Málaga,,1921

El centenario del Pantano del Chorro

El rey Alfonso XIII inauguró el 21 de mayo de 1921 el primero de los embalses de la zona, obra del ingeniero Rafael Benjumea

Un momento de la visita real a Málaga.

Un momento de la visita real a Málaga. / Libro Crónica gráfica del viaje de don Alfonso XIII.

Enrique Benítez

Enrique Benítez

En mayo de 1921, justo hace ahora cien años, el rey Alfonso XIII visitó la provincia de Málaga durante dos días. En primer lugar, y con epicentro en Pizarra, conoció las obras del pantano del Chorro, que hasta los años setenta no quedaría configurado como está en la actualidad, con un sistema de embalses que han permitido tanto el regadío como la producción hidroeléctrica o el suministro a la Costa del Sol. Tras la primera jornada viajaría a Málaga, donde sería agasajado y colocaría asimismo la primera piedra del conocido como puente de la Aurora, destinado a unir el barrio de la Trinidad con el centro de la ciudad, y cuya denominación oficial es la de puente de Alfonso XIII.

Los orígenes del pantano del Chorro, como se conocería la obra y se sigue conociendo hoy por buena parte de la población malagueña -aquí podemos incorporar una reflexión sobre la permanencia en el tiempo de los nombres populares, destinada a correctores de todo tipo-, se remontan a 1911, cuando se aprobó la Ley de 7 de julio de Auxilios para Obras Hidráulicas (Ley Gasset), que permitía una especie de colaboración público-privada entre el Estado y asociaciones y empresas para afrontar las costosas pero necesarias construcciones hidráulicas destinadas a regadíos.

En efecto, en el articulado puede leerse que «podrá otorgarse sin subasta previa, a una Comunidad de Regantes, Asociación de propietarios, Sindicato agrícola, etc., debidamente constituidos, que lo soliciten del Gobierno, la concesión de toda obra hidráulica, destinada a riego de terrenos de secano, con sujeción a un proyecto previamente redactado y aprobado por el Ministerio de Fomento, de acuerdo con las prescripciones de esta Ley, siempre que aquellas entidades representen debidamente a los propietarios de la mitad, por lo menos, de las tierras de la zona regable correspondiente».

Imagen del Desfiladero de los Gaitanes.

Imagen del Desfiladero de los Gaitanes. / Libro Crónica gráfica del viaje de don Alfonso XIII.

Siguiendo con el hilo histórico normativo, en la Gaceta de Madrid se publicaría el 21 de agosto de 1914 el proyecto del pantano del Chorro en el río Turón, el 5 de diciembre la constitución de un Sindicato Agrícola (del Guadalhorce) formado por la mayoría de los beneficiarios y el 31 de diciembre se declara legalizado el compromiso de auxilio de los regantes. En definitiva, el Estado les daría el 50% del valor total de las obras y les adelantaría el 40% durante el período de ejecución, de manera que ellos sólo tendrían que abonar el 10% de los trabajos que fueran efectuando. Un trato más que ventajoso para la parte privada.

Entre octubre de 1951 y febrero de 1952, el ingeniero de caminos Julián Dorao y Díez-Montero publica tres artículos en la Revista de Obras Públicas titulados ‘Un pantano en el Guadalhorce’. En el primero de ellos sostiene que «la construcción del pantano del Chorro se inició por petición del Sindicato Agrícola del Guadalhorce, en el año 1914, para el riego de 16.000 hectáreas en la zona baja de la vega», que quedarían reducidas tras los primeros estudios a 13.000, y también afirma que «a pesar de los indudables propósitos de los promotores del pantano de destinarle al riego, la realidad es que, por virtud de una Ley oportuna y mediante el pago del diez por ciento del coste de las obras, pasó el agua embalsada a servir las necesidades de los usuarios hidroeléctricos». Por lo tanto, al final el embalse tuvo un uso mixto, y diversos estudios posteriores han acreditado que no fueron más de 5.000 hectáreas las que se beneficiaron del regadío.

Retrato del monarca que aparece en el libro de Alfaro y Murillo.

Retrato del monarca que aparece en el libro de Alfaro y Murillo. / Libro Crónica gráfica del viaje de don Alfonso XIII.

El Sindicato Agrícola del Guadalhorce

Aunque la palabra ‘sindicato’ remita a una organización de trabajadores agrarios, la sindicación en este caso fue de nobles, propietarios y empresarios diversos. Una de las claves del reinado de Alfonso XIII y de la dictadura de Primo de Rivera fue la movilización de las organizaciones católicas para contrarrestar el auge del movimiento obrero. Son años de crisis económica y de malestar social: los beneficios industriales que llegaban a España gracias a su neutralidad durante la primera guerra mundial no se traducían en mejores salarios o condiciones de vida saludables para las grandes masas obreras. La huelga de 1917 es quizás el hito más conocido de esta dialéctica entre la burguesía enriquecida y la población civil olvidada.

Sea como sea, según ha investigado la profesora María Dolores Ramos, de la Universidad de Málaga, en 1920 existían en España 34 federaciones provinciales de sindicatos católicos agrarios, agrupados en la Confederación Nacional Católica Agraria (CNCA), con sede en Valladolid. En Andalucía la presencia se concentraba en las provincias de Málaga, Granada y Almería, debido a la estructura de propiedad de la tierra. La profesora Ramos comenta en su trabajo que «el 16 de mayo de 1920 fue inscrita en el Gobierno Civil la Federación Católico-Agraria de Málaga», y también hace una referencia, importante para este artículo, sobre la fundación y constitución de la Acción Social Católica de Málaga, entre cuyos 71 socios fundadores-protectores (que incluían a sociedades jurídicas como la Industria Malagueña, Larios y Compañía, Azucarera Larios, Pesquera Malagueña, Sociedad Minerva, Hijos de Pedro Temboury o Hijos de Simeón Jiménez) figuraban también miembros de la aristocracia como el conde de Puente Hermoso, el conde de Mieres, el conde de Guadalhorce, el marqués de Genal, el marqués de Larios, la duquesa de Fernán Núñez o la duquesa viuda de Nájera. Muchos de ellos aparecerán citados en la crónica de la visita de Alfonso XIII a la provincia de Málaga los días 21 y 22 de mayo de 1921.

Rafael Benjumea Burín, Conde de Guadalhorce

Este ingeniero sevillano, promotor y artífice del pantano del Chorro, llamado oficialmente en su honor, desde 1953, del Conde de Guadalhorce, merece un artículo completo consagrado a su figura y su obra. El Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos encomendó a la escritora Carmen Martín Gaite un libro para conmemorar en 1977 el centenario de su nacimiento. Casado con Isabel Heredia Loring, hija de los condes de Benahavís, a la que había conocido en el balneario de Villaharta (Córdoba), su vinculación a Málaga cristalizaría en la ejecución del proyecto del pantano del Chorro, premiado con la concesión en septiembre de 1921 del título de Conde de Guadalhorce por el rey Alfonso XIII, en agradecimiento a su formidable trabajo.

Rafael Benjumea se instala en Málaga tras su matrimonio. Tiene cierta amistad con Francisco Silvela, que frecuentó Málaga tras su retirada de la política en 1903. Recordemos que fue varias veces presidente del Consejo de Ministros, a finales del siglo XIX. Espoleado por el deseo de contribuir al desarrollo del país, Benjumea se fijó en el deficiente suministro eléctrico a la ciudad de Málaga, en manos de una compañía alemana y otra belga. En junio de 1903 queda constituida la Sociedad Hidroeléctrica del Chorro, cuyos tres accionistas fueron el propio Silvela, Jorge Loring Heredia y Rafael Benjumea. En 1905 la Central Hidroeléctrica del Chorro entraba en funcionamiento, y poco después la compañía compró las empresas eléctricas extranjeras y también la de tranvías de Málaga. El salto a una iniciativa de mayor magnitud era cuestión de tiempo.

Sin ánimo de entrar con demasiada profundidad en la carrera de Rafael Benjumea, Conde de Guadalhorce desde septiembre de 1921, conviene sin embargo destacar algunos hitos de su trayectoria. Sería ministro de Fomento en la dictadura de Primo de Rivera. En 1928, según Carmen Martín Gaite, estuvo a punto de presidir el gobierno de transición que ya tenía en la cabeza Primo de Rivera, y que acabaría siendo la ‘dictablanda’ de Dámaso Berenguer. Saldría de España rumbo a Argentina a finales de 1931, donde trabajaría en la construcción del metro de Buenos Aires, lo que sería su ruina por la intervención dolosa del Gobierno argentino. Regresaría a España en 1947, para presidir por deseo expreso de Franco el Consejo de Obras Públicas, y moriría en Málaga –«la ciudad que tanto había amado», en palabras de su biógrafa- en septiembre de 1952, en su residencia del Castillo de Santa Catalina. Uno de sus sobrinos fundaría la multinacional andaluza Abengoa, hoy protagonista de tristes noticias empresariales. Rafael Benjumea nunca dio la espalda a la política, y fue «un ingeniero ambicioso, arriesgado y poeta», que sostuvo que «con la física sin geometría y la construcción sin euritmia, sólo progresa la materia; el espíritu no, la sensibilidad no». Genio y figura.

Portada del libro sobre el viaje de Alfonso XIII en 1921, obra de Pedro Alfaro y Rafael Murillo.

Portada del libro sobre el viaje de Alfonso XIII en 1921, obra de Pedro Alfaro y Rafael Murillo. / L. O.

Alfonso XIII en Málaga

Pedro Alfaro, director de La Unión Mercantil, y Rafael Murillo Carreras, director del Museo de Bellas Artes, escribirían un libro sobre la Crónica del viaje real, de 80 páginas e ilustrado con numerosas fotografías. Sin duda la ocasión merecía la preparación y edición de este recuerdo, tan elogioso hacia el monarca como descriptivo del ambiente y los acontecimientos de aquellos momentos.

Del libro no llama la atención su redacción, ni tampoco la prosa de la época. Pero sí que sorprende la insistencia en la vinculación del rey a la idea de la democracia. Con motivo de la fuerte lluvia caída durante la inauguración del pantano, Alfonso XIII se levantó e invitó a entrar a los guardias civiles que protegían el entorno a la carpa donde la comitiva estaba comiendo, lo que los autores interpretan como una prueba de sus «sentimientos democráticos». También a su llegada a Málaga, ya en la mañana del día 22, es recibida su majestad con «vítores al rey democrático». Un detalle interesante.

El rey llega en tren a las proximidades del pantano, desde donde se organiza la expedición para la colocación de la última piedra. Pocos deben ser los malagueños que no se hayan fotografiado en la Silla del Rey, destino de excursiones domingueras. En su primer recorrido aparecen las figuras del conde de Puerto Hermoso -en cuya casa palacio de Pizarra se alojará esa noche-, además de Jorge Silvela -hijo de Francisco Silvela, ya mencionado, accionista de la empresa hidroeléctrica del Chorro-, además del marqués de Viana, el de Villaviciosa, el de Torrenueva de Foronda, y otros diputados y palatinos.

Con la culminación de la obra del pantano debían comenzarse las de las canalizaciones que permitirían los riegos de la vega del Guadalhorce, así como el suministro de agua hasta Torremolinos. Ya en la crónica se habla del proyecto de la presa de Casasola: los periodistas y lectores aficionados a la obra pública sabrán que no se haría hasta el año 2000, en el límite con el siglo XXI. Siendo una obra formidable, de gran dificultad técnica, las penurias económicas para construir el resto de las infraestructuras y la pertinaz ausencia de planificación en España hizo que se regaran muchas menos hectáreas de las previstas, y que hasta 1973 no se culminara el complejo de embalses de la zona.

Cuentan los cronistas que el almuerzo fue servido por la Casa Tournier, de Madrid, y que el rey, ya en Pizarra, estuvo charlando hasta la madrugada, dando pruebas de gran vitalidad. La casa palacio del conde de Puerto Hermoso, construcción imponente, albergaría en febrero de 1922 la Conferencia de Pizarra, sobre la guerra de Marruecos. La herida del desastre de Annual, cuyo centenario también se recuerda en 2021, se cerraría con el desembarco de Alhucemas en 1923, decidido, parece ser, en Pizarra. El palacio y su valioso archivo histórico sería incendiado en 1936 por los milicianos de la zona, lo que obligaría a su reconstrucción posterior, aunque el archivo se perdió para siempre.

El 22 de mayo, a las 9.30, la comitiva real sale para Málaga en tren. En la capital los acompañantes de referencia son el marqués de Larios, el marqués de Torrelaguna, y el alcalde, Francisco García Almendro, padre de Francisco García Grana, posiblemente el mejor alcalde de Málaga durante la dictadura franquista. En la capital aguardan dos grandes hitos al rey, que se aloja en el hotel Regina. El primero de ellos es la colocación de la primera piedra del Gran Hotel Príncipe de Asturias, actual Hotel Miramar, cuyo promotor era el marqués de Torrelaguna, y entre cuyos accionistas figuraba el propio rey. Tardaría dos años en construirse y dotaría a la ciudad de un alojamiento de lujo acorde con su importancia comercial y demográfica. En el banquete con que fue agasajado, compuesto por un menú lleno de especialidades francesas, consta que su majestad pidió expresamente un plato de los afamados chanquetes malagueños, gesto saludado con simpatía por los presentes.

Tras pasear por el barrio aristocrático de la Caleta y visitar la mansión de los marqueses de Larios -también incendiada en 1936-, se produjo la colocación de la primera piedra del puente de la Aurora, convencido por el diputado Luis de Armiñán, al que la ciudad debe al menos dos puentes sobre el Guadalmedina: el que lleva su nombre, a la altura del colegio La Goleta, y el que comunica el barrio de la Trinidad con el centro, a la altura de la popular ‘tribuna de los pobres’, cuyo nombre oficial es el de Puente de Alfonso XIII, debido a esta magna colocación de su primera piedra.

El centenario de la visita real al pantano del Chorro y a la ciudad permiten echar la vista atrás y conocer un poco mejor la historia de Málaga, recordar a quienes protagonizaron aquellos episodios hoy casi olvidados y saber cuándo y cómo se construyeron sus infraestructuras más conocidas. Un siglo después ahí están, calladas, útiles e imperecederas.