Uno de los trabajos no sólo más jugosos sino también más completos es el de Elena García Vila, de Primero de Pedagogía. El protagonista es don Manuel Santolaya, nacido en el pueblo riojano de Calahorra en 1938. Don Manuel evoca las paredes de la escuela de párvulos Marco Fabio Quintiliano con varios mapas de España, un mapamundi y las fotografías del general Franco y de José Antonio Primo de Rivera.

De otro centro posterior, pasados los años, rescata el respeto que los alumnos tenían a los profesores y la consideración que entonces tenía la figura del maestro. Durante su paso por el seminario, le ocurrió una desdichada anécdota por culpa de los medios de comunicación: fue expulsado de la institución por acudir a bailar a un concurso en el pueblo. Y es que se escapó de noche para acudir a la cita y al día siguiente «apareció su foto en el periódico local como ganador del segundo premio», cuenta Elena García Vila.

Tampoco olvida una segunda expulsión, esta vez por una discutida poesía que dedicó... a unos prostíbulos.

Del otro lado del charco proceden los recuerdos de don Pedro Pascual Rivas, nacido en 1938 en Tunuyán, Mendoza (Argentina). Empezó el colegio con 7 años ya que en esa época no había pre-escolar y no podía ir al colegio todos los días al tener que trabajar en el campo, como sus 17 hermanos.

Tardaba una hora en recorrer los cerca de 5 kilómetros del camino de tierra hasta llegar a la Escuela Matea Cerpa, que también era la casa de la maestra. Las clases comenzaban izando la bandera argentina y recitando un poema y al mediodía, los colegiales recibían leche con galletas y el propio Pedro era el encargado de ir a buscar la leche en carreta. Este alumno argentino estudió hasta los 13 años y en 1953 ingresó en la Marina. Su nieta, Melisa Romina López Arnáiz, cuenta que en Argentina todavía es obligatorio cantar el himno nacional en clase y con respecto a las diferencias con la educación española de entonces, «no había tanta influencia de la religión y los castigos no eran tan duros».