Exactamente, ¿qué feria queremos cuando hablamos de la Feria de Málaga? Concretamente, me refiero a la fiesta del centro, que es la que, cada año, por estas fechas, se lleva los palos y los tuits. A mí me da la sensación de que a veces nos pasamos de exquisitos: por supuesto, no avalo los desfases, no me gusta ver en cualquier rincón vómitos que descompondrían hasta a un miembro del CSI, tampoco soy demasiado fan del perreo sudoroso en la Plaza de la Constitución, ni de ver a a familias con peques bailando a tope el 'Alcohol, alcohol, alcohol' y me da hasta vergüenza ajena comprobar la estupidez a la que llegamos ofuscados por el sol y otras sustancias.

Pero, concretamente, ¿cuál es el concepto de fiesta popular qué tenemos y buscamos? Me lo pregunto siempre cuando llega la Feria porque creo que andamos un poco despistados, como si quisiéramos ir a una romería y no tener que oler a bosta de caballo.

Yo pasé muchos veranos en un pequeño pueblo de Guadalajara, mi pueblo, Huérmeces del Cerro. Llamarlo pueblo es exagerarlo: el censo en 2017 contaba 47 habitantes (casi todos son familiares míos, claro), pero en verano en sus fiestas patronales, siempre tiene un ambiente curioso con muchos madrileños pululando por ahí. Y desde chico, aprovechando que mis padres se ponían más laxos con uno, iba a la plaza del pueblo a contemplar el cachondeo. ¿Y saben qué? Que también había vómitos, algún comportamiento demasiado 'alegre', suciedad y mal olor general (evidentemente, todo redimensionado: insisto, hablamos de un pueblo con 47 habitantes censados).

Resulta hasta encantador hablar de fiestas populares, como si fuera un concepto acuñado por Labordeta para su mítico 'Un país en la mochila'; pero hasta la fiesta popular más modesta y nimia tiene su lado menos encantador. En las fiestas nos desinhibimos, nos descorsetamos y dejamos al aire lo que somos, nuestra humanidad. Y la humanidad huele, siempre (por eso, supongo que la peste tiene un sinónimo en la expresión oler a humanidad

Mientras tanto, los efluvios de todo tipo nublan la vista de los asuntos realmente importantes: como, por ejemplo, los frecuentes cortes de luz de estos días en el Centro Histórico (el sábado, unos cuatro, dos a primera hora y otros tantos por la noche), que demuestran a las claras que la ciudad está jugando demasiado al límite de sus posibilidades, o que las tradiciones, como el encendido del Cortijo de Torres, empiecen a estar patrocinadas, porque el Ayuntamiento ha decidido vender hasta las enaguas de las verdialeras en pos de un progreso que es el de unos cuantos. Nos estamos convirtiendo en un videoclip cutre de nosotros mismos, de nuestra vida, y vosotros preocupados por unos borrachos. Así nos va la fiesta.