Del siglo XI es una historia en la que una niña con una caperuza roja es raptada por un lobo. Mucho antes, los ritos de iniciación al matrimonio y a la edad adulta en Grecia incluían a niñas con túnicas color azafrán y cestas con pasteles, así como leyendas en las que eran atacadas por demonios con piel de lobo y salvadas por un cazador (de un fascinante estudio de la profesora Susana González Marín, ¿Existía Caperucita antes de Perrault?)

Como ven, hay mucho cuento que contar tras una historia tan aparentemente sencilla como Caperucita Roja. Estas historias y muchas otras podríamos haberlas conocido en condiciones de haberse llevado a cabo el Parque de los Cuentos prometido por la Junta en el convento de la Trinidad.

Todo esto viene a cuento porque ayer ya hablamos algo del baile museístico al que en Málaga nos están sometiendo algunos políticos andaluces. Ayer mismo supimos que el director del Prado no tenía ni puñetera idea de la propuesta de Javier Arenas de que Málaga quisiera ser subsede del Prado, así que a todos los que nos parece muy buena esta iniciativa, incluido un servidor, se nos está poniendo cara de pardillos.

Pero, demostrado al menos que la promesa de Arenas no tiene el mínimo de seriedad que se le suponía –algo tan obvio como una consulta previa con el responsable del Museo del Prado– no podemos olvidar los últimos movimientos tácticos de la Junta con el convento de la Trinidad, que evidencian la misma falta de madurez o lo que es lo mismo, que a los votantes nos tratan como a la niña del cuento.

Sólo hay que ver la reacción de la Junta de Andalucía ante la aparición de más de 220 colectivos defendiendo la supervivencia de los tres pabellones militares del convento, antiguo cuartel, y que ha recordado, por sus vaivenes, el baile de la yenka.

Si hacemos un repaso al bailongo mes de febrero, veremos que el día 10, la Junta anuncia la paralización de la inminente demolición de los pabellones militares, para poder dialogar con la plataforma ciudadana.

Ese diálogo tiene lugar en dos tandas, y en la última de ellas, el día 17, ante una numerosa representación de vecinos, el delegado de Cultura en Málaga, Manuel García, anuncia que la Junta mantiene la intención de derribar estos pabellones porque, según los técnicos, no tienen ningún valor y lo que hay que proteger y dignificar es el convento.

Por eso, lo que escama es el anuncio, un par de días después, del consejero de Cultura, Paulino Plata –dejando en mal lugar al delegado– de que va a postergar las demoliciones y que su departamento volverá a reunirse con los colectivos antes de tomar una decisión.

Ya me dirán ustedes lo que habrían durado los pabellones de no estar a las puertas de unas elecciones al Parlamento de Andalucía. Desdiciendo al delegado, que es el único que desde el primer momento ha hablado con sinceridad y está convencido de que hay que derribar los pabellones, la Consejería de Cultura se quita el muerto de que las protestas ciudadanas coincidan con la inminente campaña electoral. Y luego, el tiempo dirá si otro partido se hace o no con las riendas del asunto y nos vamos con el cuento a otra parte.