Había trozos de papel en las aguas del puerto. La radio seguía sintonizada y las caras se despedían de la excitación para ofrecer sólo cansancio. La mañana del 24 de febrero Málaga amaneció a la misma distancia física de Madrid, pero la secuela de los acontecimientos vividos unas horas antes en el Congreso de los Diputados se extendía desde las últimas casas de El Palo a la estación de Cártama. Cargos políticos, estudiantes, jóvenes, fueron muchos los que vieron en la amenaza un carpetazo al proceso democrático, pero también el regreso de la fuerza, de los mosquetones contra la madrugada, de los arrestos.

Durante muchas horas se habló de una nueva noche de los cuchillos largos. Hubo miedo, archivos enterrados, políticos a punto de echarse al monte con una cesta de mimbre y una escopeta, familias buscando un lugar en el que ocultarse. A treinta años de distancia, puede parecer rocambolesco, pero el contexto no invitaba a relajarse, por muy rudimentarios que fueran los galones. El sistema apenas estaba consolidado, existía lo que el histórico socialista Carlos Sanjuán denomina ruido de sables, la sensación de que en cualquier momento al ala más innoble del ejército se le podía encender la mecha, aunque nadie pensaba que fuera de manera tan acelerada.

Málaga fue protagonista de aquella larga madrugada. No sólo por la procedencia de Tejero, sino también por la de un sector de los políticos que soportaron la intolerable avanzadilla de los militares en la Cámara. Algunos de amplio recorrido para la ciudad como el exdirigente del PSOE Carlos Sanjuán o el alcalde, Francisco de la Torre, que era uno de los diputados de la extinta UCD elegidos por la circunscripción de la provincia.

De la Torre ocupaba su escaño en una sesión trascendental para su partido. Adolfo Suárez acababa de dimitir y los representantes votaban la investidura de Calvo Sotelo. Fue en el turno de Nuñez Encabo cuando irrumpieron los golpistas. La confusión llevó en primera instancia al alcalde a pensar en un atentado, una sensación bastante extendida en el hemiciclo hasta que se distinguió la figura de Tejero entre el ruido de las balas. «Lo conocíamos y supe enseguida cuál era el sentido de los disparos», señala.

Los primeros momentos fueron los más difíciles. De la Torre recuerda que pensaba en el futuro de su familia, en las escenas, tan dramáticamente cercanas, de las torturas en Chile. Se acordó de que su compañero Julen Guimón tenía un transistor en la mochila, situada junto al escaño. A pesar de las reticencias, logró apoderarse de ella y se retiró a los últimos bancos del hemiciclo. Allí simuló que dormía y conectó el aparato. «El locutor de la Ser retransmitía en las inmediaciones del Congreso. Había confusión. Creíamos que venían a liberarnos y al final resultaron ser los efectivos de Pardo Zancada, que se unían al golpe», indica.

El transcurso de las horas sirvió para reposar los ánimos. El alcalde comenzó a sentir que el movimiento flaqueaba y que era cuestión de tiempo que las tropas aceptaran replegarse. Alguien, acaso miembro de los servicios secretos, le confesó que el golpe había sido abortado, a excepción de Madrid y Valencia. Muchos compañeros, transidos de nervios y de tabaco, sufrieron lipotimias. La Cruz Roja se instaló detrás de Presidencia y ofreció víveres a primera hora de la mañana. «Me acuerdo que no pude contenerme y exclamé ´Libertad, sí, desayuno, no´ porque llevábamos secuestrados casi 24 horas y nuestras familias no sabían nada», evoca.

La pista de Tejero

Carlos Sanjuán conocía sobradamente las tendencias de Tejero. Como responsable de la comisión de Interior, había advertido de las amistades y el perfil del militar de Alhaurín El Grande, que meses antes consternó a las autoridades de Málaga al reprimir por su propia cuenta una manifestación de las juventudes socialistas legalmente autorizada. «Cuando se relajó la tensión bajé al escaño de Martín Villa y le eché una bronca al pobre. Estaba indignado porque, para colmo, no era otro que Tejero», señala.

El político malagueño tenía su sillón en la bancada situada inmediatamente debajo de la de Santiago Carrillo. Asegura que las balas no solamente impactaron contra el techo. Muchas golpearon en los laterales, pasaron literalmente por encima de las cabezas de algunos de los diputados. Recuerda con cariño a Julio Busquets, socialista de formación castrense, al que hubo que arrastrar de los tobillos porque insistía en permanecer de pie, fiel al lema que reza que un militar nunca se arruga ante las balas. Sanjuán percibió signos de que el golpe se debilitaba en el momento en el que las admoniciones de los militares, que, en un principio les habían indicado una salida inminente, no hacían más que demorarse. «De vez en cuando leían comunicados en los que hablaban de adhesiones. Supongo que más que por informarnos, era para animar a los vigilantes, muchos de los cuales participaron sin saber adónde iban», reseña.

El suspense en Málaga

Las turbulencias del golpe también se notaron en Málaga. El presidente de la Diputación, Enrique Linde, actualmente responsable de la Autoridad Portuaria, fue alertado por su secretario en el transcurso de una reunión con el consejero de Obras Públicas. Avisó a los ayuntamientos y a los diputados que no había garantías de protección institucional. Algunos alcaldes le comunicaron que tenían listas las municiones para echarse al monte y refugiarse. Una vez liberado de las obligaciones, lo primero que hizo fue llamar a su padre para que recogiera a su mujer y a su hija. Pasó la noche en un piso vacío de la Costa del Sol, acompañado de amigos comprometidos en la política. «Cuando la radio dejó de emitir y se oyó la marcha militar me temí lo peor y me eché a llorar de impotencia», relata.

En el Ayuntamiento, el alcalde, Pedro Aparicio, decidió permanecer en el edificio y encender las luces como símbolo ciudadano. Las puertas estaban abiertas y al poco tiempo se unió Andrés García Maldonado, líder municipal de la UCD. «Utilizamos la emisión de Radio Juventud, presente en muchos puntos del país, y emitimos un programa en defensa de la democracia que duró hasta el discurso del Rey», indica.

El golpe en imágenes

Treinta años después, la intentona militar no se ha olvidado. Todos recuerdan qué dijeron, dónde estaban. Pedro Moreno Brenes, concejal de IU, se enteró mientras descargaba un camión con su padre. Militaba en juventudes comunistas y se dirigió a la sede, donde ya se iniciaban movimientos para deshacerse de documentación. El actual líder de UGT, Manuel Ferrer, trabajaba en Citesa. Justo cuando Tejero entraba en la sala, regresaba de un paseo en bibicleta. Se apercibió de que algo ocurría en el momento en el que un vecino le gritó que los rojos «se iban a acabar pronto». Antonio Herrera, por su parte, ya dirigía la sección sanitaria de CCOO.

Poco antes de salir del hospital, vio a un grupo de jóvenes con camisetas veraniegas cruzadas con la bandera de España. Anduvo con compañeros de la sede al restaurante de Nadiuska, situado en Gibralfaro, y de ahí a Carretera de Cádiz, donde el diputado del PC Paco Vázquez le ofreció llevarle a Gibraltar. «Amigos policías me dijeron más tarde que sabían perfectamente dónde estábamos cada uno de nosotros», subraya