Un desfile ecuestre, al ritmo de los cascabeles y el trote de los caballos, despierta todos los mediodías en el Real el lado más familiar y tradicional de la Feria. Es la cara de esta celebración que recupera los valores malagueños, más difuminados en la fiesta del Centro Histórico. Durante toda la semana, una colorida estampa llena de caballos, enganches, jinetes, volantes y trajes tradicionales se ofrece como un reclamo que cada vez atrae a más curiosos a redescubrir esta feria.

«El ambiente por el día es muy familiar: caballos, niños, comida y amigos», comenta Antonio Muñoz, que acude a esta feria acompañado de su mujer y sus hijos todos los años. «Como buenos malagueños, combinamos la del Centro con la del Real», puntualiza. «Ahora vamos a ir a comer, beber y disfrutar y, por la noche, ya montaremos a los niños en los cacharros», explica.

Los caballos pasean por el Real de doce de la mañana a ocho de la tarde, sin embargo, este recinto alarga su fiesta hasta las diez de la noche, cuando la emoción por lo ecuestre se traslada a su propio centro de exhibiciones, un espacio de 2.000 metros que ayer contó con dos espectáculos.

Un ambiente tanto para los los que buscan acercarse por primera vez a los caballos como para sus expertos dueños, que los cuidan durante todo el año para llevarlos allí. Es el caso de Kayla Román, una caballista de tan solo quince años, que ya es la segunda vez que trae a su caballo a esta feria. «Mi abuelo es el que me ha inculcado esta afición a los caballos, le hacía mucha ilusión venir», explica Román. Ella asegura que lo que más le gusta de la Feria del Real es «la cercanía de la gente» y lo cálida que se siente en su provincia.

Una tradición que mantienen muchas familias, como la de Fernando Moreno, que monta a su propio caballo junto a sus nietos. «Yo no voy a otra feria más que a ésta, aquí se está muy bien», afirma. «Ésta es la tradición, si no hay caballos la Feria no es lo mismo», comenta otro jinete, Juan Moyano.

«En comparación con otras ferias, como la de Sevilla o Jerez, aunque sean más grandes que la nuestra, la hospitalidad que hay aquí en Málaga no la hay en otro sitio», destaca José Bonald, mayoral de la Peña Caballista Monteclaro, que cuenta con una larga historia en las mañanas y tardes del Real. «En Málaga, en cualquier caseta puedes entrar y comer, nadie te va a poner impedimento para que pases», comenta.

Unas casetas, refugio del calor y descanso de la pesadez de los vestidos, en las que la música suena desde la mañana hasta la madrugada. «Miércoles, viernes y sábado serán los días más fuertes del Real», comenta Bonald. «Empieza a haber más afluencia de gente sobre las cuatro o cinco y se suele relajar sobre las ocho, hasta que empieza la otra fiesta a las once o doce», explica Javier Carmona, un camarero que lleva seis años trabajando en el Real. «Mucho jaleo», concluye sin salir del otro lado de la barra.

La mayoría son familias, pero también cada vez más extranjeros van a descubrir esta parte de la Feria. «Siempre hay muchos extranjeros, les llama mucho la atención», comenta Bonald.

Los que repiten todos los años, destacan las condiciones del recinto. «Nos gusta el ambiente de aquí porque está todo muy bien organizado, puedes venir a caballo y disfrutar del día tranquilamente. Todo el mundo tiene su seguro, todos tienen que conseguir su pase y todos vienen bien vestidos», explica Marisa Calderón, una caballista de la Axarquía que acude a esta Feria con vestido de gitana y a lomos de su yegua, junto a su pareja. «Ferias de día para disfrutar con el caballo como esta de Málaga, no hay otra», concluye.

Caballería, fiesta y gastronomía que se fusionan de forma especial en esta Feria, que tras las noches del Real, vuelve a la tradición de Málaga.