Hace unos días murió, a los 99 años, Francisca, una activa vecina del Palo que era conocida en el barrio como la belga, aunque en realidad era de origen francés.

Su padre era uno de los directivos de la empresa de tranvías y quizás por el origen belga de la maquinaria se le adosó a ella y a sus hermanos esta nacionalidad. Esta familia de origen francés vivió en una preciosa finca entre el Carril de la Pimienta (la calle Marcos Zapata), Villa Cristina y a un lado del arroyo Jaboneros.

En este enclave plantó el padre de Francisca, además de árboles frutales, un precioso molino de viento que ya aparece en varias postales de comienzos de siglo y que todavía se mantiene en pie.

La casa familiar, de finales del XIX, es un hermoso inmueble que perteneció al conocido compositor malagueño Eduardo Ocón y como rastro de esta propiedad, a la entrada de la vivienda aparece en el suelo empedrado un arpa.

Hace unos quince años, el autor de estas líneas tuvo la suerte de visitar y fotografiar la casa, de techos altos y con un imponente reloj de pared de tiempos de Napoleón III.

Allí vivían Francisca y otra hermana, ya fallecida. En el momento de la visita estaban releyendo El Quijote en la cocina, mientras esperaban la llegada de su hermano sacerdote, también muy mayor, que llegaba en coche todos los veranos desde Francia.

El catálogo de edificios protegidos del PGOU, un termómetro del estado semisalvaje en el que se encuentra nuestro Ayuntamiento en materia de protección arquitectónica, por supuesto no contempla esta casa, que muy bien puede terminar demolida y convertida, como el resto de la finca, en un tupido mar de adosados, tal y como se estila en la zona.

Pasan los años y este esmirriado y casi simbólico catálogo de edificios protegidos sigue siendo el fiel reflejo de los burdos y frívolos tiempos de la burbuja inmobiliaria. Ya iba siendo hora de cambiar de rumbo.

La familia de las belgas, atenta y sensible, ha dado muchas muestras de afecto por Málaga y en especial por esta zona de la ciudad. Hace un par de años, un sobrino de Francisca, Michel Rennes, publicó un hermoso libro de fotografías tomadas en su mayoría en los años 50 y 60 por su familia, de las playas del Palo y Pedregalejo.

El adiós a Francisca, una persona culta y sensata que hizo mucho por su barrio, puede ser también el adiós a esta casa hermosa y centenaria si algún día se venden los terrenos.

Ya sabemos que para las hordas urbanitas locales, toda construcción que no se encuentre en el Centro Histórico (y no siempre eso garantiza la salvación) suele ser considerada tierra quemada así que su despedida está teñida de doble tristeza.

La única esperanza es que por lo menos el Ayuntamiento permita que continúe el molino de viento, de los que había varios por la zona y ahora es el único que queda. Por desgracia, hasta este pequeño detalle de protección del patrimonio industrial está por ver.

Descanse en paz esta malagueña ejemplar de sangre francesa.