Tal y como las coloridas cintas de la Diosa de Málaga reposan sobre tierra malacitana en la composición de Fátima Giménez Miralles, la noche cae en el Real Cortijo de Torres, que aprovecha la ocasión para enguatarse en su traje de luces, compuesto por un par de millones de bombillas y alguna más.

Según se hace la oscuridad por el sol que se oculta, paradójicamente el Real se ilumina y se llena de contrastes. Como puntos cardinales, tres en concreto: los cacharritos, las casetas y lo que el Ayuntamiento se empeña en denominar Zona de la Juventud, aunque nunca haya pasado de botellón, rebosante, eso sí, de miles de jóvenes más atentos a la conversación mantenida que al pobre DJ que se afana por animar un cotarro que ya está animado.

A estas alturas, los volantes y las peinetas ya están prácticamente extinguidas, la mayoría de ellas no pasan del turno vespertino. Solo las más valientes se mantienen enfundadas aún en el uniforme oficial de la Feria de Málaga, aunque algunas ya sin pendientes, o sin flor, o sin ganas. El toque de la Andalucía de latifundio se ha marchado con los caballistas y las familias hacen su última parada del día: los cacharritos, esa zona cargada de estímulos visuales y sonoros que te invita a probar la adrenalina al ritmo de Estopa.

Para los más pequeños, las preferencias apuntan al tren de la bruja como claro favorito, además de hacerse, como mínimo, con un globo, una pistola de burbujas y tres peluches, para la ruina de los progenitores. Por otro lado, los más mayores optan por los coches de choque, la noria o cualquier atracción que se apode como Extreme, XXL, Giant... en resumen, algo que dé vértigo con tan solo observarlo desde el suelo.

Y cuando hablamos de Real, hablamos de costumbre, aunque de noche resulta más difícil encontrarla, más allá de los rituales de cada uno: casetas-cacharritos-papa asada, auditorio-campero-casetas-churros, zona de la juventud-casetas-buñuelos... Las combinaciones son infinitas, pero no hablamos de eso, sino de tradición, algo que año tras año se repite y se mantiene intacto, algo que se ha retratado durante décadas, ya sea con la máquina de carrete o con el smartphone. Nos referimos al vetusto puesto de mazorcas de maíz que todavía sigue compitiendo con la era de la Nutella y el Kinder Bueno.

«Esto es lo típico de todos los años. Solo se pone en Feria, porque ni en Semana Santa tenemos. Nadie se va de la Feria sin comerse una mazorca, eso está visto y comprobado», garantiza José María, un feriante de nacimiento que lleva 27 años despachando mazorcas de maíz junto a su familia.

En definitiva, reminiscencia histórica y testigo directo de la Gran Fiesta del Verano en la que nuestros abuelos aún eran unos críos.

Bailar, plan estrella

Calle arriba, las casetas. De mitad para abajo peñas, de mitad para arriba delegaciones territoriales de toda suerte de firmas discotequeras: Gold, Malafama, Maná, Colega... y otras menos afranquiciadas pero que también invitan a echarse un baile: Candela, El Embrujao, Contando lunares... Se nota en el ambiente el ocaso del puente cuyo público de riesgo son precisamente los moradores de las peñas, el público adulto, que apura los últimos retazos de esta pausa de tres días en la rutina del día a día. Muchos niños duermen ya en sus carritos o incluso en un improvisado catre entre dos sillas, pero aún así y pese a la incipiente depresión posvacacional, todavía sobran ganas para tocar las palmas y continuar con la coreografía, desde una sevillana de los Amigos de Gines hasta La Gozadera de Gente de Zona y alguna cosa de Don Patricio, autor de la banda sonora de este verano.

Así, las calles se van atestando a medida que se avanza y se dejan las atracciones a la espalda. El paso comienza a verse entrecortado por largas filas humanas que aguardan pacientemente para entrar en alguno de los garitos en los que los bajos reverberan de esquina a esquina y hacen que el suelo vibre bajo los pies, que ya van cogiendo el ritmo a medida que se aproximan a la puerta de entrada.

Sin duda, el Real acoge tanto a los que están dando sus últimos coletazos feriantes del día como a los que acaban de zambullirse en el ambiente, sin excepciones. Pasado el ecuador de estos festejos tan esperados más vale coger impulso y apurar lo que se pueda.