En una caja de un trastero, en Nueva York, aparece la fotografía. Las hermanas Reynaldo,de Marbella, en algún lugar de Manhattan, pocos días después del hundimiento del transatlántico. Cuenta Nacho Montero, autor junto a Cristina Mosquera y Javier Reyero de Los diez del Titanic (LID Editorial), que la imagen, amarilleada por el tiempo, ha sido encontrada recientemente por la familia americana. En ella, seguramente, Encarnación tenía todavía las huellas de la catástrofe. En sus pupilas bailó el barco mientras la orquesta ahogaba sus últimos movimientos. Fue la superviviente más misteriosa. Se ha dicho que había nacido en Requena, Valencia, que era al mismo tiempo canaria y cubana y, por qué no, también un hombre, quizá de los que pensaron en disfrazarse para acceder a los salvavidas que se alineaban en los bajos. Ahora, gracias a la investigación, se sabe que existió, que fue indudablemente malagueña, aunque su rastro se vuelve a perder en las brumas del tiempo, devorado por la desconexión de los archivos, los movimientos, las guerras.

Encarnación vio agrandarse los rascacielos del sur de Nueva York a bordo del Carpathia, el 18 de abril de 1912. Días antes, había ocupado uno de los asientos del bote número 9, mientras los gritos acuchillaban la madrugada negra del Atlántico. Junto a ella viajaban Julián Padró y Emilio Pallás, que llegaron a tierra sin ni siquiera saber que la pequeña mujer de ojos de miel que miraba el cielo, entre los pedruscos de hielo y la miseria de los mares, era también su compatriota. Quizá prefirió callarse. De Lady o Miss Reynaldo, como se refiere a ella la literatura anglosajona del Titanic, se conocían apenas los datos de su tarjeta de embarque, en la que se reconoce a una empleada doméstica de 28 años, nacida en un lugar llamado Puebla Marbella, madre de tres hijos, uno de ellos fallecido prematuramente.

«Sigue siendo la española de la que menos se sabe del Titanic, pero al menos podemos decir que todos los datos están confirmados», comenta Montero. Los investigadores han localizado a uno de sus parientes, en Estados Unidos, y trasegado con documentos que mueven la pista oficial de las Reynaldo. La hermana de Encarnación, Luisa, había emigrado a Nueva York en 1908, adonde llegó, casi de manera premonitoria, en el mismo barco que cuatro años después atendería el naufragio. A principios de siglo, ambas trabajaban para familias inglesas de Ronda. Tras la marcha de Luisa, Encarnación se trasladó a Gibraltar, a la residencia de Henry Vazques, un empresario del látex con negocios en la India, que meses más tarde se mudó a Londres con el equipo de domésticas, quizá por las mejores conexiones con Asia. Lo natural sería pensar en Encarnación como uno de las muchos sirvientes que pisaron el Titanic junto a sus acaudalados señores. Sin embargo, Reynaldo viajó sola. Un nuevo misterio que se abre para una mujer circundada de movimientos excepcionales, que compró un pasaje de segunda y viajó con 30 dólares, todo un capital para la época y que, además, se convirtió en la única pasajera española que vivió al completo la secuencia oscura del barco, desde la salida de Southampton al desastre.

En la fecha del viaje a Nueva York, Luisa estaba embarazada. Encarnación pudo embarcarse con la intención de conocer a su sobrino. Los historiadores dudaban hasta ahora entre sus motivaciones; hay quienes hablaban de un viaje para hacer las Américas, pero también los que la emparentaban con los Reinaldo de Marbella, antepasados de otro famoso, el cocinero Dani García. Montero, Reyero y Mosquera establecen otras hipótesis. En los archivos londinenses, la dirección de los Vazques, que hospedaban a tres doncellas, van desplazándose a barrios menos selectos. La casa mengua, de lo que se deduce un principio de ruina y la separación de Encarnación, que se apuntó con todos sus ahorros a la aventura del Titanic.

La malagueña no escuchó hablar en castellano hasta el día siguiente, cuando subieron a bordo el resto de españoles, en el puerto francés de Chebourg. Después del hundimiento, Encarnación permaneció apenas unas semanas en Nueva York, en la casa de su hermana, situada en Manhattan, cerca de la espesura de Central Park. En aquellos días se tomó la fotografía localizada por la familia de Luisa, que se casó con un militar portorriqueño, Miguel Requena. Eso explica el enigma de la pérdida de apellido en tierras americanas. A partir de ahí saltan a primer plano las postales de Encarnación, en las que avisa de su casamiento con Bartolo González. En las cartas no figuraba ninguna dirección. Los investigadores creen que la andaluza del Titanic regresó a Málaga y fundamentan su teoría en dos datos: la presencia de sus dos hijos, que se habían quedado en España y un viaje posterior de Luisa hacia la provincia, acompañada del resto de los Requena y de los Reynaldo.

Es precisamente en ese punto en el que la historia de Encarnación se desvanece. La falta de referencias se justifica en el rigor de los archivos españoles, menos meticulosos y accesibles entonces que los americanos. También en las circunstancias que zarandearon al país poco después de la caída del Titanic.