En una divertidísima novela –con más años que una bandada de loros– El asno de oro, el protagonista entra en casa de su nodriza, a la que no veía desde la niñez, y se encuentra con una lujosa mansión, en cuyo patio central un grupo escultórico representa el momento en el que el cazador Acteón, que hoy sería un paparazzi, otea el baño de la diosa Diana y como castigo comienza a convertirse en ciervo (un ciervo que será devorado luego por sus propios perros de caza, aunque afortunadamente, esta escena no preside el atrio de la nodriza).

Málaga cuenta desde hace muchos años con un grupo escultórico, obra de José Seguiri, dividido en dos partes, que recrea esta leyenda mitológica. En la calle Beatas, en una conseguida fuente, tenemos el instante en el que Acteón fisgonea el baño de Diana y sus ninfas, mientras que en la plaza de Uncibay el grupo escultórico refleja el momento en el que Acteón es perseguido por sus mascotas.

En el otro extremo de la plaza hay un tercer grupo escultórico sobre el rapto de las Sabinas, que hoy ningún ayuntamiento políticamente correcto se atrevería a inaugurar.

Pues bien, estos dos últimos grupos escultóricos son hoy prácticamente inaccesibles y sufren el overbooking hostelero. El caso es que la plaza de Uncibay ha sufrido en las últimas semanas una regresión como espacio público y ha vuelto, a su manera, a esa imagen surrealista de los años 70 cuando era un gigantesco aparcamiento.

En la actualidad se ha convertido en uno de los mayores parking de sillas y mesas de Europa, hasta el punto de que un mar de este mobiliario de hostelería rodea a Acteón, que está más preocupado ya por el atosigamiento de los clientes que por el de los perros.

El rapto de las Sabinas va por el mismo camino y ya tiene varios frentes amueblados.

En Málaga, la crisis económica ha avivado las salidas empresariales de la única manera que esta ciudad sabe: acudiendo al sector servicios. En los dos últimos años el crecimiento de bares y restaurantes ha sido asombroso, y ojalá que a todos les vaya de cine, pero siempre que al resto de los mortales nos dejen pasear por la ciudad.

El Ayuntamiento se enfrenta en todo el Centro Histórico a una verdadera invasión de calles y plazas y al salto de la garrocha de las ordenanzas de ocupación de vía pública.

Que en la plaza de Uncibay, aproximadamente sólo quede un tercio despejado para el movimiento de los peatones es una verdadera pena, y esas esculturas públicas en espacios públicos, rodeadas de negocios privados deberían hacer pensar, y actuar, al Consistorio, que aparte de poner flores en el Centro Histórico está obligado a hacer cumplir la normativa.

Sillas, mesas, taburetes y barriles conforman una invasión silenciosa apoyada en la falta de seriedad de ambas partes: por un lado el Ayuntamiento y por otro algunos hosteleros que, probablemente sin ser conscientes de ello, están convirtiendo el Centro de Málaga en un agobiante parque temático sólo para clientes.