Las corridas mixtas suelen ser cuestionadas por los aficionados, a muchos de los cuales no les agrada que el rejoneador ejerza de telonero a los aficionados a pie. Si el que abre cartel es Diego Ventura, evidentemente, sería una falta de respeto el usar ese calificativo a su presencia.

Este viernesen La Malagueta fue un elemento fundamental para que el festejo no fuera un auténtico fiasco. En sus dos toros ratificó que se encuentra en un momento dulce. Tuvo enfrente dos animales de la ganadería portuguesa de Guiomar Cortés de Moura que le ayudaron al triunfo, siguiendo con clase sus cabalgaduras y permitiéndose firmar dos obras de calidad. Si buena fue la primera, la segunda fue soberbia.

Al que abría plaza, que salió suelto y desentendido de salida, lo fue encelando con Nazarí para comenzar a caldear el ambiente al mostrarse espléndido a la hora de ir cambiándole los terrenos, marcándole la velocidad exacta que precisaba antes de que el caballo le pusiera los pechos en los pitones para clavar las banderillas en los mismos medios. Con Lío subió aún más el nivel cuando se lo dejó venir a tablas y sólo en el último instante quebró para colocar el castigo. Las tres banderillas cortas al violín con asombrosa facilidad provocaron la locura, premiada con una oreja tras un rejón trasero y caído.

Si llega a matar al cuarto de la tarde nos tenemos que ir todos al manicomio. Ventura entusiasmó a todos, incluso a los que presumen de no gustarle el rejoneo. Desde el recibo campero con la garrocha a lomos de Lambrusco y hasta las dos rosas que clavaba con Remate. Sólo faltó precisamente ese fundamental remate con el rejón de muerte. Entre tanto, con Fino lo enceló con la cola, sin dejar que nunca le tocara, en un gran espectáculo de doma y de toreo, que no olvidemos que es de lo que se trata ante todo. Sus cambios de terrenos y sus salidas por los adentros antes de clavar arriba entusiasmaron, como emocionaron las banderillas al quiebro pegadas a tablas. Colocado siempre a la perfección, con Bronce tampoco se alivió y nunca clavó a la grupa. El público, en pie, respondía a Lobato, que también parecía andar erguido sobre sus dos patas; aunque lo asombroso, lo nunca visto, sucedía cuando le quitaba el cabezal a Dólar que sin ser guiado por su jinete se dirigía valeroso a la cara del toro para que Ventura colocara dos nuevas banderillas. Fue un alboroto absoluto, una muestra de poder absoluto, que podía haber alcanzado cotas extraordinarias si no hubiera precisado de tres descabellos tras medio rejón de muerte. Pese a todo, fue despedido con una clamorosa ovación y el grito de torero, torero.

Enrique Ponce, que recibía tras romperse el paseíllo el Capote de Paseo como triunfador de la feria del pasado año de manos del alcalde Francisco de la Torre, es también un maestro del toreo. Bajarlo de catedrático sería miserable. Este viernes, ejerció más bien de sanitario para mantener el pie al inválido segundo de El Vellosino, un gigante desproporcionado al que recibía con el capote a la verónica para rematar con dos medias despaciosas. El burel siempre parado, simplemente pasaba. Tras brindar a sus compadres Javier Conde y Estrella Morente, se dispuso a enseñarle a embestir. En su veteranía, ve toro en cualquier parte, y con la suavidad de sus muñecas fue enseñándole el camino. Pidió paciencia cuando perdió las manos, pero se impacientó cuando fue desarmado. Inconformista, aprovechó su sabiduría para ir sacándole los pases de uno en uno y extraer algo de provecho a un toro que solo fue apariencia.

Su punto negro toda la tarde fue la espada, al igual que sucedería en su segundo, un manso de La Palmosilla que tomaba la muleta con la cara alta y siempre fue a su aire. Ponce le consintió y por eso no quiso sacarlo más allá del tercio. Le aguantó los topetazos y, de repente ¡magia!, lo metió en el engaño en una tanda en redondo a media altura. Empleó molinetes como recurso para alargar la embestida, y cuando ya no servía eso le retrasó la franela para aprovechar el poco recorrido que le quedaba. Siempre para el toro, pero sin toro, sólo probó el pitón izquierdo cuando se le recriminó desde el tendido; haciendo amago de mostrar lo malo que era por ahí. Dos ovaciones dejan todas las esperanzas en revivir una gran tarde del valenciano en la corrida estrella de la feria del próximo sábado.

Y el Juli... ¿dónde estuvo El Juli? Desconfiado, dejó su más pobre actuación por La Malagueta en muchos años, una plaza que a lo largo de su carrera nunca se le ha dado excesivamente bien. Como máxima figura del toreo, hay que reprocharle que escogiera venir con la corrida de El Vellosino, de juego desastroso y peor presencia. Apático y desconfiado, no justificó su estatus en una falta de compromiso absoluta. No quiso ver a sus toros, ni al que él había traído ni al que le trajeron porque los suyos no servían. Quizás deba meditar que todos sus males no vienen del palco y los corrales.