Coronavirus

La guerra al Covid se traslada al aire

Reclaman más actividades al aire libre, normas claras de ventilación y campañas sobre los contagios por aerosoles

La guerra al Covid se traslada al aire

La guerra al Covid se traslada al aire / L. O.

Juan Fernández

Luchar contra un virus como el SARS-CoV2, que hace apenas 15 meses era un perfecto desconocido, ha obligado a ir corrigiendo las estrategias de prevención a lo largo de la pandemia. Lejos –o quizá no tanto, pues solo ha pasado un año– quedan los días en los que nadie salía a la calle sin llevar guantes de goma ni dejaba entrar en casa un bote de leche sin pasarle antes un trapo empapado en lejía. La inquietud por averiguar por dónde podía llegar el contagio ha marcado nuestra relación con el coronavirus.

Con el paso de los meses, las evidencias científicas han ido concediendo cada vez más importancia a una vía de propagación del virus que hace un año era considerada un auténtico tabú por la Organización Mundial de la Salud: la transmisión aérea. Hubo que esperar al mes de julio para que la propia OMS diera por buena la voz de alarma que lanzaron 239 investigadores de prestigio mundial en un artículo científico, donde alertaban de la importancia del contagio por aerosoles, y hasta el otoño no empezaron a implantarse las primeras medidas prácticas para ponerle freno.

Ventilación

Desde entonces, la conveniencia de vigilar el aire que respiramos ha ido calando entre la opinión pública como herramienta eficaz para luchar contra el covid. Sin embargo, a estas alturas de la pandemia, la comunidad científica vive con preocupación –y sin disimular una cierta frustración– que prevenir la propagación del virus por aerosoles siga sin tener la relevancia que merece entre las precauciones que imponen las autoridades y entre los usos cotidianos que han adoptado los ciudadanos.

«Cuando vamos a cualquier sitio, nos advierten de que respetan las medidas anticovid porque tienen dispensadores de gel, control de aforo y mascarillas. Pero nadie te dice si el lugar está bien aireado, ni si tiene medidores de CO2, ni si su sistema de ventilación cuenta con los filtros correctos», se queja Margarita del Val, inmunóloga del Centro de Biología Molecular (CBM) Severo Ochoa, dependiente del CSIC.

La investigadora no descarga la responsabilidad en los establecimientos, que al fin y al cabo cumplen el reglamento que les han impuesto, sino en quien dicta esas normas: «Hoy seguimos sin un protocolo claro que indique los requisitos que debe cumplir un espacio cerrado para permitir reuniones», se lamenta.

Del Val forma parte del grupo de científicos de primer nivel –formado por más de un centenar de virólogos, epidemiólogos, inmunólogos y expertos en covid de otras disciplinas– que a finales de marzo envió una carta al Gobierno central y los autonómicos para advertir de la necesidad de «replantear» las recomendaciones de prevención que actualmente se aplican.

En concreto, los investigadores considera que habría que «reducir el énfasis y ahorrar recursos en algunas medidas, como la limpieza de superficies». A cambio, proponen «conceder prioridad máxima a la reducción del riesgo de contagio por inhalación del virus».

Ocho recomendaciones

En su escrito, los científicos hacen ocho recomendaciones, la mayoría de las cuales tiene que ver con el aire. Entre ellas figura la promoción de actividades en exteriores –con petición expresa de que se mantengan abiertos los parques y jardines, ahora que ha llegado el buen tiempo, y se vigilen las terrazas con cerramientos que impidan la ventilación– o la implantación «urgente y generalizada» de medidores de CO2 para verificar la calidad del ambiente en sitios cerrados.

En la actual fase de la pandemia, con la cuarta ola avanzando más rápido que los programas de vacunación y las temperaturas primaverales ya instaladas en nuestras latitudes, los científicos proponen trasladar al aire la batalla contra la Covid.

En su afán didáctico, los expertos se animan a dar instrucciones prácticas sobre cómo llevar a cabo una correcta ventilación de espacios interiores –que permita la circulación «cruzada y distribuida» de aire, con un punto de entrada y otro de salida de la corriente– y señalan las tasas mínimas de aire en movimiento que se consideran adecuadas: por encima de 12,5 litros por segundo y por persona.

«Tener en cuenta estas medidas no es tan difícil. En multitud de colegios han incorporado el medidor de CO2 al material escolar con normalidad y los propios alumnos saben cuándo el ambiente está demasiado cargado y conviene ventilar. Se trataría de popularizar el uso de estas herramientas y adoptar estas rutinas porque, realmente, sirven para evitar cierres de negocios, enfermedades y muertes», advierte Margarita Del Val.

Poner en marcha campañas de concienciación ciudadana para insistir en la importancia de la calidad del aire en la lucha contra la pandemia es otra de las peticiones que hacen los investigadores en su carta, que ha sido promovida por la plataforma de científicos y expertos en covid Aireamos.org.

Desde el principio de la pandemia, el empeño por mantener el coronavirus a raya se ha resumido en un gráfico compuesto por tres dibujos que evocan las célebres recomendaciones: lavado de manos, mascarilla y distancia social.

Desde entonces, José Luis Jiménez, catedrático de Química y Ciencias Medioambientales en la Universidad de Colorado y uno de los abanderados mundiales de la lucha contra la transmisión del covid por aerosoles, anda suspirando por un cuarto dibujo en ese cuadro que hace de tablas de la ley de la pandemia: el de una ventana abierta.

La principal vía de contagio

«Hemos gastado una cantidad ingente de dinero en geles hidroalcohólicos y desinfectantes, cuando la propagación del virus por superficies, si existe, es muy reducida. En cambio, hemos dejado desatendida la principal vía de contagio, que es la aérea en espacios cerrados o mal ventilados», se lamenta Jiménez.

Cuando pase la pandemia, tocará revisar las estrategias de prevención que se han aplicado para evitar errores en el futuro. Puede que entonces se sepa por qué la tesis de que el coronavirus se propaga por el aire ha tenido que remar a contracorriente.

«Cuando llegó la pandemia, el pensamiento dominante en la OMS era que las enfermedades víricas solo se trasmiten por gotas y contacto, salvo virus muy raros, y esa idea se adoptó como un dogma sin comprobar las evidencias científicas», explica José Luis Jiménez.

Aquella desconfianza inicial hacia los aerosoles ha permanecido hasta hoy en la ciudadanía. «La gente está ahora más pendiente de la calidad del aire, pero no en proporción a su influencia en la propagación del virus», advierte el catedrático de Ciencias Medioambientales.