Ahí estaban, aguardando desde hacía más de un siglo a los investigadores, los diarios del médico malagueño José Mendoza, que exponían, con todo lujo de detalles, cómo fueron los días en los que Málaga se convirtió en ´ciudad francesa´ durante la invasión napoleónica de 1810 a 1812.

El académico de San Telmo Manuel Olmedo los descubrió en el archivo del Senado y los publicó en 2003, desvelando aspectos hasta entonces desconocidos de esa Málaga. "El médico Mendoza es un hombre de ciencia que no hace más que recoger lo que va oyendo y es respetado en la Málaga napoleónica porque tiene que atender a unos y otros", cuenta.

Los años previos a la invasión fueron por cierto muy malos para una ciudad que padeció dos epidemias de fiebre amarilla entre 1803 y 1804, falleciendo el 25 por ciento de la población. Además, la guerra con Inglaterra truncó el comercio marítimo.

Cuando en febrero de 1808 irrumpen los lanceros polacos por la calle Mármoles y el ejército de Napoleón toma Málaga, contaba con unos 50.000 habitantes, más 1.200 eclesiásticos, frailes y monjas y era una ciudad de capa caída.

A comienzos del XIX, la Alameda era el rincón principal de la ciudad, "por entonces un bulevar y se paseaba por el centro, mientras que las murallas de Málaga prácticamente habían desaparecido", destaca Manuel Olmedo, que señala que la capital conservaba el conjunto de callejuelas de época musulmana con muy pocas reformas. "Era una ciudad agradable y sucia, porque no existía apenas alcantarillado y la dotación de agua era mínima, con edificios de baja calidad –los que no habían caído en el terremoto de 1755– y asolada por las inundaciones del Guadalmedina".

Cuando llegan las tropas del general corso Sebastiani, los franceses refuerzan el castillo de Gibralfaro y colocan allí una batería para defender Málaga de los contraataques del mar. "La Alcazaba no tenía apenas defensas ni capacidad de resistir", cuenta el académico malagueño, que señala que un teniente coronel del cuerpo de ingenieros, Joaquín Ferrer, que sanó en Málaga de unas heridas, aprovechó para actuar de espía y levantar planos de las defensas. "Consiguió escapar a Cádiz, le formaron consejo de guerra y le absolvieron".

Los oficiales franceses, por cierto, se alojaron en casas de malagueños, como en la zona de Carretería y calle Martínez. Manuel Olmedo recuerda que existe un registro de esta forzosa convivencia. ¿Cómo recibió el pueblo de Málaga a los invasores? "Málaga no se fundió nunca con el invasor, pese a que la plebe se adhiere al rey intruso cuando llega a Málaga en marzo. La plebe lo aclama porque también va tirando monedas de plata", cuenta el académico.

También convivió con los soldados napoleónicos un núcleo de afrancesados malagueños, "personas bienintencionadas que querían a España como los otros y que vieron en el imperio de Napoleón la solución a los gravísimos problemas de España". Sin embargo, no todos los afrancesados mantuvieron el mismo fervor por el ´progreso francés´, tras ver cómo actuaban en Málaga los representantes de Bonaparte, para los que terminaron sirviendo ´como esclavos´, destaca Manuel Olmedo. Por lo demás, también entre los afrancesados había "arribistas al servicio de los invasores que los trataron a mesa y mantel".

El ejército francés actuó desde el principio como dominador y se incautó de la plata privada y de la de las iglesias, amenazando con cárcel y luego con fusilamientos a quien no respondiera con generosidad. La cárcel, a propósito, se encontraba en la plaza mayor (la actual plaza de la Constitución) pero también se utilizaron como prisiones el cuartel de Mundo Nuevo y las Atarazanas.

"Napoleón fue casi un Hitler del siglo XIX, no tuvo capacidad de gasear pero su consigna era descoyuntar España, como hizo Hitler con Polonia", subraya el experto malagueño.

Además de recaudar con urgencia, los hombres de Bonaparte pusieron en marcha algunas mejoras para Málaga pero siempre, "en provecho propio". Así, planearon levantar el faro de Málaga, algo que sólo quedó en el papel e hicieron algunas inversiones para mejorar el Puerto.

El sufrimiento de la ciudad concluyó el 28 de agosto de 1812, con la entrada en Málaga del general Ballesteros. Antes de retirarse, los franceses volaron dos torreones de Gibralfaro y siguiendo su costumbre, reclamaron 600.000 reales a la municipalidad que, en esta ocasión, no fueron concedidos a un enemigo en retirada.

Para Manuel Olmedo, Málaga, como el resto de España, vivió una auténtica Guerra de la Independencia, y recuerda que antes de la invasión, la capital abasteció de alimentos y de munición a Cataluña y Valencia. "Fue una guerra nacional en la que se luchó por la Religión, el Rey y la Patria, aspectos hoy difíciles de comprender", subraya. El académico malagueño lamenta que, en la actualidad, esta guerra sea cuestionada "por historiadores mediatizados por el sectarismo, cuando no por la incultura".