Marina Otiora tiene 10 años y es una de los 300 niños beneficiarios de las Escuelas de Verano que financia la Junta de Andalucía. «Allí hacemos bailes, jugamos a las duchas, y nos lo pasamos muy bien», explica. Precisamente, las «duchas», una actividad con agua, es una de sus favoritas, confiesa.

Dibujo, baile, aerobic, fútbol, gomas de agua, globos con harina, pulseras, plastilina, cometas, música o las olimpiadas sucias –una especie de guerra de barro en la que gana el que tenga más barro y que cuenta con menos aceptación por parte de los padres– son algunas de las distracciones de estos pequeños de tres a doce años.

La delegada para la Igualdad y Bienestar Social en Málaga de la Junta, Ana Navarro, visitó ayer una de las tres Escuelas de Verano existentes, concretamente la de Palma-Palmilla que se desarrolla en el colegio de Infantil y Primaria Manuel Altolaguirre y que acoge a cerca de 95 niños de tres a doce años de esta barriada.

Todos estos pequeños se encuentran en riesgo de exclusión social y, tras trabajar con ellos el resto del año, los meses de julio y agosto se les ofrece la posibilidad de estar de 9.00 a 15.00 horas en el centro, donde reciben además el almuerzo de forma gratuita.

La acción de los monitores se divide en tres bloques fundamentales: mantener los hábitos de higiene y alimentación, una parte lúdica de talleres y convivencia y una última de refuerzo de los conocimientos en la enseñanza reglada. El mismo patrón se

desarrolla en las otras dos escuelas, en los Asperones e Intelhorce.

Jornada veraniega

«Los niños que están aquí no lo hacen por gusto. Hay muchas madres que no tienen para comer, muchas separadas, y que tienen que trabajar y gracias a esto pueden tirar hacia adelante», explica por su parte el presidente de la asociación de padres, José Antonio Frías Fernández, responsable de este campamento de verano.

Y es que los padres son los impulsores y verdaderos artífices, gracias a la subvención de la Junta, de la marcha de este campamento y de que estos pequeños olviden sus particulares y difíciles circunstancias para pasar un verano lleno de diversión, juego, risas, alegría y entretenimiento. El arduo trabajo de controlar a este centenar de niños y velar por su seguridad y el adecuado funcionamiento de las actividades recae en José Antonio, que se echa sobre sus espaldas este duro cometido sin recibir nada material a cambio. «Yo, con que un niño me diga maestro y me pida un beso, ya estoy más que pagado», declara.

Pero es que además los propios monitores son vecinos del barrio que tienen la cualificación y formación pertinente pero están parados, con lo que se cumple un doble objetivo.

La jornada comienza a las nueve. A primera hora realizan juegos y deporte para desayunar y continuar con estos cometidos. Los mayores inician la sesión de coreografía, para pasar a tiempo libre, duchas y talleres, finalizando con el almuerzo.

Los niños tienen además contacto con personas y entornos diferentes a los habituales en sus barriadas a través de salidas y excursiones como la que realizan a la piscina de Villanueva del Rosario o al cine, explican.

«Los propios padres de la barriada han asumido el trabajo con los niños en verano. El resto del año también actuamos para la normalización de estas familias», destaca Ana Navarro.

Los pequeños corretean a lo largo de las instalaciones del colegio. Fútbol, baile, canciones, zona para los más pequeños y una explosión de alegría y color con el sol y su intensa y calurosa luz como testigo.

En la selección se prima a aquellos que requieren una mayor atención por sus circunstancias socioeconómicas y familiares. Estas escuelas funcionan ya desde 1990 y son para muchas familias la única salida ante la difícil situación de tener que compatibilizar trabajo y familia y no contar con recursos económicos para ello.