Un par de horas de trabajo con la Unidad Especial de Subsuelo y Protección Ambiental de la Policía Nacional de Málaga son algo más que una aventura. La labor de estos agentes, invisible para los ciudadanos, es tan importante para la seguridad de todos como poco reconocida.

El primer servicio del día se hace en superficie cuando, camino hacia las entrañas de la ciudad, el coche que les precede hace un giro incorrecto que provoca la espectacular colisión con un motorista que vuela varios metros. Los peores temores no se cumplen. Milagrosamente, el motorista se levanta dolorido del asfalto ante el asombro de todos. El subinspector Vidal y sus compañeros, testigos de excepción, se hacen cargo. Asisten al herido, llaman a una ambulancia y luego dejan en manos de la Policía Local el correspondiente atestado.

En sólo unos minutos la imagen se traslada al ras de suelo. "Aquí empieza nuestro trabajo. Todo lo que hay de ´cota cero´ hacia abajo es susceptible de revisar", explica Vidal mientras señala una tapa de alcantarilla que parece empequeñecer por momentos. Una vez uniformados con los trajes y las botas, los agentes sonríen cuando invitan a alguien a bajar a lo desconocido por una escalera que sujeta con fuerza el agente José Luis. Su compañero Rafael espera paciente a aproximadamente cinco metros de profundidad.

Funciones. La Unidad de Subsuelo y Protección Ambiental abarca todo lo que significa su nombre, y algo más. Elabora estudios y planes integrales de seguridad; colabora en la planificación y ejecución de dispositivos de seguridad ordinarios y extraordinarios; actúa de forma preventiva e investiga delitos medioambientales originados por vertidos incontrolados e ilegales a la red de alcantarillado; tiene competencia operativa con ocasión de la comisión de actos delictivos; y recoge muestras de residuos de la red subterránea. Según el subinspector, no hay día que no se revise algún punto de la ciudad ni gran evento en el que no participen de alguna manera desde cualquier tipo de conducción subterránea, colectores, galerías de servicio o alcantarillado de la capital.

En la práctica, visibilidad cero si no fuera por las linternas de los agentes. El túnel, de apenas 1,70 metros de alto por dos de ancho, es un colector más grande de lo imaginado por el que fluyen las aguas fecales de una zona muy poblada de la capital. El caudal es continuo y tan pestilente como era de esperar. Entre la pared y el techo, las tuberías delatan muchos residuos que nunca deberían haber sido arrojados por el inodoro, aunque a los componentes de esta unidad ya no les sorprende nada. Una vez en el subsuelo, es más fácil entender las advertencias previas del subinspector. "Este trabajo requiere un adiestramiento muy específico. Hay una serie de condicionantes que impiden que cualquiera pueda trabajar en nuestras condiciones", explica. Vidal se refiere a la claustrofobia o al hecho de compartir inevitablemente espacio con la fauna propia del lugar. Como las pequeñas cucarachas que forman pelotones en todos los ángulos se agitan ante la presencia de los intrusos. "Es lo que hay. Lo más habitual son las ratas y muchos insectos. A lo sumo, alguna culebra o algún animal despistado", dice Vidal, quien justifica el exhaustivo protocolo de vacunas al que se someten periódicamente los componentes del grupo. Pero los enemigos son otros. Como el brutal caudal de agua que provocan las lluvias o los gases (combustibles o tóxicos, o ambos a la vez) que obliga a los agentes a trabajar con sus inseparables detectores de gas, máscaras y material especial.