El cáncer es una de las enfermedades más temidas y letales de este siglo. A pesar de su abultada presencia, aún no existen mecanismos que mitiguen sus efectos y ayuden a convertirla, como la fiebre amarilla, en una calamidad de otro lugar, de otro tiempo. La falta de soluciones no impide, sin embargo, que se investigue su funcionamiento y se llegue a conclusiones esperanzadoras como las del Hospital Clínico, enredado desde hace años en una línea de estudio que si no aún no ha logrado poner remedio a la enfermedad, al menos, ayudará a paralizar su evolución.

José Lozano, profesor de Biología Molecular en la Universidad de Málaga e investigador del centro, es optimista. En un plazo de quince años, dice, se podrán obtener tratamientos personalizados e incluso prever el desarrollo de la enfermedad con un simple análisis de sangre. No es un vaticinio, sino una lectura rigurosa de las posibilidades de los trabajos que se llevan a cabo en lugares como el Clínico, donde existen varias líneas pioneras en el trabajo con moléculas.

Las hipótesis de Lozano se fundamentan en la angiogénesis, un proceso que hace que el tumor se convierta en cáncer y no en un simple islote dañado. La enfermedad, puntualiza, se desarrolla porque el tumor atrae a las células y crea sus propios vasos sanguíneos a modo de autopistas por las que extenderse por el cuerpo. Un engranaje que no pasaría de radiografía del mal si no fuera porque ahí comienzan los trabajos del hospital, basados en la posibilidad de neutralizar el movimiento.

Se trata de una terapia conocida como antiangiogénica, que consiste, básicamente en eliminar el atractivo del tumor y lograr que no imante a las células. Sin su capacidad para atraer al resto no existe riesgo de que cree vasos y se extienda la enfermedad. La manera de lograrlo es a través de la inyección de moléculas, que actúan como una suerte de perfume pestilente que rompe los reclamos del tumor y lo deja completamente solo.

El problema es que su efecto no dura demasiado tiempo. El organismo se vuelve resistente a la inyección y desaparecen sus bondades y efectos. Ése es el punto de partida de los investigadores del Clínico, que en la actualidad tratan de obtener nuevas mezclas a través de la química y los anticuerpos. El objetivo es lograr una molécula que suavice los efectos secundarios de la terapia, que se antojan casi tan dolorosos como los de la quimioterapia, aunque sin descartar nuevas aplicaciones. Entre ellas, uno de los máximos objetivos de los investigadores, lograr un compuesto capaz de acabar con la resistencia al tratamiento.

La dificultad de este último punto radica en que el cáncer no quiere saber nada de axiomas y de la lógica elemental. Cada enfermo posee sus variantes genéticas y la hipotética molécula tendría que ser distinta por fuerza. Cosa que tampoco está reservada a la ciencia ficción, dado el avance de los estudios genéticos. El grupo de Lozano también anda inmerso en otras investigaciones como la que tiene como objeto desglosar los factores que influyen a la recaída del cáncer de mamá, que podrían estar relacionados con la operación.