Infraestructuras

Un recorrido por España en apenas seis horas de viaje

joaquín marín d. barcelona / málaga

Cruzar España entera pegados a la tierra no es lo mismo que sobrevolarla. El AVE directo que enlaza Málaga con Barcelona efectuó ayer su viaje inaugural y recorrió el país de punta a cabo, más de mil kilómetros, en poco más de seis horas. No será ésta la duración normal del viaje, sino cinco horas y cuarenta minutos, pero la imprevisibilidad del clima hizo coincidir el estreno de la variante ferroviaria de Atocha, que es la clave de la reducción del tiempo, con uno de los peores temporales que se recuerdan.

Con todo, la experiencia resultó provechosa, pues no es fácil mirar por la ventanilla y confundir los campos de Aragón con Siberia. La fenomenal nevada que colapsó el centro peninsular el pasado viernes dio paso ayer a la bonita estampa de un manto blanco inmaculado sobre kilómetros y kilómetros de terreno sólo interrumpidos por una vía de tren: la que usa el AVE para comunicar territorios, comunidades, a casi 300 kilómetros por hora. La vertebración del país es evidente con este medio de transporte que une casi más que cualquier sentimiento nacional.

Comunicar Barcelona con Málaga sin entrar en Madrid y con paradas en Cataluña, Aragón, Castilla-La Mancha y Andalucía, con la cantidad de combinaciones que permite la multitud de estaciones intermedias, se considera providencial en cualquier país moderno que se precie. Sin perjuicio, claro, de que el tiempo elija el día señalado para hacer de las suyas y obligar al tren a parar en Calatayud, con la vía por delante invisible a causa del canto de nieve acumulado, hasta recibir la orden de reanudar la marcha.

La mañana amaneció lluviosa en el centro de Barcelona, donde se levanta la remozada estación de Sants, parecida a la malagueña Vialia-María Zambrano. El acceso a los andenes es directo desde el hotel recién construido en el mismo complejo. El AVE fue puntual: comenzó a andar justo a las 10.30 horas, como estaba previsto. En seguida alcanzó los 301 kilómetros por hora camino de Tarragona, donde la vía discurre paralela a la línea de la costa a una distancia sorprendentemente corta.

Luego llega el turno de la provincia de Lleida, con una niebla que no permite ver nada a través de las ventanillas. Y poco después el tren entra en Aragón, que más parece San Petersburgo, donde la luz del sol resalta más la belleza de una nevada que cubre el suelo hasta allá donde alcanza la visión. Después, la comunidad de Madrid, también blanca hasta las mismas puertas de la capital, con un sol radiante y esquiadores en cualquier loma aprovechando la mañana para hacer algo de deporte. Más abajo, el tendido férreo enfila hacia el sur, camino de la fría Córdoba, lugar en el que el tren hace su primera parada desde que se detuviera en Zaragoza tres horas y media antes. Ya estamos en Andalucía, y pronto en Puente Genil, en la frontera con la provincia de Sevilla; lo siguiente, Antequera, con una campiña verde esmeralda gracias a las abundantes lluvias de este provechoso invierno. Y Málaga, hasta el mismo centro, desde Barcelona, en un recorrido de más de mil kilómetros que no se cuenta en distancia, sino en tiempo y paisaje.

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