Fachadas institucionales al lado de las puntadas pacientes de los siglos. Restos de civilizaciones confundidos con plazas de garaje. No es la primera vez que la arquitectura contemporánea despierta a la bestia, a menudo en reposo, de la crítica. Probablemente, tampoco la última.

El patrimonio histórico de Málaga, escaso y difuso como consecuencia de la pujanza mercantil de la ciudad, amén de pecados no precisamente veniales, convierte en obligada la convivencia de la tradición con los estilos vanguardistas. Del cruce han surgido nuevas armonías, en algunos casos atractivas y, en otros, de difícil aceptación pública.

Las corrientes de opinión son distintas, pero, al igual que los edificios, se encuentran en un punto, aunque sea simplemente para constatar la distancia que separa sus extremos. De un lado está el miedo, más que razonable, si se atiende a algunos ejemplos, de que la nueva obra reviente el conjunto y del otro, el temor a que el recelo generalizado inhiba la valentía y el riesgo, lo que, según muchos arquitectos, ha dado pie al diseño de muestras contemporáneas insulsas, discretas hasta la frontera que separa la insignificancia con la versión más tímida del fracaso.

En la memoria reciente de la ciudad, persisten ejemplos de integración, cuanto menos rebatible, que siguen inspirando comentarios despectivos, tanto de residentes como de turistas. El más significativo es el del edifico del hotel Málaga Palacio, que oculta parte de la Catedral desde una de sus rejillas más nobles, la marítima. Un atrevimiento que compite en ese mismo entorno con el del párking en altura, quizá el único de continente que puede presumir de semejantes vistas.

Los especialistas, si se habla de aparcamientos, también citan estructuras como la que corona la calle Carretería, donde la altura cierra el paso a la conexión entre dos segmentos de la ciudad. La rehabilitación de esta vía, otrora una de las más señeras y transitadas de Málaga, ha dejado asimismo otras muestras que irritan a buena parte de los urbanistas. Una de ellas es la sede del Instituto Andaluz de la Juventud, erigida en una antigua casa de balconadas mediterráneas y patio solariego, que se ha ganado el apelativo vecinal de cocherón por la austeridad de su fachada.

La relación entre historia y modernidad resulta asimismo controvertida en el entorno de la iglesia de Santiago y de la plaza de Félix Sáenz, además de Uncibay. Por no mencionar algunos de los ejemplos más señalados, caso de La Coracha, eternamente apostrofada por su cercanía con la Alcazaba. Juntos a éstos existen ejemplos que dan pábulo a la alianza entre el patrimonio y los nuevos estilos. Algunos, como el de la Plaza del Obispo, se han convertido, no obstante, en un arma de doble filo.

El buen resultado de la remodelación, que disipa el contraste entre los apartamentos y la Catedral, ha inspirado modelos de arquitectura discreta mucho menos afortunados, caso del que gobierna desde hace algunas semanas la esquina de la Plaza de la Constitución. La polémica, dicen los expertos, está plagada de referencias. Pero también de aciertos como el Museo Picasso o el Revello de Toro.