Jaime de Mora y Aragón estaba recién operado del corazón. En mitad de un silencio punteado por pelotas de golf, Alfonso de Hohenlohe se desquitaba de la negativa a la construcción del aeropuerto en Ronda. La Costa del Sol esperaba el desembarco de las estrellas del fútbol y de la aristocracia. Mientras, entre las nubes, se fabulaba con el sombrero maltés de Dean Martin. El cantante actuaría en agosto y los famosos se relamían con su llegada, el éxito dentro del éxito, un acontecimiento para los que acostumbraban a desencadenarlos.

En 1983, el actor, el amigo de Sinatra, llamaba a las puertas de las urbanizaciones más renombradas de la provincia. La familia Flores esperaba el concierto, al igual que una representación de celebridades heterogénea y casi deforme, muy de las del veraneo, con actores, nobles y pícaros de la farándula.

España anhelaba toparse con Dean Martin, que había prometido una actuación exclusiva en el hotel Don Carlos, al módico precio de doce millones de pesetas, para inaugurar el nuevo complejo del edificio.

Se esperaban las palmadas de las grandes fortunas en las notas despreocupados de Volare, las risas frente a los movimientos, a menudo entre galán y gacela, del gran artista y cómico. Dean Martin era ya en ese momento una leyenda, el antiguo compañero de Jerry Lewis, con el que mantuvo una relación profesional tan larga como exitosa y mordisqueada por la vanidad, ese viejo tigre, según las lecturas orientales.

La pandilla de las ratas

Dino, el artista norteamericano, tenía el pulso de las grandes glorias, templadas y casi mitológicas que tanto gustaban a los artistas locales de la época; su perfil se espigaba al mismo ritmo que las ambiciones de la provincia. Un artista internacional, carismático, con la admiración de los grandes competidores turísticos. Con Martin venía un trozo de La Costa Azul, de Las Vegas, e, incluso, de una erótica secreta también muy del agrado de la biografía de la Costa del Sol, la del grupo rat pack (la pandilla de las ratas) del que formaba parte junto a Sinatra, y al que la prensa reprochaba sus buenas relaciones con los capos de la mafia americana.

Los juegos de Dino

En Martin, sin embargo, todo aquello bien pudo tener un componente circense, casi de pose. Al artista le gustaba jugar al desconcierto y alimentar su sombra con matices entrecortados y canallas. Muchos de los que le conocieron le recuerdan con una copa en la mano, fingiendo que trasegaba como un príncipe cuando en realidad era casi abstemio. En su visita a la Costa del Sol, quizá recomendada por Frank Sinatra, que poco tiempo después logró reconciliarle con Jerry Lewis, en un momento imborrable de la televisión americana, el artista tendría que prepararse muy a fondo; eran los tiempos en que no se admitían los zumos de pomelo ni las bebidas carbonatadas, los días de los ríos de vino y la ambrosía, el pasado, todavía vibrante, de la Costa del Sol.

Aristócrata del cool

Dean Martin revolucionó los últimos días de julio de ese año, aunque no fue el único. Su contratación por el Don Carlos, de gran repercusión en el resto de España, se produjo después de la negativa de Julio Iglesias, que pedía más del doble por llevarse la mano al cruzado napoleónico de la chaqueta. Al hotel le salió bien la jugada, pero también al Don Pepe, que tiró de talonario y metió al hijo de Papuchi en la oferta de conciertos de ese mismo verano, junto a otros artistas melódicos de menor recorrido fuera de las fronteras españolas, José Luis Rodríguez El Puma, Perales, Rocío Jurado.

Sólo faltaba la Pantoja para completar el antepalco de tronío y buenas costumbres, pero ésta, según la prensa, estaba teniendo un embarazo difícil, el de Paquirrín, inefable muchacho.

Dean Martin, por fortuna, permanecía al margen de este tipo de movimientos patrios, aunque no esa noche, en la que seguramente tuvo que pasearse con algunas de las ballenas del papel satinado. Al fin y al cabo, formaba parte de su oficio, especialmente durante ese verano, en el que el artista también colapsó el aforo del complejo Talk of the Town, en Londres. La gran oportunidad para ver a Dino, aristócrata del cool y de la Costa, décadas después de su amigo Sinatra.