El primer concierto del ciclo Terral, el de The Magnetic Fields, fue una cita rara en un cartel dirigido principalmente a un público adulto y de cómoda sensibilidad (que nadie se dé por aludido). El segundo recital del programa trajo ayer a la canadiense Diana Krall presentando el disco recopilatorio de sus quince años de carrera, publicado el año pasado, y viendo su actuación era fácil entender el éxito comercial del jazz que practica.

La profundidad de su voz no alcanza la hondura de las canciones que interpreta. No lo hizo con desgana, no le faltó convicción ni técnica, pero no logró alterar el ambiente apacible del teatro.

Apacible

Se mostró cercana desde que pisó el escenario y, aún atada a su piano, fue posible la comunicación. Hubo mención a la Eurocopa y la victoria española: vivió en España los momentos de euforia futbolística. Habló de sus hijos, de su recién descubierta afición al fútbol y de los problemas de llevarlos de gira; hasta se refirió a su marido, Elvis Costello. Por cierto, quizá alguien convence a los artistas que actúan en el teatro municipal de que no es el público español quien lo llena, los discursos en inglés son cada vez más abundantes y fluidos.

Diana Krall ofreció una velada apacible, dejando en ocasiones que el contrabajo de Robert Hurst, incomprensiblemente escondido tras su piano (bonita melena la de Krall, bien visible durante los solos del músico) le robara protagonismo. No le faltaron los aplausos ni las ovaciones de complicidad, todo parecía fácil. Volver a casa, sin la agitación de haber descubierto un nuevo significado en frases poéticamente enlazadas, lo fue.