A pesar de la expansión urbanística y el crecimiento desaforado del litoral mediterráneo, pocas provincias podrán arrogarse una metamorfosis tan abultada y fecunda como la experimentada por Málaga durante las últimas décadas. En apenas medio siglo, la Costa del Sol ha pasado de contar con una flota incipiente de hoteles y un amplio paisaje de pescadores a convertirse en una de las capitales mundiales del turismo, con kilómetros de playa y una repercusión internacional únicamente equiparable a un par de referencias en el mundo.

Desde que el hotel Pez Espada ultimara su apertura, hace ahora cincuenta años, la provincia ha sido objeto de una metamorfosis que le ha llevado a disponer de números exorbitantes, con un total de plazas de la alojamiento de 154.524, según datos facilitados por CCOO. La apertura del ya antológico establecimiento de Torremolinos significó el ingreso de la Costa del Sol en el panorama del turismo de masas, un título que ha mantenido hasta auparse, por méritos propios, en el principal motor de la economía de la provincia y uno de los grandes bastiones de Andalucía.

La prosperidad del sector en el entorno ha sido continua, aunque también sometida a avatares no siempre positivos. Los expertos aseveran que su liderazgo es fruto de una capacidad contrastada para reinventarse. La maquinaria turística, dicen, es cambiante y está sometida a una perpendicular de variables cada vez más exigentes. Algunas de ellas, incluso, imprevistas y azarosamente positivas.

En el origen de la industria, por ejemplo, confluyeron numerosas circunstancias que hicieron que un hotel situado en un paraje deshabitado se revelara en el pistoletazo de salida para la profesionalización del sector. Luis Callejón, ex directivo del Pez Espada y actual director del Palacio de Congresos de Torremolinos, asegura que una de las claves de los primeros éxitos está relacionada con una calamidad, el terremoto de Agadir de 1960, que hizo que una ingente cantidad de turistas nórdicos se decantara por otros destinos. "Málaga tenía un aeropuerto, aunque compartido con los militares, y eso pudo propiciar la elección", señala.

Otros especialistas, no obstante, vinculan los primeros años de progreso a vicisitudes históricas igualmente inesperadas como el triunfo de la revolución cubana, que supuso la llegada de numerosos turistas de clase acomodada procedentes de los trópicos.

Más allá de este tipo de determinantes, lo que está claro es que el funcionamiento del hotel se tradujo en el despegue de una industria que acertaría a renovarse con la inclusión en su oferta de nuevos reclamos, caso de los campos de golf o, del todavía tímido, engranaje cultural.

Gonzalo Fuentes, responsable del sector en CCOO Andalucía, participó en las primeras décadas de la industria como uno de los miles de trabajadores que abandonó su pueblo natal para enrolarse en una actividad que prometía emergencia y dinero. "Entonces no había horarios ni salario, se vivía para trabajar", señala.

El número de empleos generados por el turismo en la Costa del Sol es incalculable. Los datos de CCOO apuntan a un total de 60.544 puestos de trabajo en la actualidad, aunque la cifra se muestra insuficiente a la hora de ponderar su incidencia en el mercado laboral. Fuentes explica que el sector multiplica su balance con la riqueza indirecta. La lectura popular dice que cada hotel en funcionamiento alimenta a un millar de familias. Y no parece tan descabellado. La proliferación de establecimientos en una zona tradicionalmente dedicada a las labores de explotación marítima ha supuesto la creación de todo tipo de servicios, con sus correspondientes ganancias.

La época, no obstante, no invita a hacer una retrospectiva gozosa de la situación laboral de la Costa. Aunque el turismo se ha revelado en la industria con mayor fortaleza, la crisis no entiende de áreas intocables. El sector se enfrenta a uno de sus grandes retos, aunque, según los especialistas, se han vivido etapas más peligrosas. Fuentes se refiere en concreto a 1983 y la primera mitad de la década de los noventa, que obligaron a la industria a adoptar decisiones drásticas. La primera de ellas, tuvo como desencadenante la falta de rentabilidad del mundial de fútbol y la segunda, el desencanto de la Expo’92 y la crisis del ladrillo. "La Costa del Sol estaba poblada de carteles que decían ‘For sale’, todo se vendía y los hoteles habían quedado obsoletos", comenta.

Ana Gómez, gerente del Patronato de Turismo de la Costa del Sol, tampoco tiene dudas al respecto. La etapa más crítica del destino se vivió entre el 93 y el 96, pero también la más importante en gestión y coordinación de efectivos. "El problema era que no había infraestructuras, la planta hotelera estaba anticuada", precisa.

La solución fue una apuesta de futuro conjunta. A la inversión de las administraciones, se sumó el esfuerzo de los hoteleros y de las empresas, que asumieron las exigencias del cambio. Fue el momento de sentar las bases del funcionamiento actual de la Costa del Sol, incluido en su acepción más humana. Los sindicatos se movilizaron y después de negociar con la patronal obtuvieron representación en las mesas del sector y lograron el compromiso de transmutar los expedientes de regulación de empleo en la interrupción temporal del trabajo. Además, se adaptó la determinación de abrir los hoteles de manera permanente, toda una revolución en la zona.

La apuesta actual, que hunde sus raíces en esa etapa, es la calidad. Los expertos coinciden en la estrategia, especialmente tras la irrupción de competidores más baratos. La nueva Costa del Sol ya ha empezado con la renovación de la planta hotelera, que en la actualidad dispone del 61 por ciento de sus plazas en régimen de cuatro y cinco estrellas. Un esfuerzo al que prosiguen inversiones de la envergadura del Plan Qualifica, destinado a ahondar en esa misma perspectiva.

Sin embargo, aún quedan cuentas pendientes. Gonzalo Fuentes cree que uno de los grandes retos estriba en mejorar las movilidad, sobre todo, en el interior del propio destino. "Se han dado grandes pasos con la mejora del Aeropuerto y la implantación del AVE, pero falta el corredor ferroviario, un sistema que permita desplazarse y conecte el litoral", indica.

En el mismo capítulo, el sindicalista añade la estabilidad laboral, que repercute en la cualificación de la mano de obra, y la necesidad de rejuvenecer los encantos patrimoniales de los centros históricos. "Ya no es momento de crecer más, sino de consolidar lo que tenemos", aclara.

Un reto en el que, según Gómez, la innovación se impone como la premisa inevitable. Los turistas, dice, han cambiado, tanto en motivaciones como en la forma de gestionar sus vacaciones. "Son exigentes y cada uno viene con una demanda diferente. Debemos llegar al turista individual", señala. De nuevo, la necesidad de renovarse, primordial en una industria que aspira a continuar en posiciones de liderazgo.