llegar a un injusto final del festejo que no refleja todo lo acontecido con anterioridad.