El mundo del toro es curioso, demasiado curioso habría que enfatizar. Para navegar entre sus gentes, las más de las veces es conveniente forzar una mueca que delate sonrisa, en lugar de coger un cabreo monumental a cuenta del descaro que tienen muchos de los personajes que lo forman para impartir, no ya su dogma, sino las reglas que según ellos deberían regir para que les sea más fácil recaudar sus particulares intereses.

Como no podía ser de otra manera, en este año de sobresaltos para mercaderes, toreros acomodaticios y demás personajillos que buscan sobrevivir haciendo como que medran, el objetivo de sus iras y desazones sigue siendo José Tomás. Cuando se aproxima su reaparición en Santander el próximo día 23, los mismos que a raíz del golpe de Madrid -siete orejas en dos tardes en Las Ventas no son fáciles de digerir-, hicieron como que aceptaban la supremacía del torero de Galapagar, otra vez vuelven a la carga. Ahora para señalarlo con el dedo acusador de que es culpable de todos los males de la fiesta utilizando el siempre demagógico pero tremendamente rentable argumento de que "cobra mucho". La maldad, o lo que es casi peor, la estupidez de estas gentes no tiene límites.

Todo menos explicar que es el único torero capaz de llenar cualquier plaza en cualquier fecha con compañeros de ínfimo atractivo. Todo menos decir que son los empresarios los que impiden que se anuncie junto a los gallitos que presumen de lucir espolones de figura pero que por su comportamiento cobardica demuestran que ya los tienen romos. Todo menos reconocerle a JT que ha llegado a remover un gallinero que dormía plácidamente el sueño de la mediocridad instalado en un sistema informativo que ya, ya.

Porque, señores, si se quieren poner exigentes y estrictos háganlo por derecho, sin tapujos ni componendas ni tampoco favoritismos. Comiencen por analizar mismamente la corrida del pasado miércoles de Pamplona, en la que un excelente encierro de Fuente Ymbro, que fue en su conjunto bravo y rico en matices, y que se fue al desolladero con diez de las doce orejas que se le pudieron cortar. ¿Porqué no lo hacen? ¿Demasiado que perder?

Digamos que esa corrida la despacharon tres de los toreros con mayor predicamento entre crítica y empresariado: El Cid, que cortó una oreja al bonancible primero, y que no se las cortó al excelente cuarto porque una vez más miró más de la cuenta las puntas de los pitones que el hoyo de la agujas, además de no haber estado todo lo centrado que la calidad del toro exigía.

Sebastián Castella, era otro de los nombres ilustres anunciados. Reaparecía de una cornada y acabó recibiendo otra del sobrero corrido en quinto lugar -le rompió la bolsa escrotal-, y que por ello no seremos nosotros los que digamos que es un suicida, temerario o un tonto. Y sí dejar constancia que el esfuerzo que hizo el francés, no le dio el resultado que esperaba. Tendrá que esperar a recuperar la ilusión que parece haber perdido.

El tercer hombre, era Miguel Ángel Perera. Un torero que rebosa firmeza y decisión, pero que ante el bravo y noble sexto, abusó de torear descargando excesivamente la pierna contraria, lo que impidió que se emocionaran los aficionados, entre los que seguramente se encuentra el presidente que le negó la segunda oreja, y que por tal decisión hemos leído todo un rosario de perlas envenenadas. Si hay que ser analíticos y críticos hasta rozar límites de lo personal, hagámoslo con mesura pero con seriedad y equidad. Dejémonos de campañas insidiosas. Por el bien de la fiesta, hagámoslo.

Ventorrillo, que gran turrón. No es una marca de turrón, pero podría serlo. Puro Xixona. Los seis toros lidiados el pasado jueves en Pamplona de la ganadería que con tan buen tino hizo Paco Medina, y que desde hace tres años pertenece al constructor Fidel Sanromán, dieron pleno sentido a la denominación ´Feria del Toro´ que luce la capital navarra por San Fermín. Por presentación, seriedad, casta y bravura, duración, nobleza y fijeza, los seis ejemplares, unos más que otros, destacando sobre todos los tercero, cuarto y sexto, reivindicaron plenamente la estirpe del toro de lidia. La terna compuesta por Antonio Ferrera, Juan Bautista y Salvador Cortés, éste a pesar de lucir en vuelta al ruedo una oreja del sexto, no estuvieron a la altura del encierro. Ferrera y Cortés, haciendo gala de generosos esfuerzos, agotaron todo su repertorio mas no consiguieron recaudar el botín que sus toros le ofrecían con franciscana bondad a pesar de su excesiva romana. Peor para ellos. Por su parte, Juan Bautista, con el lote menos lucido, naufragó sin paliativos. Cruda realidad.