Es una pesadilla que no termina. Unos padres nunca están preparados para presenciar la muerte de un hijo. La vida, precisamente por ley de vida, está diseñada de otra forma. Los padres procuran lo mejor para sus hijos, quitándoselo de ellos mismos. Es difícil cuando la situación económica de la familia es pobre, pero más difícil es cuando estas mismas circunstancias impiden la digna sepultura de una niña.

África murió hace cinco años y su familia, no repuesta del todo de este drama, acaba de recibir una carta de Parcemasa comunicándole que ha terminado el contrato por cinco años del nicho donde fue enterrada y que tiene hasta mayo para abonar una cantidad que no tienen si quieren evitar que los restos sean trasladados a una fosa común.

«¡Si no tenemos para llegar a fin de mes!», se lamenta la madre de la pequeña. África Ávila es la madre de una familia con todos sus miembros en paro. Su marido, Antonio Rodríguez, trabajaba en la obra de encofrador. La crisis del ladrillo le ha afectado de lleno. Ha perdido hasta el subsidio. Ella es limpiadora, también en el desempleo y está a cargo de cuatro niños de doce, ocho, tres y un año de edad. Viven en el Llano de Doña Trinidad, en una VPO. A casa sólo entran 580 euros al mes, así que no tienen ni los 1.300 euros para la cesión del nicho por otros 50 años ni los 702 euros que le piden para exhumar los restos e incinerarlos.

Por eso han iniciado una campaña para recaudar donativos entre sus familiares y amigos. Entre todos sólo han podido reunir 350 euros. Quedan otros 352 para evitar la fosa común y el olvido. «No quiero abandonar a mi niña», señala.

La familia se ha echado a la calle. La más activa, la tía Obdulia. Pero la crisis afecta a todos y los conocidos no pueden aportar más de lo que han hecho. «Unos nos han dado cinco euros. Otros han llegado a diez», explica. «Y hay también quien no se cree la historia porque hay mucho engaño». «¡Ojalá no tuviéramos que recurrir a este tipo de colectas!», añade.

La pequeña África padecía desde que nació parálisis cerebral y sufría con cierta frecuencia ataques epilépticos. Todo se complicó con una neumonía que obligó a ingresarla. Finalmente, murió tras sufrir cinco paros cardiacos consecutivos. Tan sólo tenía cinco años. Febrero de 2007, a punto de cumplir los seis. «Hoy tendría once. Desde entonces, su padre va prácticamente a diario a ponerle flores al cementerio», relata África.

La noticia de Parcemasa ha sido recibida como un jarro de agua helada. Es un formalismo, un mero trámite. Pero es caro. Más aún para ellos. Se ve que ni siquiera la muerte es un descanso eterno. «Entonces nadie nos dijo que el nicho era sólo por cinco años. Ni tampoco estábamos en condiciones de preguntar nada en ese momento. La pena nos tenía consumidos», recuerda esta madre, que ayer volvía a visitar la tumba de su hija en el parque cementerio.

Por este motivo, la familia, ayudada por la asociación de vecinos de La Paloma, ha iniciado una campaña para lograr el dinero que queda antes de que termine el plazo. Han abierto una cuenta en la Caja Rural del Sur con el número 3187 04 28 892788401616, donde todos los que quieren pueden ingresar algún donativo. «No quiero separarme de mi hija. Sólo quedan unos huesos, pero son de ella. Enterrarla en un osario común sería como abandonarla», insiste. «Desde que recibimos la carta no podemos dormir. Pasamos todo el día pensando en lo mismo», concluye esta madre que pide ayuda.