De la pañoleta a los pantalones de pitillo, del trapo y el pilón a la laboriosidad de la oficina. Las madres de Málaga han cambiado mucho, tanto como la mujer, pero la poética del 2 de mayo sigue siendo la misma: perfumes, flores, bombones, regalos para compensar tantos años de sacrificio. La imagen, el concepto perdura: la maternidad como equivalente de entrega, de cultura de la inmolación. ¿Es ese el rostro del siglo XXI? La estadística lo desmiente, la maternidad ya no significa lo mismo.

La evolución es heredera de la incorporación al mercado laboral, que ha alterado los roles y las costumbres. La resistencia, el coraje, se traslada a un campo doblemente comprometido: las dificultades para compatibilizar el trabajo y las servidumbres de la familia.

Eso explica, en buena medida, el retroceso de la edad de las madres de Málaga, que suelen tener hijos una década después que la generación anterior, entre los 30 y los 34 años. Gemma del Corral, directora del Área de la Mujer, habla de un dilema todavía presente, inconciliable con el marchamo de desarrollo que se presume a la sociedad: la obligación, en muchos casos inexorable, de elegir entre la profesión y la maternidad, la realización personal o la preservación de los otros.

Pilar Oriente, directora provincial del Instituto Andaluz de la Mujer, recuerda que la pregunta riela en el momento menos apropiado. La fertilidad suele coincidir con el periodo de máxima expresión en el trabajo. Los resultados, reforzados por los efectos de la crisis, se trasladan al índice de natalidad, en retroceso continuo durante los últimos trimestres. De acuerdo con el Instituto de Estadística de Andalucía, uno de cada cinco niños que nacen en Málaga ya es de padre o madre inmigrante. "El desarrollo económico no debería traducirse en menos nacimientos, sino todo lo contrario", puntualiza Oriente.

La nueva cara de la maternidad esconde problemas que van más allá de la organización del trabajo y de la economía. Del Corral alude al elevado índice de casos de infertilidad, consecuencia, la mayoría, del retraso en la edad natural de alumbramiento. La responsable del Área de la Mujer razona con contundencia: "Deberíamos preguntarnos que se está haciendo mal, por qué no hay incentivos para estimular el gran patrimonio de la sociedad, los nacimientos, la maternidad", indica.

La palabra madre ha perdido sus connotaciones tradicionales. Al trabajo, se suman los nuevos modelos de familia. La psicóloga y escritora María José Zoilo dibuja una realidad caleidoscópica, en el que el rol se reparte en numerosas figuras. La abuela que reemplaza a los padres en el horario de trabajo, la novia de papá, la señora contratada para cuidar de los niños. Un retablo al que Del Corral incorpora nuevas imágenes como la de la madre soltera, legítima opción para construir un hogar.

Una madre es una madre. La pregunta habita en la naturaleza del imaginario colectivo. ¿Biología? ¿O sólo trasunto de un modelo arcaico? Oriente advierte que la semántica de la maternidad está contaminada por parámetros caducos, en los que a la mujer no se le reconocía más vocación que la de satisfacer el instinto animal. La virtud de los nuevos tiempos apunta al crecimiento de la figura del padre, que empieza a copar espacios tradicionalmente reservados a la mujer.

En familias en las que el cuidado de los hijos se reparte, las diferencias entre los roles se disipan. Las tres especialistas consultadas por este periódico coinciden en reseñar que la igualdad difumina los límites entre maternidad y paternidad, más allá de las normas que dicta la naturaleza. Zoilo celebra las consecuencias del nuevo modelo en la mentalidad del niño, "que descubre que tiene dos cuidadores, lo que es muy positivo para él", apunta.

El futuro, en su acepción más optimista, cuestiona la pervivencia de los valores más repetidos. La admiración hacia la figura de la madre como sinónimo de resistencia y abnegación no encuentra el aplauso científico. La psicóloga cree que se trata de una actitud "insana", especialmente cuando comporta la negación de la vida individual. "Renunciar a tu desarrollo por los hijos no se hace por deseo, sino más bien por imperativo social. Si no se tienen otros objetivos, no hay equilibrio y todo se reduce a la protección", resalta.

Las madres del nuevo siglo reclaman una política acorde con la distribución equitativa de tareas y responsabilidades. Del Corral insiste en que la conciliación de la vida familiar y laboral no compete en exclusiva a la mujer y aboga por implicar al padre en el proceso desde el primer momento. Un cambio de óptica que restaría dramatismo a la elección. "Muchas mujeres retrasan la edad para ser madres porque anteponen, como es lógico, la estabilidad económica y material", reflexiona Oriente.

Los cambios sociales afectan, incluso, a la biología. La directora del Área de la Mujer se considera defensora de la lactancia natural, aunque reconoce que existen alternativas, lo que abre nuevas perspectivas al contacto más elemental. ¿Cómo será la madre de las próximas décadas? El camino, de acuerdo con las especialistas, se cifra en la maternidad compartida y la duplicidad en el rol del cuidador. Por el momento, el margen de mejora es amplio. Según Del Corral, un sistema más generoso con la vida laboral de la mujer permitiría aumentar la natalidad. El objetivo es neutralizar el interrogante, que la condición de madre no se convierta en una preocupación y un motivo titánico de lucha para continuar con la profesión. Hace apenas un par de décadas, un padre con un babero y una cuchara transmitía la sospecha de enajenación. La evolución está en marcha. La única certeza es la fortaleza del vínculo, las primeras sufragistas también se preocupaban por la bufanda del bebé.