Cada noche, después de la corrida, un colorido grupo se reúne en la terraza del Bar Flor, taurinísima cafetería junto a la plaza de La Malagueta de Málaga. Se trata de una tertulia de aficionados extranjeros que viajan de feria en feria cada temporada, y que en agosto aterrizan en la Costa del Sol.

«Fue en este lugar, en agosto de 1980, la víspera de una corrida en la que reapareció Manuel Benítez El Cordobés, cuando conocí a Lenny Freedman», señala el aficionado holandés Pieter Hildering. «Recuerdo a un taxista londinense, cuyo tiempo parecía haberse detenido desde los años sesenta», señala para describirlo con su habitual vestir en jeans muy cortos y zuecos, así como su cabello despeinado. En sus orejas, su cuello y sus dedos, Lenny exhibía una impresionante colección de plata con la prominente presencia de la estrella de David.

Hombre de mundo, había vivido en casi todos los países europeos, así como en los kibbutz israelíes y había viajado por los continentes africano y americano. Es por eso que, a menudo, acentuaba sus historias con frases como «ese fue el año en que viví en Johannesburgo...».

Miembro del Club Taurino of London desde su fundación, (y expulsado de él durante un breve plazo) Freedman había estado yendo a los toros desde finales de los años cincuenta. Se convirtió en un gran admirador de Antonio Bienvenida, un torero que había dejado una impresión eterna en la mente del joven inglés. Curro Romero fue otro matador admirado por él.

Su peregrinaje anual a las ferias taurinas comenzaba generalmente en Sevilla. A veces estaba en Madrid por las corridas de San Isidro. Pasaba los meses de verano en Bilbao y Málaga, habitualmente seguidos por la feria de Almería; después de la cual siempre se tomaba un tiempo para ver algunas novilladas en las plazas de los pueblos alrededor de la capital (sobre todo la de Arganda del Rey) antes de regresar a Londres.

Lenny Freedman murió el pasado 30 de abril. En los últimos años y, debido a su delicada salud, su horizonte de ver festejos había disminuido. «Se cansaba pronto, y los viajes se convirtieron en un esfuerzo tedioso y, a veces, doloroso», indica su amigo Hildering. Ahora únicamente visitaba la Feria de Málaga y, después del festejo taurino, como había hecho durante tantos años, pasaba las horas en la terraza de la Cafetería Bar Flor.

Muerte

«Fumaba como una chimenea, pero en los casi cuarenta años que lo conocí, ¡no recuerdo haberle visto beber alcohol!», señala el aficionado holandés, quien ha promovido para cuatro meses después de su muerte, en el 22 de agosto, un nuevo encuentro de este internacional de aficionados a los toros para recordar a este insigne aficionado en su lugar predilecto de tertulia. En el exterior de su querida Cafetería Bar Flor, y con la presencia de miembros de su familia, desvelarán una placa de bronce, conmemorando la gran afición taurina y su amistad con Málaga y su plaza de toros. «En el centro de la reunión habrá un pequeño cojín plano, morado y con rayas azules. Era la almohadilla que usaba en la plaza y que heredé especialmente para la ocasión», recuerda emocionado Pieter Hildering.