En unos días entrará en vigor el documento de mayor importancia para el futuro desarrollo urbanístico de la ciudad: el Plan General de Ordenación Urbana. No se trata aquí de analizar un Plan, que ha sido causa de no poca controversia entre la ciudadanía malagueña y muy especialmente discutido y objetado por la sociedad civil organizada. No obstante, sí parece adecuado realizar algunas consideraciones como contrapunto a la alegría y entusiasmo que impera estos días en la bancada popular de la Casona del Parque.

El alcalde de Málaga, junto a empresarios del sector inmobiliario (promotores y constructores) ha defendido de forma entusiasta las bondades de este Plan, y el resto, es decir, quienes lo padeceremos, hemos puntualizado certeramente sus debilidades, contradicciones y grandes lagunas.

En una época de bonanza económica, en la que los edificios que se construían parecían árboles de cuyas ramas colgaba el dinero, se gestó este Plan al impulso que propiciaba el motor del mercado inmobiliario y en el que todo se fiaba a múltiples convenios nada claros (no es claro aquello que se esconde celosamente sin posibilidad de ser conocido por todos los interesados). Hoy, seis años después, cabe preguntarse qué fue de aquellos convenios y dónde fue a parar aquella energía que proporcionaba el cemento y el ladrillo.

No basta con aseverar que el Plan es vanguardista, moderno y creador de empleo y riqueza para que esto sea cierto, mucho menos expresar que fue pactado con los agentes sociales y económicos. Este Plan ni es vanguardista ni moderno, y la riqueza que pretende generar la subordina al monocultivo de la construcción. ¿Qué intereses se defendieron en aquellos días de reuniones con los «agentes sociales y económicos»? El resultado es que ahora tenemos una Málaga donde aún quedan miles de viviendas por construir de las que programaba el anterior Plan y, lo que es peor, miles de viviendas construidas de muy difícil salida en un mercado inmobiliario ahogado por una crisis de consecuencias y salida impredecibles.

En aquellos días más que diseñar una ciudad moderna, sostenible y con posibilidades de enfrentarse a los nuevos retos que el futuro nos propone, se entretuvieron en jugar una partida de Monopoly.