Cuando uno cree en lo que hace, las cosas son muchos más fáciles, van rodadas, como se dice popularmente. Y Francisco Montijano es uno de esos fiscales que siente su trabajo como una misión especial que la vida le ha deparado y trata de devolver a la sociedad aquello que él ha recibido.

Acusador público de la Fiscalía Provincial desde 1988 y profesor asociado de Derecho Penal de la Universidad de Málaga, Montijano acaba de llegar de El Salvador donde, junto a dos magistrados locales, ha desarrollado la Ley de Intervención de las Telecomunicaciones, una normativa pionera en el país centroamericano que ha requerido, incluso, de una modificación constitucional, puesto que el texto de mayor rango en esa nación prohibía expresamente a la policía «pinchar» los teléfonos para espiar a los delincuentes. «Como había hábito de uso de este medio de investigación pues buscaron un consultor para que les ayudara a apoyar un poco la ley y también a establecer las garantías procesales y jurídicas que legitimaran la medida de la forma más acorde a la Constitución», reseña.

En un viaje anterior, elaboró la norma, que «ha suscitado un gran debate social», y en el último, de un mes de duración, la ha explicado a juristas y policías. Incluso, escribió un libro con la jurisprudencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos y del Tribunal Constitucional (TC) sobre la materia, y ahora anda metido en elaborar otro manual de la ley, exponiendo ésta de forma comentada, de forma que se compatibilicen «los derechos constitucionales y la eficacia de la investigación».

Aunque no se dice oficialmente, es una ley antimaras. «Cada vez tienen más fuerza, son un poder fáctico tremendo. Extorsionan, secuestran, reclaman dinero. Lo que inicialmente no eran más que grupos juveniles, se han convertido, por su potencial económico y sus infraestructuras, en redes muy peligrosas que desestabilizan a la sociedad y al Estado. Y para desmantelarlas este instrumento es fundamental», reconoce.

Asimismo, recuerda que El Salvador es hoy día el tercer país más peligroso del mundo. «A veces resulta inexplicable cómo, en una sociedad que tiene una abundancia de recursos tremenda y un potencial turístico increíble, la inseguridad es un gran negocio, de tal forma que ha decapitado cualquier posibilidad de desarrollo», recalca.

Lo cierto es que Montijano, nacido en Jaén y licenciado en derecho por la Universidad de Granada (76-81), es un fiscal andariego que ama la materia que trabaja. «A mí del derecho me apasiona todo. Educa en valores como el respeto, la justicia y la igualdad. Nos enseña a convivir. Contribuye a ser más empático, a no emitir opiniones sin escuchar a las dos partes», indica mientras sonríe y se pliega a todos los deseos del fotógrafo.

Se siente malagueño. Aquí tiene a sus tres hijos y aquí se quiere jubilar. «Se es de donde se pace», asegura el refrán. Se define como una persona ecléctica: no en vano, ha sido fiscal de Vigilancia Penitenciaria, de Medio Ambiente y Urbanismo y actualmente desarrolla su labor en un juzgado de instrucción de la capital. «Soy vehemente y apasionado con las cosas que me gustan, amo la conversación, escuchar y hacer deporte», completa su definición.

Sin embargo, hay cosas que no le gustan de la Justicia: «La dificultad para hacerse entender ante la sociedad. Y bueno, a veces se nos instrumentaliza, eso es molesto. Se nos instrumentaliza políticamente y no sabemos defendernos, a veces no queremos».

Asegura que, en ocasiones, ha llegado a comprender al acusado, a entender el porqué de una determinada conducta, envuelta en innumerables problemas sociales entre los que la reina es la droga. «Todos necesitamos comer a diario, todos necesitamos vestirnos, a todos nos gusta vivir razonablemente, y, cuando no hay ninguna opción legítima, a veces el camino fácil que supone la delincuencia no es más que una trampa», añade.

El futuro no le inquieta. «No tengo planes más allá de esta noche. La vida me ha enseñado que planificar es algo difícil, casi inalcanzable, porque casi nunca se cumple lo previsto y todo depende de las circunstancias de cada momento y de saber administrar el presente».

Es poco amigos de los clichés, pero le engancha el «we can» de Obama. «Todos podemos ser y hacer lo que queramos», reflexiona.