Fantasía rubia, venus con acento de arroyo, suavidad nacarada y tibia. En los años cincuenta, Brigitte Bardot era la mujer más hermosa del planeta. Su rumor bastaba para descubrir sombreros, desorbitar ojos, provocar la caída de la piel y del cabello. España guardaba sus fotos en el cajón de la mesita, en cámaras prohibidas. En todas partes. Salvo en Torremolinos. Allí se la quiso expulsar de la provincia, se le llamaba golfa, vivió una de las etapas más convulsas de su vida.

Hablar de la Bardot en la Costa del Sol es enunciar una película, ‘Los joyeros del claro de luna’, dirigida por su esposo de la época, el cineasta Roger Vadim. La cinta está grabada íntegramente en Torremolinos y forma parte de los títulos de culto, no tanto por su calidad cinematográfica como por ser la obra más picante del huracán del país vecino.

La princesa está triste

La presencia de la actriz en Málaga está moteada de misterio, de escándalo, de infortunio. Las circunstancias de partida de la película eran, cuando menos, curiosas: había permiso para rodar, pero no para su distribución en cines, aplacada incondicionalmente por la censura. Era 1958 y la provincia acaba de atravesar un invierno inusitadamente frío. El cielo lucía arrugado, gris, sucio. La Bardot estaba triste. Su matrimonio atravesaba una crisis, la comunicación con el protagonista, Stephen Boyd, se antojaba tensa, difícil. La musa quería abandonar el filme. Pero no lo hizo. Gracias a un amigo quijotesco y barbudo, Fernando Rey, compañero de reparto, que se convirtió en su confesor, el aliado de la rubia.

La venus al desnudo

El actor fue testigo de las primeras andanzas de la francesa por Torremolinos. La Bardot animó la vida nocturna, ejerció de cliente selecta del por entonces novedoso Marbella Club, el rincón de los Hohenlohe. Estaba encantada con Torremolinos. Decía que le parecía un rincón paradisiaco y lo comparaba con Saint Tropez, donde tenía una residencia veraniega. Quizá por eso no advirtió las diferencias de costumbres. En los días soleados, la mujer más hermosa del planeta bajaba a la playa y tomaba el sol completamente desnuda, lo que soliviantó a las masas, aunque no precisamente con aplausos e improvisadas esculturas. Las mujeres reaccionaron frente a uno de los primeros top less de la Costa y enviaron una carta al alcalde de Málaga, Pedro Luis Alonso, al que le solicitaron la expulsión de la actriz. No se tomaron medidas, ¿quién puede decirle a Afrodita que se cubra?

El tributo de Quentin Tarantino

La película, que cuenta con el guión del escritor Jacques Rémy, no obtuvo una buena crítica, pero el efecto de la Bardot fue suficiente para seducir a audiencias mayoritarias y minorías. La prueba está en el homenaje confeso de Quentin Tarantino, que le rinde tributo en uno de sus últimos títulos, ‘Dead proof’. Otro grande del celuloide, John Cassavettes, incluye su cartel en una escena de su filmografía. El título funcionó y con él, Torremolinos, transformada bajo la cámara en una ciudad andaluza casi decimonónica, en paisajes de pueblo español a lo Juan Tenorio.

El regreso de la musa

A la Bardot le gustó la experiencia. Su amigo Peter Viertel, que trabajó también en la cinta de Vadim, había fijado aquí su residencia. Trece años después del rodaje, la musa de la generación de los Beatles aceptó de nuevo trasladarse a Málaga, aunque con una excusa más prosaica: ‘El bulevar del ron’, un subproducto de compromiso, ambientado en la capital de la provincia. La Costa del Sol no le fue indiferente a la espléndida francesita. El elogio a Torremolinos está presente en sus memorias. Aquí demudó en el icono erótico de medio mundo. Las vecinas, mojigatas y españolísimas, se morían de envidia. Bendita arena la de Málaga, arena de culto.