Se sienten privilegiados, por poder mantener el tipo sin recurrir al costoso gimnasio, por presumir de echar a la olla hortalizas tan sanas y ecológicas como que las han cultivado con sus propias manos y, por si fuese poco, encima contribuyen a la economía familiar con un importante ahorro. Son agricultores de tiempo libre, del que dedican a mantener sus minúsculos huertos, dedicados sólo al consumo propio.

Es la receta ideal de quien quiere sentirse integrado con el entorno natural o pasar unas horas verdaderamente relajadas, sin prisas ni malos humos. En nuestro recorrido por toda la provincia, los hemos encontrado por cientos, porque cada vez son más. Aquí tienen una muestra, con los testimonios representativos de algunos de ellos.

Jacinto Ortiz comenzó a edificar su segunda vivienda hace un cuarto de siglo. Eligió Ojén, a pocos kilómetros de su domicilio marbellí, y con los años se ha creado su vergel de árboles subtropicales. Nunca necesita ir al mercado a por papayas, kiwis o lichis. Y hasta posee limones o clementinas: «Nada tiene que ver el sabor de una naranja de mi huerta con la que compras en el supermercado», explica este constructor ya jubilado.

Mucho más cerca de su hogar tiene su huerto, desde hace apenas un año, el manilveño Carlos Rodríguez. «Ahora tengo en mi casa lo que mi abuelo tenía en la suya, que eran verduras frescas todos los días». Unos 20 metros cuadrados le evitan tener que comprar tomates lechugas o acelgas. E incluso se permite regalar el exceso de producción que genera. Sus primeros pasos en esto de labrar la materia prima de sus guisos los dio en Estepona, de la mano de su suegro, que encima le regala las semillas o plantones para ahorrar aún más.

Antonio López y María Palenque, ambos ganaderos y agricultores de Ronda, construyeron hace medio siglo su casa, en el olivar que existía en la finca La Viña de la Cerca. En el año 2000, cuando decidieron vender sus tierras a una promotora, debido a que ya estaban mayores, impusieron una condición sagrada: «Que respetasen mi cortijo y un pequeño huerto en la parcela, para seguir cultivando mis hortalizas». Así fue y, paradójicamente, el cortijo se halla ahora en pleno casco urbano de Ronda, rodeado por un moderno complejo de chalets con piscinas privadas. Algo parecido le ocurre a Juan Becerra, que cada fin de semana cambia su trabajo de contable por el huerto de sus padres, en La Sijuela. Desde tomates a calabazas recolecta.

Thomas Weller trabajaba como fotógrafo en Toronto, hasta que gracias a un colega de profesión recaló en Mijas Pueblo allá por 1997. Al poco tiempo abrió una tetería con huerto propio, de manera que emplearía ingredientes básicos cultivados por él mismo. Afirma que se prepara los mojitos más frescos de la provincia o que en su local, Tetería Aroma, parte de su clientela es aficionada a «ver la huerta». No muy lejos, en el diseminado mijeño de La Loma del Flamenco, nos cuenta Consuelo Santos que hace cuatro años, «sin mucho conocimiento», también se embarcó sin ayuda de nadie en crear su huerto de habas, lechugas y hasta fresas.

En el extremo oriental de la provincia, donde la hortaliza bajo invernadero ocupa hectáreas por centenares, Sebastián Peláez abona su propia cosecha para autoconsumo. Pero alerta de un peligro: «Últimamente muchos vecinos que tienen sus huertos cerca de casa tienen que vigilarlos de noche, porque cada vez hay más robos por culpa de la crisis». A sus 47 años, este vecino de Mezquitilla (Algarrobo Costa) afirma que hace décadas que no se ve tanta gente «pidiendo un puñado de verduras para poder pasar el día».

Si resides en una urbanización llamada El Limonar (Vélez), tienes el campo abierto a dos minutos y tu adosado te da para 12 metros de huerto, lo normal es terminar como Rafael Rodríguez, con «berenjenas, pimientos, lechugas o perejil» cultivados en la puerta de tu domicilio. Lo mismo que le ocurre a Enrique Segura, que junto a la nave donde trabaja, siembra desde hace dos años habas, aguacates o cebollas.

En Arroyo de la Miel, el patio del gaditano Diego Guerrero sí que es particular. A sus 66 años y ya jubilado, este apasionado de la agricultura ha sembrado hortalizas y árboles frutales: «No me dan para comer de esto, pero sirven de gran ayuda para ir tirando». Desde que se trasladó de Algodonales, ha trabajado en la construcción y como mecánico, pero siempre le dedicó algo de tiempo a su pequeño huerto. Pasa como mínimo una hora al día entre sus tomates, lechugas, habas, cebollas, acelgas, papayas, naranjos y albaricoques. Siempre ha sido algo muy gratificante, explica, y ahora que tiene más tiempo libre también le sirve «de distracción», dice, mientras quita con una azada las malas hierbas.

Joaquín Morales tiene 61 años y lleva tres prejubilado. Junto con sus tres hermanos, ya jubilados todos, ocupan su tiempo libre a diario, de ocho a doce de la mañana, en una finca de unos 4.000 metros que tienen a dos kilómetros de Almogía, donde viven. El terreno es heredado de su madre y desde pequeños han colaborado en las tareas del campo. «Cuando se recogen muchas, pues se le da a algún vecino que nos la encarga, pero normalmente son todas para gastarlas nosotros. Ya se sabe que en los pueblos nunca falta para comer teniendo un huerto». Ajos, cebollas, lechugas, patatas, pepinos, tomates, calabacines, berenjenas, naranjas y limones son los principales alimentos que siembran. A Joaquín no le importa que ya lo llamen el «tomatero de Almogía», al tener los únicos tomates que no se han perdido en la pasada cosecha.

Quién sabe si el secreto de su aparente eterna juventud no se la deba precisamente al huerto que cada día labra, en compañía del más pequeño de sus cinco hijos. Guillermina Avilés, a sus 76 años, desayuna temprano en el Centro de Día de la Calzada de Antequera, con la intención de dirigirse hasta su pequeño cultivo. Junto a la Ermita del Señor de la Verónica la encontramos. «Me da la vida tener una distracción que además luego tiene sus frutos. Lo que cultivo lo utilizo para consumo propio y muchas hortalizas se las doy a mis hijos». No es casual, por otra parte, que haya sido nombrada presidenta de la Junta de Huertos Ecológicos para Personas Mayores, una iniciativa que parte del Ayuntamiento de Antequera dentro de las políticas de ocio activo que ha desarrollado desde hace años de la mano de la Junta de Andalucía.

Nos agrega que en estas últimas semanas el tiempo para pasar más horas en su huerto no ha acompañado. «En cuanto haga mejores días volveré a acudir a mi pequeño huerto ecológico, donde tengo unos 90 metros cuadrados, de ajos y cebollas normalmente, aunque ahora mismo sólo tenga habas», concluye esta antequerana que en el Mercado de Abastos de su ciudad consigue todas las semillas que necesita.

El caso de Guillermina no es único en Antequera, porque entre los jubilados del municipio también encontramos a Salvador Díaz, que a sus 68 años puede presumir de disponer del «campito» mejor cuidado y preparado. Quisiera disponer de una parcela ecológica más amplia, pero hace unos meses no pudo acceder a la oferta pública de interés general que se presentó en el Ayuntamiento. No obstante, en su terreno sigue dedicándose a lo que más le gusta: «Me encanta el campo», manifiesta.

Todas las tardes Salvador dedica más de tres horas a las tareas de labrado y sembrado: «Cuando llegue el buen tiempo tendré que pensármelo más por el calor, pero ahora nadie me quita de echar un rato agradable cada tarde», finaliza este vecino antequerano.