Mi amigo Alfonso Vázquez, ese que desde las páginas de este periódico nos instruye y ameniza los días, me contó, con mucha gracia por cierto, que en una fugaz visita de Thomas Edison a Gibraltar, confundió una patata petrificada, figurativamente hablando, con una figura íbera votiva que compró a un anticuario de Main Street por 500 libras. Añadía el bueno de Alfonso, que al otro lado del charco, Edison no pudo dejar de pensar que la escultura tenía de íbera lo mismo que él tenía de bandolero rondeño... Y yo, que siempre estoy de acuerdo con lo que dice Alfonso, que en modo figurado y retórico nos cuenta que ni la figura era íbera ni Edison un bandolero, esta vez y sin que sirva de precedente, no puedo estar de acuerdo con él.

Porque Edison no fue un bandolero rondeño, pero sí un bandolero americano. Eso que aquí, en tierras del imperio, por eso de las películas, siempre hemos llamado mafiosos. Les explico. El cine lo inventaron los hermanos Louis y Auguste Lumière, quienes llevaron su creación de imágenes en movimiento a Estados Unidos. Fue aquí, como consecuencia de la gran acogida que la invención tuvo entre el público norteamericano, donde el invento alcanzó la dimensión que sus inventores esperaban por lo que la nueva industria comenzó a crecer vertiginosamente.

En la costa Este de Estados Unidos, vivía el inventor del fonógrafo y la lámpara incandescente, Thomas Alva Edison, que ademas de un genio era un gran avispado, entre otras cosas peores. Rápidamente se percató de las bondades del cinematógrafo, por lo que compró de inmediato sus derechos de explotación para la costa Este. Pronto empezó Edison a cobrar estos derechos de explotación a pequeñas productoras. Y pronto empezaron estas pequeñas productoras a considerar abusivos los mismos, ya que su incipiente industria les proporcionaba enormes gastos e ínfimos beneficios que en su mayor parte habían de repartir con Edison.

Se daba la circunstancia de que Edison, como les decía, tenía el encanto de ser un mafioso. A su servicio tenía todo un elenco de matones, que no dudaban en convencer expeditivamente a todo aquel que se retrasara en los pagos o directa o indirectamente le hiciera competencia. Por aquel entonces, un joven científico serbio llamado Nikola Tesla, llegó a Estados Unidos para trabajar en uno de los laboratorios de Edison. Sus trabajos sobre corriente alterna le llevaron a idear en 1882 el primer motor de inducción. Las constantes zancadillas a su trabajo por parte del propio Edison, le obligaron a romper con él, por lo que en el año 1886 instaló su propio laboratorio en la calle Houston de Nueva York. En 1887 consigue la construcción del motor de inducción que había inventado y en unión con los laboratorios Westinghouse, crea el sistema polifásico que permitía trasladar electricidad a grandes distancias.

En 1893 consiguió transmitir energía electromagnética sin cables, a lugares muy lejanos entre sí. Y mientras Edison seguía trabajando en sus patentes sobre corriente continua, él, en una exhibición pública en Chicago, demostró la superioridad de sus teorías sobre las de Edison. Esto permitió al Gobierno norteamericano construir la primera Central Hidroeléctrica en las Cataratas del Niágara, dando corriente eléctrica y por lo tanto alumbrado total a la ciudad de Búfalo en el año 1896.

Tesla comprobó entonces la codicia de Edison. Para empezar, intentó desprestigiarlo, por lo que propuso, con toda la ironía del mundo, que la silla eléctrica, que usaba corriente continua, se usara con corriente alterna, con el fin de dar mala fama en Europa al invento de Tesla, al asociar a éste con una máquina de matar que los europeos detestaban y siguen detestando. Además envió reiteradamente a sus «amables empleados» a visitar los laboratorios de Tesla, que curiosamente sufrían constantes accidentes en un intento desesperado de boicotear los inventos de éste.

No es de extrañar, pues, que las pequeñas productoras de Chicago y New York, hartas de pagar el impuesto de Edison y viendo cómo se las gastaba, decidieran buscarse algún lugar para trabajar, lejos de la mano larga y negra del mafioso inventor. Así, cambiaron la costa Este por la Oeste, donde Edison no tenía derechos de explotación, y se afincaron en un minúsculo pueblecito cercano a la pequeña localidad de Los Ángeles. El pueblo, como ya habrán deducido, se llamaba Hollywood. Esta fue, sin duda, la gran contribución de Edison a la industria del cine: El nacimiento de Hollywood.

El sitio lo eligió un vendedor de telas alsaciano que cambió su tienda de Wisconsin por producir películas. Se llamaba Carl Laemmle y creó la Yankee Film Company en 1909. En realidad Laemmle fue uno de los pioneros que, huyendo de los abusos de Edison, llegó a California. Fundó la Universal City, comprando una finca de 430 kilómetros cuadrados. La Universal City era una ciudad con su propio alcalde y departamento de policía, donde vivían todos los trabajadores de la industria del cine.

Al poco tiempo nuevos vecinos se instalaron en los alrededores, todos ellos relacionados con la industria del cine. Los mas conocidos eran los hermanos Warner, fundadores de la Warner Bros en 1923, los hermanos Cohn, fundadores de Columbia Pictures, Adolf Zukor, fundador de Paramount Pictures, Samuel Goldfish y los hermanos Selwyn, cofundadores de Metro-Goldwin-Mayer y Willian Fox, fundador de la 20th Century Fox. HabÌa nacido una ciudad consagrada íntegramente a la industria cinematográfica... Y todo gracias a los métodos y abusos de un gran científico pero también gran mafioso llamado Thomas Alva Edison.

La Historia, casi siempre injusta, ha ensalzado, con razón al gran inventor que fue Edison, quizás por eso, se olvidó de su oscuro pasado y de sus delictivos métodos de trabajo. También, y esto sí que es lamentable, se olvidó de ese gran genio que fue Nikola Tesla, que en su tiempo fue considerado como un científico loco que murió empobrecido y a la edad de 86 años. Sin Tesla, hoy no serían posibles ni el electromagnetismo ni la electromecánica, la robótica, el control remoto, el radar, el microondas, la computación, la balística, la física nuclear ni la física teórica. O al menos no serían como ahora las conocemos. En 1963, la Corte Suprema de los Estados Unidos le acreditó como el inventor de la radio, ya que, aunque siempre se atribuyó a Marconi, en realidad Tesla la había inventado 15 años antes. Incluso ideó un sistema de transmisión de electricidad inalámbrico por el que la energía podría ser llevada de un lugar a otro mediante ondas de naturaleza no hertzianas. Sin embargo, nadie ha podido conseguirlo por el momento. Porque este mundo, al que le sobran Edisons, lamentablemente está huérfano de Teslas.