La historia del rock en España no se entiende sin Miguel Ríos, de la misma manera que la historia de Miguel Ríos posiblemente no se entienda sin el rock. Ahora el granadino ha emprendido, a sus 65 años, un viaje pausado por una carretera que le llevará a la que se será su despedida de los escenarios.

–¿Las giras de despedida siempre son de despedida?

–Las giras de despedida son giras de despedida porque yo ya tengo una edad. El rock es más para jóvenes. Además, las giras se plantean de muy tarde en tarde. Por ejemplo, la última que yo hice fue en 2005. Si termino a finales de 2011 ´Memorias de la carretera´ y plateo la siguiente para cuatro años después, todos calvos. Prefiero conservar la energía y dedicarme a otras cosas, como escribir, ofrecer conciertos solidarios o matar el gusanillo con los compañeros. No obstante, antes vamos a hacer un concierto más acústico con canciones que me han influenciado o que casi nunca puedes cantar. El repertorio va a ser más íntimo. Luego vamos a dar un par de saltos a América, y en el verano haremos una gran batida por todo el país para después cerrar en Granada.

–Precisamente el lugar donde empezó todo en 1962...

–Sí, porque la vida está llena de liturgias y símbolos. Siempre me ha gustado que este tipo de cosas estén ordenadas porque yo siempre he sido un tío muy caótico.

–¿Y cuál es el antídoto que ha buscado para sucumbir a la tentación de saltar a la arena después de casi medio siglo sobre los escenarios?

–El principal es tener claro que hay una cosa bastante patética, que es estar a destiempo en los sitios. No me gustan los toros, pero a veces he visto a algunos toreros que mejor hubiera sido que se quedaran en casa, y lo mismo pasa en algunos casos con los músicos. Tengo la suerte de seguir estando en buena forma, pero no quiero que la gente me vea mal porque soy un tío bastante coqueto. Yo creo que siempre es un acto de honestidad retirarse a tiempo, pero no sólo en la música, sino en cualquier oficio. De lo contrario, estás taponando puestos e impidiendo que los jóvenes tomen el relevo.

–¿Incluso cuando de política se trata?

–Sí. El problema es que los políticos no quieren retirarse nunca y eso es una putada.

–Me decía que es coqueto, pero, además, debe ser obediente porque ha seguido el consejo de su madre, quien, tras salir de un concierto de Antonio Machín, le aconsejó que nunca se hiciera viejo sobre un escenario porque no había cosa más fea...

–Bueno, en eso estábamos de acuerdo. A mi madre, que era incluso más coqueta que yo, no le gustaba ver a la gente mayor en el escenario, y ni siquiera a ella le gustaba verse mayor. Igual que un actor sí puede desempeñar su rol independientemente de la edad, no creo que un cantante pueda tener mucha energía con 70 años. Me gusta estar bien y no dar gato por liebre a la gente que viene a mis conciertos.

–Entonces, ¿qué hay más allá de ´Memorias de la carretera´?

–Cuando acabe esta gira, creo que es el momento de que, en lugar de cobrar la entrada para mí, lo haga para gente que me lo está pidiendo continuamente. Quiero dedicar parte de mi tiempo de prejubilado a devolver a la gente todo lo que me ha dado y convertirme en un servidor de la sociedad. Después de casi 50 años de carrera, si mira a su retrovisor personal, ¿qué ve? A multitud de gente, aunque creo que el retrovisor tendría que ser multipanorámico para volver a ver todas las caras de satisfacción que he visto en mis conciertos o para ver todos los brazos levantados haciendo palmas porque cuando los recuerdo tengo la sensación de que se trata de momentos únicos para mí y para mucha gente. Tengo una memoria bastante restrictiva para lo que no me gusta, pero recuerdo muy bien cada concierto y cada escenario desde que empecé.

–¿Qué ha cambiado desde aquel chaval que se inició en este mundo como Mike Ríos, ´El Rey del Twist´, hasta llegar a Miguel Ríos, ´El Rey del Rock´?

–´El Rey del Twist´ es la etiqueta que me colgó la discográfica cuando yo comenzaba. Era 1962, tenía 17 años y me dieron 3.000 pesetas. En febrero o marzo de ese año me contrataron para tocar en un hotel de Gijón que tenía una sala de fiestas. Firmé un contrato de diez días y tenía que tocar con la orquesta de allí. El día después de la primera actuación, el encargado de la sala me dijo que no había cumplido porque no sabía bailar bien el twist, y yo le contesté que ni siquiera sabía que existía el twist. Entonces, el encargado, al que llamábamos señor Pendás, me dijo que no me despedía porque le gustaba como cantaba, pero me obligó a ensayar todas las tardes hasta que aprendiera a bailar. Aquello fue una oportunidad para mí porque era mi primer contrato y me enseñó que había buena gente en todas partes. Incluso cuando llegaba a Granada la gente se reía de mí por eso de Mike Ríos... ¡A mí que siempre me habían llamado Miguel! En fin, en esos momentos pensé: "Todo sea por aprender el oficio".

–Efectos secundarios de las etiquetas que se ponen...

–Sí, pero tienes que asumirlas y no te puedes mosquear. Te expones públicamente y no todos te reciben como tú quieres que te reciban. Lo ideal es ser lo más coherente posible con uno mismo. Yo he vivido mis edades con cierta coherencia, y cuando tuve que ser el golfo de la clase lo fui y cuando tenía que aprender aprendí.

–¿La responsabilidad pesa más cuando a uno le atribuyen la etiqueta de ´El Rey del Rock´?

–Me parece que es una atribución muy generosa, pero totalmente incierta. Aquí ha habido mucha gente que empezó cuando yo, y siempre he atribuido el nacimiento del rock en España a Los Estudiantes o incluso al Dúo Dinámico. El problema es que yo soy de los pocos que han aguantado desde entonces haciendo rock, pero también intentando aprender el oficio de emocionar y llevando espectáculos diferentes siempre.

–¿Qué le debe usted al rock?

–La casa donde estoy ahora mismo, esta entrevista, una vida sin horarios y en la que no tengo que fichar cada mañana, la forma de comunicarme, mi ideología... La lista sería bastante prolija porque, en realidad, salvo haber nacido, que se lo debo a mi padre y a mi madre, todo se lo debo al rock.

–¿Y qué le debe el rock a Miguel Ríos?

–Sería injusto decir que el rock me debe algo a mí. El éxito siempre es resultado de hacer algo que te gusta, pero nunca de buscar el éxito por el éxito.

–Muchos de sus compañeros de profesión acaban de publicar el disco homenaje ´Bienvenidos´. ¿Qué se le pasa a uno por la cabeza en esos momentos?

–Uno también trabaja siempre para que lo quieran y yo tengo la suerte de no tener enemigos en mi profesión. Incluso se ha creado una especie de concepto de familia con aquellos con los que me he cruzado en la carretera o en el escenario. Por eso, me ha encantado el disco. No obstante, me llevé una sorpresa enorme cuando me dijeron que iban a hacerlo. Entonces yo les dije que no quería saber quién iba a estar ni las canciones porque sino le iba a restar espontaneidad y se iba a convertir en una autoloa.

–Desde la perspectiva que da la experiencia, ¿en qué punto se encuentra el panorama musical en estos momentos?

–Ha cambiado y va a seguir cambiando. Por ejemplo, va a cambiar el soporte, ya no va a ser físico o será algo anecdótico. Por otro lado, también ha cambiado el concepto de apreciación del arte porque estamos en una sociedad más contable donde lo único que importa es la posesión de cosas. El valor del almacenamiento prima por encima del valor de la canción. Ya no importa quién canta una canción o quién está detrás. Eso conlleva que también haya un problema de elección, sobre todo porque Internet se ha convertido en un cajón de sastre.

–Y, ante eso, ¿qué pueden hacer los jóvenes?

–Los jóvenes lo tienen ahora más difícil que cuando yo empezaba. La música es cuestión de resistir una vez que has llegado, pero ahora lo difícil es llegar. En mi banda vienen músicos buenísimos que hacen cosas brutales y que no entiendo como no están haciendo sus propias giras con sus bandas, como Luis Prado, que es un músico valenciano increíble que lidera el grupo Señor Mostaza, o Tony Brunet. El problema es que, tal y como está la industria actualmente, se encuentran con muchas dificultades para sacar sus proyectos adelante.

–¿Cuál podría ser la salida?

–Ahí ya entramos en consideraciones más morales de si los músicos deben cobrar o no, de si se deben respetar los derechos de autor... Sin embargo, si ya cuestionas eso, ¿de qué va a vivir la gente? Con esos planteamientos sólo conseguimos cargarnos la profesión ya que al final la gente se ve obligada a buscarse otros trabajos. Con ello, la música pierde el carácter de aventura que tiene. Así se perderá la profesión.