El cementerio de San Rafael se ha convertido en un carrusel orográfico. A cada metro, surge una hondonada, un golpe de arena casi racional, un montículo perfectamente apilado. Las fosas han sido cubiertas y selladas para que la lluvia no desdibuje su contorno. En su extremo, un cartel detalla la fecha de la excavación, la profundidad, el número de cuerpos. Es el último emblema ejemplar de un trabajo ponderado como ejemplarizante, meticuloso, exquisito, que servirá de modelo al resto del país.

Son muchos los extremos que definen la investigación en el camposanto como extraordinaria, pero también los que la hacen insólita. Se trata de la única de España que no ha estado precedida por una refriega judicial, que ha logrado aunar el apoyo de todos los partidos políticos e instituciones. Cuando en el resto del país se hablaba de autos y jurisdicción, aquí ya se habían puesto los pies en la zanja. Su protocolo de actuación ha sido copiado por el resto de Andalucía y remitido al Gobierno. Cada vez que se inicie una excavación en el país, el funcionamiento, medido paso a paso, seguirá lo que se ha hecho en Málaga.

En el grupo de trabajo, la comunión excede lo profesional. El equipo de arqueólogos de Sílex Patrimonio, comandado por Andrés Fernández, trabaja más allá de las horas regladas, los voluntarios llegaron desde todos los puntos de España y de países como Estados Unidos, los colaboradores, caso de Rafael Molina, acuden a diario, la implicación de la Universidad de Málaga es total y humana. "Aquí somos una familia, hemos congeniado", dice José Dorado, presidente de la Asociación contra el Silencio y el Olvido por la Memoria Histórica.

En San Rafael no existe ni un sólo minuto en el que no se perciba el afecto, los sentimientos enraizados. Si preguntas por el balance, te dicen que no te olvides de agradecerle a Antonio Oliver, a Cristóbal Alcántara. A José Alberto. A Paco. A Andrés. A Sebastián Fernández, director de los trabajos de campo. Los profesionales abrazan y escuchan a los familiares. El presunto afán de revancha, tan vívido en los debates políticos, parece una ficción literaria. "Lo único que queremos es enterrar a nuestros padres", comentan.

Francisco Espinosa, investigador del colectivo, repasa también los momentos duros. Él los conoce como nadie. Su trabajo en los archivos ha sido ímprobo, casi inacabable. Y las inclemencias climáticas, constantes. Dice que lo que más le sobrecogió fue encontrar restos de niños. "La primera vez que vimos una fosa por dentro fue muy difícil para todos", señala.

El esfuerzo aún no ha declinado. Las dependencias de Parcemasa escenifican ahora un trabajo de clasificación prolijo, destinado a facilitar la labor de las clínicas de ADN, que han empezado a tomar muestras a los familiares. Allí los restos están individualizados por cajas, con sus enseres personales y una ficha en la que se detalla cada pieza y se aventura la edad del fallecido a partir de la formación de su cráneo, de las suturas de algunos de los huesos. "Eso lo determinarán los especialistas, pero estamos tratando de darles los restos con la mayor aproximación posible", dice Andrés Fernández. "Echamos las horas que haga falta, lo hacemos por las familias, por esta gente, por Paco, por Pepe". No hay nada más lejano al debate.