"Ahora sí que muero". Ésas fueron las últimas palabras de un artista al que no paró absolutamente nada. Fiel a su manera de vivir hasta el último suspiro, acaecido el 29 de julio de 1983, en la actualidad nadie sabe dónde se encuentran sus cenizas. Algo lógico para un hombre que huyó de la represión católica a la que su rígida educación había destinado. Lo hizo a través de su obra, dueña de una imaginería surrealista y poderosa que, al igual que en el caso de otros genios como Fellini, alcanzó la exclusiva definición de ´buñueliana´.

El amigo de Dalí. Tras una infancia con los jesuítas, el joven Buñuel desarrolló una gran afición por la escritura y las amistades de prestigio durante su estancia en la Residencia de estudiantes. Alberti, García Lorca o Dalí eran algunos de los ilustres miembros de la misma; el último le retrató en una de sus pinturas más famosas. Poco después, descubrió el cine gracias a Fritz Lang y a una joya del cine mudo, ´Las tres luces´. Después debutó con ´Un perro andaluz´, un guión coescrito con García Lorca, y una serie de películas que ya mostraban un alto nivel de irreverencia como ´La edad de oro´ (1929, con Dalí) o ´Las Hurdes´ (1932), que le granjeó la eterna enemistad de los habitantes del lugar al mostrar su pobreza y su miseria. Su trabajo como cineasta mermó y hubo un tibio intento de adaptar su idiosincrasia a la cultura norteamericana, con trabajos de doblador en Warner o como importante cargo en el Moma de Nueva York. Pero nunca supo vivir en la cultura estadounidense.

Polémico cineasta. México fue el país que acogió a Buñuel y le dio la oportunidad de rodar maravillas como ´Los olvidados´ (1950), o ´Él´ (1953), cuya secuencia en la iglesia convierte el catolicismo en siniestra pesadilla. Después llegaría la censurada ´Viridiana´ y su polémico premio en Cannes. A partir de ese momento, diversos problemas financieros en México dirigieron su cine hacia Francia, donde rodó cintas tan incómodas como ´Tristana´ (1970) o ´La vía láctea´. Su legado, ´Ese oscuro objeto de deseo´, le valió el reconocimiento del país que lo había censurado, España, a través de un premio en San Sebastián. Su último suspiro, sin embargo, se produjo en México. Tal vez España le había dado demasiadas veces la espalda.