"Ahora sólo soy una ciudadana de a pie, que es lo que quiero y como mejor me siento". Fiel a la decisión que tomó hace décadas, Pepa Flores evade profundizar sobre su etapa de estrella infantil, aunque ayuda al autor a hacer un recorrido por sus películas en "Marisol", una biografía que acaba de publicar la editorial T&B.

"Yo no hubiera sido actriz ni nada. Lo que quería era ser bailarina", confiesa la artista a José Aguilar, pero su desparpajo frente a la cámara y sus ojos azules le envolvieron en una espiral de rodajes, viajes y actos sociales que cambiaron su destino para siempre.

Todo cambió después de que sus padres autorizaran a Pepita -como la conocían cuando era niña- a viajar a Madrid junto al grupo de Coros y Danzas en el que comenzó a actuar, y con el que la conoció su entonces mentor Manuel Goyanes.

Fue el primer paso para aquel "Un rayo de luz" que la dio a conocer, y que activó una maquinaria a contra reloj de la adolescencia -en su primera película tenía ya 11 años- que entre 1960 y 1965 le llevó a grabar "Ha llegado un ángel", "Tómbola", "Marisol rumbo a Río", "La nueva cenicienta", "La historia de Bienvenido", "Búscame a esa chica" y "Cabriola".

Después, como recuerda Pepa Flores, la máquina se quejó y hubo que parar. "Me quedé sin voz antes de rodar "Las cuatro bodas de Marisol, me quedé muda. Claro que de eso no se enteró nadie", comenta a Aguilar.

Todas las niñas querían ser como ella, todos los padres que fuera su hija y la industria convirtió su inspiradora presencia en álbumes de cromos, postales, vinilos, y hasta en muñeca.

Pero a pesar de añorar "la vida sencilla de cualquier niña", fueron años llenos de emociones para Marisol. Sus primeros trabajos le permitieron conocer a Joselito, otro de los niños prodigio de la época al que ella había admirado y con quien entabló una buena amistad que continuó por carta, según comenta el cantante.

También sacó a su padre de la tienda de ultramarinos que regentaba y lo hizo propietario de un autobús que bautizó como "Un rayo de luz", y que estaba destinado a hacer excursiones por aquella Málaga a la que Marisol volvía ahora en Rolls Royce.

Pero, además, aquella época le sirvió para conocer a multitud de personalidades entre las que recuerda con cariño a Alain Delon, de quien Pepa confiesa que "cuando ya era Marisol dormía con una foto suya debajo de la almohada".

Plagado de fotos, tanto de su niñez como de su etapa adulta, programas y carteles de cine, el libro desvela la trascendencia mundial que tuvo la pequeña en sus primeros años en que sus películas se vieron desde Angola a Japón o Sudáfrica, y donde la pequeña hacía furor con sus visitas.

Era la mejor embajadora de España y, como es conocido, hasta las nietas de Franco la requerían las tardes de los domingos en El Pardo para tomar un chocolate.

Una relación con el Régimen que nada tuvo que ver con el cine comprometido política e intelectualmente con sus ideas de izquierdas que hizo cuando creció.

Había crecido y estaba decidida a tomar las riendas de su vida; aquella niña rubia vestida de flamenca llegaba incluso a posar desnuda para la revista Interviú, pero harta de la popularidad sin límites Pepa Flores borró a Marisol y se refugió en el anonimato.