El movimiento se reanuda a los pies de los pórticos, regresa el ambiente de plaza vieja, las bolsas, los gritos de reclamo, los pasillos atestados de gente. Parece que siempre estuvo ahí, que nunca cambió las truchas por el andamio, los olores por el polvo. El mercado de Atarazanas abrió ayer sus puertas después de más de treinta meses de obras y con él retornaron sus antiguos huéspedes, la mayoría con entusiasmo renovado, aunque también con un poco de recelo por la respuesta de las instalaciones, consideradas insuficientes por algunos de los pescaderos.

La vuelta a Atarazanas tiene algo de recuperación bíblica de la tierra arrebatada. Los vendedores se acordaban ayer del exilio con resignación, sin nostalgia. Conchi Cuberos, resumía el espíritu de la inauguración, estaba exultante, reinstalada en el mismo rincón en el que trabajó durante treinta años. "¿De la calle Camas? De eso no quiero ni hablar", decía.

La arquitectura del edificio, alumbrada en primera instancia por Joaquín de Roucoba y remozada por el estudio Aranguren Gallegos, parece seducir a compradores y ocupantes. La firma, que recibió el encargo del grupo Sacyr, adjudicatario del proyecto, ha optado por devolver al inmueble sus valores originales. El resultado es el extrañamiento. La capa de uralita, colocada en la década de los setenta por orden del visionario de turno, permaneció demasiado tiempo, tanto como para que la identidad de Atarazanas, asomada a sus primeras formas, adquiera una textura novedosa, casi irreal. La vidriera polariza la mirada, los colores que presiden los puestos evocan el mercado de la Boquería de Barcelona, el artesonado logra un efecto semejante al de la ciudad vieja de Montevideo.

Los cambios, pese a los paralelismos, confieren originalidad al conjunto. Su primer examen estaba ayer en la fisonomía de los vendedores. Conchi, a juzgar por su sonrisa, le daba un sobresaliente. Una pareja de alemanes le regaló una planta para decorar el puesto, los clientes recibían piezas de charcutería a modo de incentivo para compartir su buen humor. "¿Qué tenemos menos espacio? Sí, pero así nos rozamos más", comentaba con gracejo.

La recuperación de las tejas de la cubierta, la redistribución de la entrada de luz y el nuevo lustre de los atractivos arquitectónicos no consumen el inventario de novedades. Las calles interiores se han ampliado y las dimensiones de los puestos han sufrido, en su mayoría, un recorte que no todos aceptan con la misma deportividad. Antonio Sánchez, pescadero, se adapta a las nuevas condiciones, que a duras penas le permiten maniobrar sin tropezar con la cabeza de una merluza o un cargamento de jureles. "¿Qué le vamos a hacer? Llevaba dos años deseando volverme aquí", señala.

La sección del pescado es la menos entusiasta. Las razones de la decepción saltan a la vista, especialmente en el puesto de congelados de Antonio Barrabino, ocupado únicamente por los trabajadores y un cartel en el que se advertía de la situación. "Estamos vendiendo a domicilio desde las tiendas por respeto a nuestra clientela, porque aquí no podemos hacer nada", indica.

Barrabino denuncia que el mercado no sólo tiene cuentas pendientes con el espacio, sino también con los equipamientos. A los vendedores del congelado le han reservado arcones que consideran poco aptos para el uso. "Son para la casa, pero no para abrirlos continuamente", resalta.

El descontento de algunos de los pescaderos apunta a defectos que no dudan en mostrar a los clientes. Los flecos del nuevo Atarazanas son calentadores situados debajo del fregadero, cables sueltos, puertas que obligan a retirar parte del mostrador. Los afectados son una minoría, pero tienen muy claro el responsable: "No queremos que el Ayuntamiento nos lo pague, sino que sea la constructora, que es la que se ha equivocado", detalla Barrabino.

Las instalaciones del mercado, que se irán perfeccionando en los próximos meses, conservan todavía el tacto inaugural, pendiente de los últimos detalles. Faltan los nombres de la mayoría de los comerciantes, que han sido rebautizados con números. La disposición física de los puestos tiene algunos ganadores, las hileras se estrechan en los eslabones intermedios y crecen en las alas.

Muchas de las novedades en la organización de los puestos vienen impuestas por la seguridad. El proyecto, que ha supuesto una inversión de 6,93 millones de euros, asumida por Fomento en colaboración con el Ayuntamiento, se adapta a los requerimientos de los bomberos y las salidas de emergencias. Algunos vendedores destacaban los beneficios para la población con discapacidad, que tenían anteriormente el acceso vetado. La inauguración respondió ayer a las expectativas de los clientes. Al mediodía, los compradores de la zona se mezclaban con vigilantes y curiosos de guardia. El efecto de la reapertura, al menos durante las primeras horas, está garantizado. El Centro fue ayer día de mercado, a la usanza tradicional. "Este traslado ha sido menos duro que el anterior", contaba Sánchez.