Nos recibe el diosa del vino rodeado de plantas verdes en un patio chico que realza su pose mística. Ella nos mira y sujeta un racimo de uvas en una mano y una copa en la otra. Nos embriaga un olor dulce, peculiar e incluso que tiene algo de adictivo. En la pared blanca de la sala en la que estamos están colgadas unas macetas que destacan por la luz que entra desde las ventanas.

Seguimos el camino y vemos al fondo otro patio en el que crece la hiedra. Hay una fuente de la que no sale agua, pero en su poza seca se puede ver hierbabuena. Entra un viento fresco que se une a las conversaciones de la gente que está sentada. «Esto sí que es un museo», comenta alguno de ellos.

Tiene sus puertas abiertas desde el año 1971 y por él han pasado todo tipo de personas. Su nombre es especial, aunque todos lo conocen. Es el Pimpi, una bodega que sirve casi de embajadora de Málaga y donde muchos retratos de personas con fama que han decidido pasar unos minutos en compañía de un gran protagonista aquí: el vino.

Antonio Gala, Miquel Barceló, la familia Picasso, El Cordobés o Antonio Banderas son algunos de los muchos rostros que se han inmortalizado mientras estaban en el local. Un sitio que el célebre periodista Manuel Alcántara decidió llamar «la capilla sixtina de Málaga».

Quién podría imaginar que la idea de dos jóvenes que trabajaban en Córdoba fuese a tener tanto éxito cuando la pusieron en marcha hace 39 años. José Cobos y Paco Campos, dueños de el Pimpi, nos reciben en el patio en el que Gloria Fuertes recitaba sus poesías al público.

«Ahora han venido los primeros clientes que entraron al Pimpi cuando se abrió. Eran de París y vienen siempre por Semana Santa y por Feria. Venían un grupo de cinco personas al principio. Es muy bonito ver cómo siguen siendo fieles a tu negocio», comenta Paco Campos.

En el fondo hay unas botas de crianza. Son toneles hechos de roble en los que se almacena el vino. En ellas, con una tiza, hay dedicatorias de todas las personas famosas que han pasado por la bodega y también bar. «Si me pierdo una tarde en Málaga en el Pimpi me encontrarán», escribió Antonio Gala en una de ellas.

Según nos comenta José Cobos, uno de los dueños, en una de las botas de crianza todavía se conserva vino del año 1971. Cobos saca una copa y comprobamos in situ una de las máximas que él sostiene: «No se entiende una reunión sin vino porque es lo que abre los corazones y los sentimientos».

Otra de las características del Pimpi es la afición taurina que existe. Al menos así lo reflejan sus paredes en las que cuelgan carteles de corridas que se celebraron hace doscientos años. Cuando los caballos no llevaban ni peto y había más público en las plazas.

Sueña una canción del compositor Dorantes llamada Orobroy mientras José Cobos sigue hablando de su negocio. «Los malagueños nos han acogido como suyos. Cualquier turista que viene a Málaga una de las cosas que se les enseña es el Pimpi, comenta».

La bodega se divide en diferentes salas y patios. Una de las más célebres es el Palomar. Hay vigas de madera en el techo y unas vistas que le encantarían a cualquier turista o aficionado a las fotos. El Teatro Romano y la Alcazaba están a tan sólo unos metros de la bodega.

¿Y de dónde viene Pimpi? Hace muchos años en el Puerto de Málaga había jóvenes que se ganaban la vida como recaderos para ayudar a la tripulación de los barcos y también a los pasajeros, a los que llamaban «pimpis».

Durante todo el año, los universitarios se dan cita en masa entre las paredes del Pimpi. Así nos lo cuentan los dueños de este negocio, que aseguran que durante la Transición eran muchos los jóvenes que se reunían tras las manifestaciones que, por lo general, comenzaban en la plaza de la Merced.

«El encanto de un lugar único», ese el lema de la bodega. Un sitio diferente, en el que muchos se encuentran como en su casa. Un éxito basado en la tradición.