Hace un par de meses, un hombre acudió al veterinario con un podenco hembra de cuatro años con serios problemas. Luis Millán, el propietario de la clínica, recuerda el ingreso del animal: «La perra sólo era costillas y venía con un collar bastante apretado. Algunos clientes le dijeron al hombre que se lo aflojara». La vocación pudo con Luis y se ocupó del animal mientras el propietario del perro se marchaba sin dejar apenas referencias. Pronto le diagnosticaba una disnea en fase terminal que asfixiaba al podenco.

El tratamiento, según Millán, consistió básicamente en aliviar los síntomas para que el perro pudiera descansar. Al segundo día falleció y Millán comprobaba que el animal tenía los pulmones completamente encharcados. Los empleados de la clínica no pudieron localizar al propietario del can para darle la mala noticia hasta que, varios días después, el propietario volvió a la clínica para interesarse por su mascota.

Millán recordaba ayer que este hombre nunca creyó que había fallecido a pesar de que le mostraron el certificado oficial de incineración del que no se hizo cargo. «Pensaba que le estábamos engañando, que habíamos comerciado con su mascota», explicó Luis. Disconforme con las explicaciones del veterinario, las visitas se sucedieron con una actitud más hostil. El pasado miércoles, Millán y sus empleados vivieron el que esperan que sea el último episodio. Según confirmaron ayer fuentes de la Policía Local de Málaga y el propio veterinario, J. R. A., de 62 años, se presentó en la clínica de mal humor y reclamando 1.800 euros por la pérdida de su animal. «No se podía dialogar con él. Estaba muy nervioso y le invitamos a salir de la clínica», relató Millán.

Ya en la calle, el atestado policial recoge que este hombre lanzó improperios contra el doctor y a advertir de que tenía una escopeta de caza en casa. «Me llamó criminal e hizo movimientos extraños, como si amenazara con sacar algo del coche y decidimos cerrar la clínica», dijo Millán. Llamaron a la Policía Local mientras una de las empleadas tomaba la matrícula del vehículo. Este detalle permitió a los agentes localizar el domicilio del presunto amenazador en calle Manilva. Aunque inicialmente no se hallaba en casa, sus familiares reclamaban su presencia a la que accedió voluntariamente, según la Policía Local. Los agentes le preguntaron por la escopeta de caza y el hombre les mostró cuatro. Una con guía de pertenencia y otras tres sin la documentación, según las fuentes, quienes añadieron que requisaron las tres últimas.

No fue la única sorpresa. Cuando le preguntaron si tenía animales, J. R. A. respondió afirmativo. Según la Policía Local, les mostró el lugar en el que guardaba a los perros sin ningún reparo. «Era un garaje donde había hacinados numerosos perros en unas condiciones de insalubridad importantes», dijeron fuentes oficiales. J. R. A. fue detenido por un presunto delito de amenazas y los perros trasladados al Centro Zoosanitario de la capital malagueña.