En la introducción a la tercera edición del libro y para evitar polémicas, Diego Ceano recuerda que al hablar de Málaga y su obispado recupera la denominación «que recibían las tierras de la provincia de Málaga en el siglo XVI» y no hace referencia al significado actual.

Casi trece años después de su primera salida al mercado, ha sido presentada este semana la edición «ampliada y corregida» de Historias antiguas de putas, puteros y puteríos en Málaga y su obispado, de Jákara Editores, un repaso plagado de anécdotas sobre la historia de la prostitución en la capital, centrado en los siglos XV al XVII pero con anécdotas que casi llegan a nuestros días.

Como recuerda Diego Ceano, el libro nació de forma accidental mientras colaboraba con Canal Málaga hablando de personajes malagueños: preparando una charla, al azar cogió el tercer volumen de las Conversaciones Históricas Malagueñas de Cecilio García Leña y descubrió la historia de Alonso Yáñez Fajardo, Putero Mayor de Málaga, por la gracia de sus Católicas Majestades.

A partir de ahí comenzó una búsqueda en libros y archivos hasta ir descubriendo nuevos datos sobre este personaje, natural de Guadalajara, «que era trinchante de los Reyes Católicos», explica el escritor.

Fajardo, con su nombramiento, no sólo recibió los diezmos por las casas de prostitución sino que consiguió hacerse con todo el negocio y explotar así todas las casas de mancebía. Sin embargo, muchos problemas tuvo con el Cabildo de Málaga, no sólo por el emplazamiento de estos negocios sino también porque tenía tiranizadas a las mujeres.

Por este motivo, el Cabildo impuso un reglamento con los mínimos de habitabilidad que debían tener las boticas o habitaciones de trabajo de las mancebas: espacio suficiente para que cupieran dos bancos, una cama y un arcón y, además, contar con dos colchones, dos sábanas, una manta, una almohada y un paramento.

Ceano explica que la calle Camas ya era un centro de prostitución en tiempos árabes y que el éxito del emplazamiento se debía a la proximidad con Puerta Nueva, entrada de comerciantes, así como a la situación de las casas de citas, pegadas al interior de las murallas de la ciudad, «y paso obligatorio de los soldados». En los siglos XV y XVI, por cierto, la calle Camas se llamó calle Mancebía. Más claro, agua.

El escritor también detalla que en esos tiempos existían las llamadas mujeres enamoradas, prostitutas que trabajaban por libre y que era tradición colocar en las puertas de sus casas unas ramas verdes, para diferenciarlas de las casas honradas. De esas ramas viene el nombre de rameras, las más valoradas de su oficio.

Le seguía la categoría de las que trabajaban a las órdenes de un putero, luego denominado padre o tapador.

Las menos valoradas eran las cantoneras, las mujeres que ejercían en la calle.

Diego Ceano espera con esta tercera edición dar a conocer a nuevos lectores un aspecto políticamente incorrecto de la historia de Málaga pero real como la vida misma.