­Las típicas subastas que estamos acostumbrados a ver en las películas son las de carísimas obras de arte que suelen desarrollarse en un gran salón con un señor elegante en una tarima y los compradores levantando una paleta con su número mientras que el precio va subiendo.

Si nos trasladamos a una subasta en la lonja de la Caleta la cosa cambia. En primer lugar el precio no empieza desde abajo y sube, sino que se fija un precio alto que baja progresivamente. En segundo lugar no existe ningún señor elegante que vaya controlando los precios que ofrecen, en este caso, la función la cumple una pantalla de televisión en la que puede ver cómo desciende el precio, el producto que se subasta, el nombre del barco y hasta el del comprador.

Este último, en lugar de una paleta con un número, tiene un mando a distancia, que además lo es de su propiedad, con el que puede controlar el momento exacto en el que parar el precio, y la gente, más que hacer ruido, están atentos a las pantallas, por lo que apenas hay lugar para la charla o el entretenimiento.

En verano suele subir un poco el precio del pescado por el turismo, pero este año no se ha notado por causa de la crisis. «El día de San Juan llegamos a vender una caja de sardinas de 8 kilos a 1 euro», aseguró el representante de la flota, «así que la crisis nos está afectando muchísimo», y por ello tampoco reciben ningún tipo de ayudas de las administraciones públicas.

La forma de pago de los compradores también va acorde con la crisis; en este caso, normalmente dejan a deber algo y van pagando conforme su situación económica se lo permite.

Esto contrasta con la forma de pago a los pescadores que deben cobrar semanalmente. Esto se consigue con una bolsa de 600.000 euros que la cofradía de pescadores tiene de margen, es decir, que supone la deuda de los compradores en pescado.