Málaga está sucia. No se ha llegado a esto en los últimos meses. Ni es una consecuencia de la crisis. Está sucia desde hace años y parece que no se ha hecho mucho por evitarlo. Salvo las calles del Centro, hay pocos lugares de Málaga donde se pueda pisar sin preocupaciones ni peligro de meter la pata.

Lo fácil es quejarse del Ayuntamiento. Pero no por fácil es menos justo. La limpieza es su competencia y no es raro que nos encontremos que el único agua que reciben sea el origen de perros y borrachos, contenedores que se quedan varios días llenos y rodeados de bolsas de basura a la espera de un camión o aceras cuya decoración se limite al marrón.

El Ayuntamiento debe plantearse de una vez por todas una solución a las calles sucias, que perjudican nuestra imagen ante cualquier visitante y asquean a los vecinos que deben pasar por allí todos los días. Porque hay cosas que, no por usuales, dejan de ser menos repugnantes.

La calle Victoria es uno de los ejemplos de calles sucias, con unas aceras maltratadas por las defecaciones de los perros, la acumulación de basura en los contenedores y la completa falta de unos mínimos de higiene pública. Ojalá fuera una raya en el agua. Basta con pasarse por muchos barrios de la ciudad para encontrarse con una situación parecida.

Es el Ayuntamiento quien debe acabar con esta imagen de dejación, como presenta la fuente de la plaza de Uncibay, que para el jueves o el viernes ya tiene una gruesa capa de una sustancia verde oscuro que cubre el fondo.

Pero hay que ser justos. El Ayuntamiento debe demostrar que puede limpiar, pero el ciudadano debe responder con un mayor compromiso cuando sale a la calle. Málaga es nuestra casa, una casa abierta, con buena ventilación e iluminada, llena de estancias donde vivimos. Por eso la calle es importante tenerla limpia, porque también es parte de nuestra vivienda.

Sin embargo, entre el poco civismo de unos pocos y la falta de esfuerzo municipal nos encontramos con calles vergonzosamente sucias. Y no se pone remedio.

Cuatro desafíos. Málaga es una de las ciudades que cuenta con más museos y espacios culturales dedicados al vacío. El escritor Raymond Roussel llegó a patentar un sistema que utilizaba el vacío para evitar la pérdida del calor. Más allá de la excentricidad de la idea, parece que la tesis de Roussel ha hecho mella en el Ayuntamiento de Málaga, que cuenta con cuatro espacios culturales sin uso y llenos de vacío, en lo que se puede considerar una de las máximas expresiones artísticas del dadaísmo.

Tabacalera, el antiguo cine Astoria, la sala de exposiciones del muelle 1 y los edificios universitarios de El Ejido, por diversas razones, se encuentran sin un proyecto definido para su uso cultural, al menos más allá de exponer el vacío.

Este año debe ser el que se definan el futuro de estos edificios. Por mucho que la idea de Roussel tenga su interés, ahora el derroche es tener esta infraestructura sin utilizar, no gastar en darle uso para la ciudad.