Fortes afrontaba una de las tardes más importantes de su carrera. Se enfrentaba a seis toros de distintas ganaderías en solitario en la plaza de toros de La Malagueta, en su plaza de toros. Tras su triunfo del año anterior en este mismo coso, por lo que había recibido por la mañana el Estoque de Plata y tras romperse el paseíllo en Capote de Paseo, afrontaba el reto de reivindicarse ante sus paisanos.

De lila y oro, encabezaba a las siete en punto de la tarde el camino hacia la gloria. La senda no era sencilla, al igual que no lo está siendo su carrera hasta ahora. Pero este torero malagueño ya está curtido en mil batallas, y dos años justo después de renacer en Vitigudino, se enfrentaba directamente a la muerte con la esperanza de cobrar su recompensa ante tanto esfuerzo. Estuvo a la altura de las circunstancias, pagando incluso con sangre su empeño, pero las cotas esperadas no se alcanzaron.

Despejado de mente, firme en sus decisiones, no rehuía la pelea y antes de que el primero saliera por la puerta de chiqueros ya estaba postrado de rodillas para recibirlo a porta gayola. Fue la primera vez que tuvo que apretar los dientes, y sentía pasar cerca los pitones de un toro, en este caso de la ganadería de Virgen María. La poca fuerza fue la seña de este astado, lo que le hacía protestar por el pitón derecho. Por el otro se los tragaba mejor de inicio, pero no tenía el empuje necesario. Tuvo que aguantar sus parones, concluyendo en las cercanías con un circular invertido y un pase cambiado por la espalda. El público, no muy numeroso pero tremendamente cariñoso, pidió una oreja que habría sido generosa pero podría haberle permitido afrontar de otro modo el resto del festejo.

También se pidió un trofeo que tampoco fue atendido por la presidenta en el segundo, en este caso con el hierro de La Palmosilla. Fue un toro con más nobleza, al que quiso lucir con el capote al llevarlo al caballo muy torero por chicuelinas al paso y posteriormente con un quite por delantales que quedó deslucido al perder las manos el animal. Sorprendentemente, se plantó de rodillas en el tercio, se enroscó la muleta cual cartucho de pescado, y lo citó de lejos para templarle tres derechazos antes de ponerse de pie. Apostó por el pitón izquierdo con naturales en los que se pasó los pitones muy cerca de los muslos. Muy torero, supo jugar con los tiempos para que el burel aguantara, dando contenido entre las tandas. Asombrosamente relajado con naturales a pies juntos, la pena fue que al toro cada vez le costara más perseguir la franela y que la espada no entrara como debiera.

Con dos vueltas al ruedo, había mucha confianza en el tercero de Victoriano del Río, un toro con casi seis años que no respondió a lo que se esperaba de su reata. Pudo acusar una costalada tras salir del caballo, y también la deficiente lidia que se le aplicó. Le tocó al matador corregir su incómodo cabeceo, algo que no consiguió por lo que las primeras tandas al natural resultaron más enganchadas de lo deseable. Cuando lo probó por el derecho ya estaba completamente desfondado y la imposibilidad de cuajar faena pudo caer como un jarro de agua fría.

Pasado el ecuador, Fortes quiso hacer borrón y cuenta nueva. Llegaba la gran apuesta ganadera con el toro de Victorino Martín, que fue ovacionado de salida. Fue un buen colaborador, necesario para poder dar ese cambio de rumbo que se necesitaba. Tras arrancarse de lejos en el caballo, en el inicio de faena se constató que embestía largo y con la cara abajo. Rompía con la tanda más rotunda por la derecha, consiguiendo enroscárselo mucho en la cintura. Por el pitón izquierdo se quedaba más corto, y tenía que tirar él del burel para obligarle a embestir. Parecía que se perdía la intensidad y la continuidad, pero pronto se recobró el nivel con la diestra en una labor con cites suaves y lances templados que fue a más hasta el epílogo a pies juntos. La mala suerte hizo que resbalara la espada y que cayera encima del morrillo; consiguiendo posteriormente una estocada tendida que le permitía, por fin, pasear una oreja. La sorpresa llegaba cuando tenía que entrar en la enfermería para ser atendido de una cornada de quince centímetros en el muslo izquierdo por lo que tendría que volver para ser intervenido a la conclusión del festejo. La incertidumbre quedaba resuelta cuando se comunicaba que volvería a salir en unos minutos. Quedaban dos toros, y la puerta grande estaba aún al alcance de su mano. Un cuarto de hora después estaba ante un burel muy serio de José Vázquez que salió suelto y flojeó. Manso total. Se lo brindó a su padre, con la esperanza de que se dejara un poco. Pero era un mulo. Se puso en el sitio, y no quedó otra que ir sacándole los muletazos de uno a uno por los dos pitones, intentando que no saliera suelto y aprovechando la querencia a tablas.

El colmo de las fatalidades llegó cuando el sexto de Jandilla se partió un pitón. Hubo sensibilidad al devolverlo a los corrales, saliendo un sobrero de El Ventorrillo. Quiso mostrar variedad sacando una silla de anea para darle dos muletazos por alto sentado. No terminó de romper el animal, que fue a menos y desarrollando complicaciones. Como reconocimiento a su esfuerzo y al pundonor durante toda la tarde, se le premió con otro trofeo tras una estocada. Era la constatación de que la afición de Málaga quiere a su torero y le mostraba su respeto tras una tarde en la que, por espadas o por el juego de los astados, la gran apuesta no logró el golpe de efecto que se deseaba.