La de ayer dicen que fue la segunda entrega del Desafío Taurino de esta feria. Al menos así lo anunciaron por megafonía al inicio del festejo, porque en la práctica la suerte de varas estuvo tan desaparecida como lamentablemente lo suele estar siempre€

La desigual corrida de Santiago Domecq no pudo superar al completo el reconocimiento veterinario, precisando un remiendo, y dando un juego que no hacía gala de ser un dechado de bravura. Decepcionaron los toros que, si bien no ofrecieron complicaciones excesivas a los matadores, tampoco colaboraron en la elaboración de grandes obras de arte. Con todo, Alberto López Simón consiguió pasear una oreja de cada uno de sus toros. Con circunstancias como la de ayer se agradece la catalogación de primera de La Malagueta, tan cuestionada en otros aspectos, y que exige que se obtengan dos trofeos de un mismo toro para salir por la Puerta Grande. A todas luces, este privilegio habría sido injusto a tenor de lo visto. Sin duda, no es que fuera un triunfo para recordar, pero su perseverancia le hizo tocar pelo en hasta dos ocasiones. La primera fue ante un burel sin fuerza ni codicia al que comenzó a torear de rodillas por alto, apretándole en dos ocasiones por el pitón derecho. Luego, sin embargo, fue el pitón más potable de un animal descastado, con media embestida, y con el que en la primera fase de la faena solo sorprendió en un pase cambiado por la espalda. El de Domecq pasaba como si no fuera con él, lo que hacía imposible que surgiera la emoción. Mejoró su colocación conforme avanzaba la lidia y, mientras prolongaba sin aparente sentido, en un arreón de manso el toro se lo llevó por delante. La estocada completa, aunque algo atravesada, y el agradecimiento del público a su empeño por sacar de donde no había, fue generosamente premiado por una Malagueta irreconocible por momentos.

Su segundo fue un flojo de salida que fue claudicando en los primeros tercios. Siguió igual al llegar a la muleta que le mostraba el diestro madrileño, que comenzaba con ayudados por alto y descubrió que en la media altura había opción para potenciar su nobleza para lograr tandas de derechazos jaleadas. Templado, fue tapando la deslucida condición del inválido. Por el pitón izquierdo ni siquiera quería pasar, pese a lo que no desistió en un trasteo valeroso metido entre los pitones. Al final le obligó a pasar por donde no quería e incluso pudo instrumentarle manoletinas. Su actitud le valió para ganarse el beneplácito de La Malagueta y sumar el segundo trofeo después de haber extraído gotas de petróleo de un pozo seco.

La torería la puso Ginés Marín ante el tercero de la tarde, el más noble del encierro pero con la misma falta de fuerzas. Enlazó verónicas con chicuelinas y remató con una revolera mirando al tendido de inicio; para llevarlo garboso al caballo donde se le midió mucho para no quebrantarle. También fue estético el comienzo de la faena con ayudados por alto. Sabedor de su buen fondo, quiso cuidarlo, darle sus tiempos y no atacarle para evitar que se rajara antes de tiempo. Consiguió que no le tocara los engaños, y poco a poco fue recogiendo sus frutos con una buena tanda en redondo. Fue ese pitón derecho por el que se fundamentó una labor parsimoniosa que concluía en las cercanías y con manoletinas de cierre. Se le pidió la oreja, pero en este caso la presidenta no consideró que se hiciera de forma mayoritaria y el reconocimiento se limitó a una vuelta al ruedo.

El sexto, por su parte, fue un toro de imponente presencia, armado con dos perchas hacia arriba que le daban máxima seriedad a todo lo que se hiciera ante él. Se estiraba nuevamente con el percal, pero pronto se apreció que su fortaleza era simple apariencia. Se defendió con ásperos derrotes al final de cada embestida, y el extremeño no se sintió a gusto con él en ningún momento. Era un toro muy incómodo para estar delante de él, y lo fue siendo cada vez más conforme pasaban los minutos. Quizás lo más sensato hubiera sido irse rápido a por la espada, pero prefirió seguir escarbando como había hecho anteriormente su compañero López Simón; aunque esta vez ya no había nada que rascar€

Abría plaza un remiendo de la ganadería de Toros de la Plata con un impresentable pitón izquierdo, escobillado a su salida de los chiqueros. Pudo haber sido una excusa para devolverlo a los corrales, visto además a las primeras de cambio que acusaba una evidente falta de fuerzas. Tras el desastroso juego de esa ganadería en la novillada, se le premiaba con la lidia de este toro y con dos sobreros más del mismo hierro en los chiqueros, algo que no acaba de entenderse. El Fandi cumplió con su repertorio en banderillas, con las ventajas habituales a la hora del embroque, y sobresaliendo con el cierre del violín. Una ovación sin pasión fue la respuesta a su tercio fuerte. Con la muleta optó por un inapropiado comienzo de rodillas que hizo rodar al burel. Estaba cantado, y se repitió la penosa imagen de ver a lo que se supone un toro bravo claudicando por el albero. Con esto, el granadino le andó por la cara sin espíritu ninguno ante un oponente manso, parado y moribundo.

Más brío de salida demostró su segundo, ya del hierro titular, ante el que se mostró variado y bullidor con el capote. Nuevamente fue el violín el único par que despertó pasiones en los tendidos, muy lejos de la locura que antaño provocaba el granadino. Brindó sus dos oponentes a su público y a la sufrida afición, y en este caso se lo sacó al tercio para desarrollar allí una faena acelerada y brusca, toreando siempre hacia fuera en un trasteo intrascendente ante un animal carente de clase alguna.

@danielherrerach