Hace veintiocho años, el general De Gaulle no estaba en su mejor momento. Al fantasma de Mayo del 68, se sumaba su dimisión y la rebelión independentista de Argelia. Un grupo de ultraderecha amenazaba con atentar contra su familia y él sólo buscaba paz para pensar y escribir. La terapia se llamó El Refugio de Juanar, un irresistible caserío de la Sierra Blanca, que, según dijo después, le devolvió la tranquilidad.

Poco se sabe de las razones oficiales que llevaron al héroe de la resistencia a demorar su estancia en la zona. Las crónicas de la época avanzaban un hospedaje breve, en consonancia con un viaje con escalas en muchos puntos del país. Permaneció alrededor de un mes y se despidió a lo grande, con abrazos y una paga extra para todos los empleados de la finca. Dicen que no todo fue el encanto del paraje, ni la inmensidad de la arboleda, también influyeron razones de seguridad.

Semanas antes de su llegada a España, todo estaba orquestado. El personal de De Gaulle había contactado con las autoridades franquistas. Fue la antesala de la entrevista con el caudillo que tanto espeluznó a Malraux. Quería saber cuál de los paradores de turismo era el que ofrecía mayores garantías de protección. Ganó El Juanar por goleada.

José Gómez Ávila, actual director del hotel, explica que la presencia del ex presidente galo atrajo a un séquito de protectores. Nunca se vio tanta policía en la Sierra Blanca, un territorio ya de por sí bastante intrincado para jugar al magnicidio. Las autoridades españoles levantaron un cerco infranqueable. Los trabajadores de la casa debían mostrar su pase cada mañana. La privacidad era absoluta: la prensa tuvo que hacer malabarismos y se fue sin ninguna información.

Sin duda, el general, en colaboración con la plantilla del hotel, logró armar un escenario sensible a sus propósitos. Para mayor precaución, se trajo a su equipo, con el coronel Du Lou a la cabeza. Tenía cocinero propio, aportado por el franquismo, y todas las habitaciones reservadas para su comitiva. Los empleados de Juanar, dice Gómez, acudían a diario, pero sólo eran necesarios los servicios de acomodo y recepción.

En pocas partes del mundo, incluida la Francia liberada, se ama tanto a De Gaulle. Su trato era atento y exquisito, hablaba con todos sin reparar en jerarquías y dejó un jugoso cheque al abandonar el caserío. "Como su gente se ocupaba de casi todo, los empleados cobraron ese mes por duplicado y sin hacer gran cosa", apunta el director.

De su paso por las alturas de Ojén, se cuentan bastantes anécdotas. Su corpulencia, poco común en la España del ceregumil y la onza de chocolate. obligó a traer una cama especial. Las mañanas las dedicaba a pasear hasta el mirador con su esposa. Sólo la naturaleza y ellos, además de los guardias civiles que supervisaban el momento unos metros atrás. Era su rato de respiro y las pocas horas que pasaba en compañía. El resto lo dedicaba a ordenar sus memorias. Madame Yvonne descansaba en la habitación contigua.

De aquellos días, aún se conserva el escritorio en el que el general repasaba sus cuartillas y anotaba correcciones. Su sitio ya no es la célebre habitación número tres, sino un recodo de recepción. El cambio en la gestión del negocio, adquirido por los trabajadores tras la renuncia de la red de Paradores, se llevó algunos objetos como el libro de oro, en el que De Gaulle dio buenas muestras de su gratitud: "Enhorabuena. Felicitó a todos los miembros de El Refugio, donde he encontrado la tranquilidad". Palabra de general.

La huella que dejó el hotel en De Gaulle no es difícil de rastrear. Su hijo Rémi la recuerda en sus continuos desplazamientos al paraje. La última vez que vino fue hace menos de una década. El trato, la genética tiene estas cosas, también fue elegante. Su español, más que correcto. "Contactó con los trabajadores de la época y les preguntó por la opinión que tenían de su padre. Se sintió muy orgulloso cuando le contaron lo del cheque", precisa Gómez.

Felicitaciones. Las visitas del descendiente del héroe nacional, como aún se le conoce en París, testimonian la debilidad de la familia por el enclave. En El Juanar fue donde De Gaulle celebró el trigésimo aniversario de la resistencia francesa. Únicamente los trabajadores se acercaron a felicitarle. La niña Sofía Ramos, hija del antiguo administrador del hotel, recibió un beso del general. No hubo ningún dignatario. Por expreso deseo de De Gaulle, el único contacto se trabó mediante correspondencia. "Hizo que se le instalara un teléfono directo en la habitación y desde allí hacía sus conferencias", comenta el responsable del hotel.

La prensa del momento se volcó con la estadía del ex presidente. Hubo, incluso, quienes trataron de averiguar su menú. Poco se supo, salvo que consistía en una mezcla de gastronomía francesa y nacional. El Refugio sirvió para conciliar al mastodóntico estratega con la cocina mediterránea, de la que, al principio, desconfiaba.

En El Juanar aún se mantiene la mesa redonda donde almorzaba. Su posición, que cerraba el salón, permitía observar toda la estancia, manías y cautelas de militar. La mujer, a la izquierda, en ocasiones contadas, Du Lou a la derecha. Dicen que una vez invitó a la mesa al cocinero, el cortejo comía en tableros distintos, aunque disfrutaba de la misma dieta que el general.

En su estancia en Ojén, pocas fueron las ocasiones en las que sacrificó su tranquilidad con ánimo excursionista. Hubo un viaje a Antequera, una visita a Ronda sin bajarse del vehículo, y un fin de semana en Motril que se abortó en Málaga capital, a la altura de la Carretera de Cádiz, donde el calor hizo mella en la fortaleza del gigante de Lille.

Cuenta la leyenda que De Gaulle dio forma a sus memorias en Juanar, pero la directiva del hotel opta por el rigor histórico. Allí, no escribió demasiado, simplemente se dedicó a ordenar y preparar la edición. Lo que tampoco es tarea secundaria. El escritorio, con los codos del general en su memoria latente, conoce el desvelo del veterano Charles.

Gómez guarda con absoluto esmero cualquier tipo de documento relacionado con la estancia del general. Con un gesto amable, tiende el pésame que remitió la familia a la viuda tras su fallecimiento, producido apenas cuatro meses después de la aventura de Juanar.

Desde que De Gaulle hizo las maletas, el hotel ha experimentado muchos cambios, no tanto en su espíritu ni en su decoración, como en sus límites naturales. Tras su conversión en cooperativa, ha ganado una planta, una piscina y una bodega, entre otras comodidades. Las nueve habitaciones que conoció el mandatario ahora son veinticinco. Su dormitorio se mantiene incólume, aunque con televisión y tientos de modernidad.

Lo que no ha cambiado es el espíritu de la casa, que sigue siendo un adorno de la paz. Cela, Gala o Julio Iglesias son algunos de sus clientes, además de la Lolesw, que pasó tres meses junto a su hermana para desentumecerse y olvidar viejas costumbres. A todos se les mima, pero la inclinación de todos continúa siendo los De Gaulle. "Los franceses que vienen y conocen la historia se quedan perplejos", concluye Gómez. No es de extrañar.