Juan José Romera es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Granada y da clases de Lengua Castellana y Literatura en el IES Valle del Azahar, de Cártama Estación. Acaba de publicar el libro ´Retrato canalla del malestar docente´, un ensayo que, con sentido del humor, ofrece una visión crítica sobre los que atacan el sistema educativo español. Romera sostiene que la visión catastrofista de lo que ocurre en las aulas no deja de ser un mito y una exageración, y que parte de muchos profesores.

–En la educación, ¿cualquier tiempo pasado no fue mejor?

–Ése es uno de los mitos que hay que combatir. Una de las quejas de los profesores que más se repite y que no es cierto. Hablan de que el nivel ha bajado, pero eso mismo lo llevo escuchando desde que yo estudiaba. Es más, Aristóteles ya se quejaba de cómo le llegaban los alumnos.

–¿Tampoco existen la falta de respeto ni los episodios violentos?

–Sí que existen, pero hay que quitarle dramatismo. 1984 fue un año terrible para la enseñanza, cuando un alumno asesinó a una profesora y otro intentó violar a otra. Quiero decir, que casos así los ha habido siempre, que las agresiones a los docentes no tienen justificación, pero que hay que tener en cuenta que, como ahora hay más estudiantes, es normal también de que estos comportamientos puedan ser más numerosos. En 1984 había 32 institutos en la provincia y ahora hay más de cien. Tener escolarizado a un adolescente con 16 años, que encima no quiere estudiar, es un riesgo. Pero es un riesgo que asumen todos los países de nuestro entorno.

–¿Quien quiere aprender, puede hacerlo hoy en día o los ´revientaclases´ lo impiden?

–No, no. Las clases no son ni mucho menos campos de batalla. Los niños que vienen a aprender lo consiguen. Pero un aula es muy diversa y hay niños que quieren aprender, niños que no quieren, niños que quieren y no pueden, niños que no se manejan bien en nuestro idioma y niños con deficiencias mentales. El profesor, lo que tiene que hacer, es adaptarse a lo que hay y cambiar el método docente, porque hay que reconocer que, a veces, nuestras clases son muy aburridas y eso provoca que el alumno deje de interesarse.

–¿Qué es lo que habría que hacer para que España, según PISA, deje de estar a la cola de Europa?

–No podemos seguir repitiendo los modelos que no funcionan. Hay que dejar el aprendizaje memorístico, la clase tradicional. No podemos estar constantemente enseñando contenidos. Me parece más interesante enseñarles cómo acceder a los conocimientos, que un alumno sepa redactar antes que identificar una oración reflexiva indirecta. Y siempre tendemos a equiparar el nivel de conocimiento a la historia, cuando puede ser más importante que un alumno sepa orientarse, saber dónde está el norte y el sur, antes de saber quién era Carlos III. Hay quien hasta se jacta de no acordarse de dividir por dos cifras y se perdona, pero oiga, que no sepa quien es Cervantes resulta alarmante.

–¿Y el profesor cómo puede recuperar su autoridad?

–Soy enemigo del ´compadreo´. No me gusta ni la palabra ni la actitud. El profesor nunca puede ser amigo de su alumno. Está para ayudarlo, pero es necesario mantener una distancia que es sana. –¿En su libro habla con ironía de los profesores que piensan que todo está perdido?

–Trato de ofrecer un retrato entre lo grotesco y esperpéntico de los docentes que, desde la queja constante, creen que la educación es un callejón sin salida.

–¿De qué se quejan sus compañeros?

–Del bajo nivel, de la mala educación, de que los padres no responden, de la burocracia... Pero son todos casos aislados.

–Estudió cine en Cuba y ha trabajado como crítico literario. Mientras muchos profesores describen una película de terror, usted cuenta una de Frank Capra?

–Es una película realista, sin ningún tipo de artificio, de un día que te salen las cosas mejor que otros, y la clase no siempre te responde igual.